Huellas judías en la provincia de Jaén: un viaje tras el legado sefardí
En las ciudades de Jaén, Úbeda, Baeza, Arjona y Andújar convivieron durante siglos cristianos, musulmanes y judíos. Lo que queda de sus antiguas juderías invita a descubrirlas desde otra perspectiva
Son bien conocidas y visitadas las antiguas juderías de Córdoba, Granada o Sevilla, pero la comunidad hebrea en la Edad Media tuvo una importancia fundamental en casi todas las ciudades grandes, medianas y pequeñas de Andalucía, en feliz (aunque a veces no tanto) convivencia con los árabes e incluso con los cristianos. Después de su expulsión a finales del siglo XV quedaron muchas huellas y recuerdos de aquella comunidad. Recorriendo hoy las juderías de lugares como ...
Son bien conocidas y visitadas las antiguas juderías de Córdoba, Granada o Sevilla, pero la comunidad hebrea en la Edad Media tuvo una importancia fundamental en casi todas las ciudades grandes, medianas y pequeñas de Andalucía, en feliz (aunque a veces no tanto) convivencia con los árabes e incluso con los cristianos. Después de su expulsión a finales del siglo XV quedaron muchas huellas y recuerdos de aquella comunidad. Recorriendo hoy las juderías de lugares como Jaén o Úbeda (y, en menor medida, en Baeza, Andújar o Arjona) se descubren antiguas sinagogas reconvertidas en templos cristianos, laberintos de pequeñas callejuelas estrechas que trasladan al Medievo, restos de baños que compartieron judíos y árabes, palacios que fueron de judeo-conversos o el recuerdo poco agradable de los autos de fe de la Inquisición en los que murieron muchísimos judíos, en plazas que hoy son centros importantes de la ciudad.
Pero quedan además muchos nombres hebreos en sus calles, huellas de sus tradiciones gastronómicas en sus platos más populares y símbolos de Sefarad que se pueden buscar en las fachadas de calles y monumentos.
Cómo descubrir la judería de Jaén
La ciudad de Jaén tuvo una de las juderías más importantes de España. Durante más de 12 siglos los judíos contribuyeron a crear su trama urbana y a tejer su herencia cultural. Para seguir hoy sus huellas solo hay que dirigirse a su barrio judío, donde las estrellas de David siguen indicando la presencia de la comunidad hebrea desde el siglo VII como grupo minoritario: se calcula que en el siglo XIV había unos 1.500 judíos en la ciudad, de la que serían expulsados por el tribunal de la Inquisición en 1483.
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En la plaza del Doctor Blanco Nájera una gigantesca menorá señala la entrada a la antigua judería de esta ciudad andaluza. Este candelabro judío de siete brazos es un monumento a los judíos expulsados de España, con una inscripción en castellano y en judeoespañol o sefardí y es la primera que se ubicó en una vía pública española. En esta misma plaza, se puede ver un puente sobre los restos arqueológicos de una antigua puerta de la muralla medieval, la puerta de Baeza, que era la entrada de la judería jiennense. El puente simboliza, además del paso de los judíos para entrar o salir de su barrio, un puente entre culturas diferentes que un día convivieron juntas
La judería de Jaén se encuentra en pleno casco viejo, en las calles del Rostro, Santa Cruz, Martínez Molina y Huertas, entre otras, un entramado de estrechas callejuelas que nos hacen viajar a la Edad Media. Es lo que hoy se conoce como Barrio de Santa Cruz, centrado en el convento de Santa Clara: aquí fue donde se levantó en su día la sinagoga, transformada luego en iglesia de la Santa Cruz. Pero hubo más sinagogas, como la que pudo estar en la calle de San Andrés, hoy convertida en la capilla del mismo nombre. No está muy claro, pero lo cierto es que sus arcos recuerdan los de antiguas sinagogas, como la de Santa María la Blanca de Toledo, y también hay otros elementos como su geometría, su orientación al este e incluso sus dimensiones que parecen demostrar que aquí hubo un templo judío.
Si seguimos paseando por otros rincones de la ciudad nos encontraremos más recuerdos de la presencia judía, como La Mona del friso gótico de la catedral, una gárgola que se supone que es todo un discurso iconográfico para atacar al pueblo judío y prevenir a cristianos y conversos de judaizar.
Sin salirnos del casco antiguo están también los restos de los diferentes baños que compartieron musulmanes y judíos, que utilizaban en horarios alternos. Uno de ellos tal vez fuera de uso exclusivo de la población judía: el Hammam Ibn Ishaq (o baños de ben Isaac). Y en los límites de la vieja judería, en la plaza de los Caños, se encuentran los Baños de Naranjo, del siglo XI y en funcionamiento hasta la conquista castellana, que fueron después empleados como tahona, pescadería, carnicería y hasta como escuela. Pero el más llamativo, en pleno centro de la ciudad es el que ocupa los bajos del palacio de Villardompardo, que fue del virrey del Perú, y que es uno de los grandes tesoros de Jaén. Estos maravillosos baños árabes del siglo XI fueron punto de encuentro para los judíos, musulmanes y cristianos. Su restauración en los años ochenta permitió que hoy podamos ver este espacio de encuentro social en su día, donde la luz penetra por los lucernarios en forma de estrella creando un relajado ambiente.
Callejones, sinagogas y autos de fe
Lo que más nos recuerda que un día vivieron aquí los judíos es el entramado urbanístico de Jaén: a través del Callejón del Gato se accede a una serie de calles que solo tenían tres salidas al exterior, evocando los guetos medievales. Los reyes concedían a sus súbditos judíos el privilegio de poder cerrar sus barrios con puertas por la noche, como medida de protección ante posibles revueltas y ataques. Son las calles en las que iniciamos nuestro recorrido: las calles del Rostro y Santa Cruz, Los Huérfanos, el Remojadero del Pescado, o el propio Callejón del Gato. La judería, cerrada y protegida, contaba con sus propias leyes, con edificios comunales como las sinagogas, las tabernas donde se servía vino kosher y sus escuelas religiosas. Como todas las comunidades judías, sufrió persecuciones graves sobre todo a finales del siglo XIV, y la aljama se transformó progresivamente en un barrio de judeo-conversos, donde las sinagogas se convirtieron en iglesias.
La huella judía es también la de la Inquisición y los autos de fe: en el Real Convento de Santo Domingo, con un magnífico claustro, estuvo el Tribunal de la Inquisición de Jaén, y en la misma calle de Santo Domingo, encontramos la parroquia de la Magdalena, que conserva los restos de un antiguo sahn o patio de abluciones, ya que aquí estuvo una de las mezquitas de la antigua ciudad musulmana. Muy cerca, junto a la fuente de la Magdalena, una estrella de David marca el solar donde se cree que se encontraba la casa de los Ibn Shaprut, una de las familias judías más importantes de la historia de España, y más en concreto de uno de sus hijos más ilustres, el médico Hasday ibn Shaprut, diplomático y consejero de los califas Abderramán III y de Alhakén II. Tuvo una enorme importancia en la sociedad de la época y está considerado como el precursor de la gran Edad de Oro de la cultura judía en España y en el mundo (hay muchas novelas inspiradas en este personaje histórico, como Los cipreses de Córdoba, de Yael Guiladi, o El calendario de Córdoba, de Yves Ouahnon).
La judería es solo una excusa para conocer Jaén, una visita que solo está completa si uno se deja llevar a la gran plaza donde se alza la joya renacentista de la catedral de Andrés de Vandelvira, que sorprende por su tamaño en comparación con las dimensiones de la ciudad. Y desde lo alto, desde el castillo de Santa Catalina, convertido en un parador, las vistas sobre el caserío blanco de Jaén rodeado de olivares puede transportar incluso a otros tiempos, a otros siglos, en los que musulmanes, cristianos y judíos convivieron en paz e intercambiaron sus culturas.
Úbeda renacentista, Úbeda judía
En una ciudad renacentista y grandiosa como es Úbeda se pueden hacer no una, sino muchas visitas. La primera nos llevará sin duda a sus principales monumentos, como la Sacra Capilla del Salvador, el hospital de Santiago, a la colegiata de Santa María de los Alcázares, a la plaza del Mercado y sus bellos edificios porticados renacentistas, o a alguno de los casi 50 palacios señoriales que tuvo en su época y de los que se conservan una gran parte. Pero hay otras muchas lecturas y paseos por la ciudad jienense, como el que lleva a seguir las huellas de los judíos, que vivieron aquí desde la Baja Edad Media y desempeñaron un importante papel en la vida civil de la localidad. Trabajaban como curtidores, plateros, recaudadores de impuestos, zapateros… casi siempre en pacífica convivencia con los musulmanes y los cristianos. Eran tantos que Úbeda no solo tiene una judería sino tres, cada una con fascinantes restos históricos.
La judería de Úbeda duró unos 150 años: aparece en el fuero de la localidad desde mediados del siglo XIII y se mantuvo activa hasta algunos años después de los trágicos sucesos de junio de 1391, conocidos como la Masacre antisemita o revuelta antijudía (un levantamiento popular contra los judíos con saqueos, incendios matanzas y conversiones forzadas que hubo en todos los reinos cristianos). Los judíos supervivientes, en su mayoría se convirtieron al cristianismo o huyeron al cercano reino nazarí de Granada. Todo se acabó con su expulsión de la Península en 1942.
Los judíos de Úbeda ocupaban determinadas calles dentro del recinto amurallado, bien protegidos: no en vano, ellos y sus bienes eran considerados en la Edad Media parte del tesoro real. En la judería de Úbeda quedan restos suficientes como para conocer cómo eran las viviendas, visitando las casas-museo judías que habitaron judeoconversos entre los siglos XV y XVI. Como la Casa Museo Andalusí, donde una arcaica puerta da acceso a un patio con plantas y una fuente. Esta finca del siglo XV perteneció a los Chirino Narváez, una familia cuya conversión siempre fue cuestionada por la Inquisición hasta el punto de hacer desaparecer todos sus emblemas de esta construcción y requisar todas sus pertenencias y atributos de nobleza. De hecho, en una de las columnas se puede apreciar una pequeña estrella de David, apenas visible. Destacan sus techos artesanados mudéjares y un secreter con incrustaciones de marfil del siglo XVI en una sala repleta de antigüedades. Se dice que, probablemente, en esta Casa Andalusí existiera también una bodega a gran profundidad que ha permanecido sellada y que sería utilizada como lugar de culto judío para criptocjudíos, falsos conversos que siguieron practicando el judaísmo en secreto.
Otro hito de la judería de Úbeda es la Casa Museo Sinagoga de Salomón, del siglo XIV. Estuvo situada en el callejón de Santa María, junto con la casa del rabino, la panadería y la carnicería kosher. Hoy se puede visitar una sala principal con un pasaje abovedado de estilo mudéjar que conduce a un pequeño mikveh (baño de purificación judío), mientras que el oratorio de dos pisos alberga antiguos rollos de la Torá. En el piso superior, los techos están minuciosamente pintados por la escuela talmúdica y también se guarda un banco de nogal con incrustaciones de marfil y una Torá serfardí en piel de gacela.
Hubo más sinagogas, como la del Agua, del siglo XIII, exquisitamente restaurada. Entre sus maravillas está la zona principal de oración, con arcos de piedra y reliquias históricas, incluido un frasco de perfume del siglo XIII y el subterráneo mikveh abovedado, alimentado con aguas de manantial.
La Casa Museo Granada Venegas, no muy lejos de la iglesia de San Pablo, es una casona palaciega que en su día perteneció a una familia ilustre de judíos islamizados (que luego se convirtieron al cristianismo). En este espacio hay una mezcla de las tres culturas. Lo mejor son los muros con frescos mozárabes del siglo XIII, pero también hay una capilla y dos salas repletas de antiguos objetos mudéjares y judíos. Y llama la atención especialmente la bóveda angular de la bodega (una de las más antiguas de Úbeda) y el taller del alquimista, con su alambique de cobre, así como una Menorah, baúles mudéjares y una pileta mozárabe similar a la trilingüe de la Sinagoga del Tránsito de Toledo. Hay otras estancias ambientadas en el siglo XVI, y no falta un taller de alquimia con su alambique de cobre. Todo un viaje en el tiempo.
Las desdibujadas huellas judías en Andújar
Andújar es conocida sobre todo por la famosa Basílica y Real Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, donde cada mes de abril peregrinan miles de fieles, y también por la cercanía de un espacio privilegiado como es el parque natural de la Sierra de Andújar, hogar del lince ibérico. Pero la devastación en la Guerra Civil y la especulación urbanística de los años sesenta y setenta se llevaron por delante gran parte de su patrimonio histórico y también las huellas materiales de los numerosos judíos que se instalaron en la ciudad, sobre todo tras la anexión de Portugal a España, en 1580, cuando una oleada de judíos portugueses conversos se instaló en la comarca. La mayoría eran personas modestas, como zapateros, sastres, merceros, pequeños tenderos… pero el cabildo impuso normas para controlar a “los portugueses”, que en realidad pretendían regular la presencia de judíos en Andújar, que ya eran numerosos en la Edad Media y que se agrupaban en torno a la calle Juderías, en el centro del recinto medieval. Andújar se convirtió en el siglo XVII en uno de los grandes focos de criptojudíos, y por ello hubo muchísimos procesos inquisitoriales y autos de fe. De hecho, hay documentación que habla de cómo los judíos portugueses sobornaban a miembros del tribunal de la Inquisición para que les avisaran de cuando iban a ser detenidos y poder escapar.
Pero aparte de una historia que nos habla de muchos personajes judíos, poco queda en la ciudad de su pasado judío, aunque sus huellas son imborrables en el trazado laberíntico de su casco histórico, en estrechos callejones como la calle Marías o el entorno de la calle Juderías.
Los dos pórticos de Arjona
En otra ciudad jienense, Arjona, la judería del barrio de San Juan ha sabido conservar la huella del pasado en su trama urbana. Aquí coexistían los judíos con la población autóctona ya desde época de los visigodos y su sinagoga ocupaba el actual emplazamiento de la iglesia de San Juan Bautista. Era una comunidad que compartía otros lugares públicos con las demás comunidades, como los baños públicos, los hornos donde cocían el pan o el matadero donde sacrificaban a los animales según sus propios rituales, aunque tenían sus propias carnicerías y sepultaban a sus muertos en su cementerio.
En Arjona se sabe que había una numerosa comunidad hebrea desde el siglo VII y los reyes visigodos ya promulgaron leyes para garantizar la convivencia entre las comunidades judía y cristianas. Hoy sus huellas se pueden rastrear en el trazado urbano de calles como las de Adarve y Prioratos, vías estrechas, empedradas y adaptadas a la disposición del terreno. Convivían, sí, pero segregados del resto de la población mediante un sistema de empalizada que circundaba el barrio, protegiendo así la vida en comunidad y la defensa en periodos de paz (aunque se convertía en una trampa mortal para sus moradores en tiempos de conflicto). La judería se comunicaba con los barrios anexos a través de portillos o puertas, generalmente vigiladas durante el día y que por la noche se cerraban.
En el caso de la aljama de Arjona, podemos contemplar en un tranquilo paseo dos pórticos de entrada; el primero en la entrada principal al barrio, al comienzo de la calle Prioratos, rematado con un arco de medio punto revestido por una buena capa de cal. El segundo aparece a mediados de esta calle, con una estrella de David en la clave. Es un arco de herradura apuntado, de ladrillo, propio de la arquitectura islámica del siglo X, recurso luego empleado por el arte mudéjar, y muy utilizado, en la construcción de la mezquita de Córdoba. Los dos arcos fueron destruidos en la Guerra Civil, pero se han restaurado.
El gran símbolo y guiño al pasado judío de la ciudad es la menorah o candelabro de siete brazos que preside la intersección de las calles Adarve y Prioratos, uno de los símbolos más antiguos del judaísmo. Una esotérica lápida de mármol la adorna. Está sobre un mirador que asegura unas espectaculares vistas de buena parte de la provincia de Jaén.
Una escapada cordobesa a la judería de Lucena
No está en Jaén sino en la cercana provincia de Córdoba, pero puestos a descubrir la huella judía en el interior de Andalucía merece la pena acercarse hasta Lucena, enclave que tuvo en su tiempo muchísima fama y esplendor y los cronistas de los siglos IX-XII hablaban de ella como la Ciudad de los Judíos. Una ciudad habitada intramuros exclusivamente por judíos en la que vivieron grandes personajes, como Yehuda ha-Levi o Maimónides, y que contaba con una prestigiosa escuela en la que se estudiaba el Talmud. En Lucena se encuentra también el cementerio judío más grande y mejor conservado de Europa, con más de 300 tumbas documentadas.
Hoy Lucena reivindica este pasado cultural con monumentos, calles rotuladas en castellano y hebreo, tradiciones, vocablos, gastronomía... incluso con canciones judeoespañolas que se han transmitido gracias a la cultura popular. También se siguen fabricando de forma artesanal menorás de bronce y januquiás de barro. Su judería puede presumir de ser una de las más bellas de la Península. Aunque Lucena no tiene un barrio judío como tal, porque toda la ciudad era judía hasta la expulsión definitiva de sus habitantes por los musulmanes. Un buen punto de partida es el castillo del Moral, donde está el Museo Arqueológico y Etnológico de Lucena, perfecto para adentrarse en la Edad de Oro del judaísmo lucentino y, sobre todo, las impresionantes vistas del centro que se divisan desde el Paseo de Ronda y la Torre del Homenaje.
En un paseo podemos, por ejemplo, pararnos en la iglesia de San Mateo, que fue sinagoga, pero también mezquita, aunque no queda ningún rastro de sus antiguas confesiones. Si nos alejamos del casco viejo podemos llegar hasta el lugar donde está la verdadera herencia más importante de la antigua Eliossana: su necrópolis judía. 346 tumbas descubiertas de forma fortuita en el año 2006 que guardan la memoria de rabinos, poetas y cuantos vivieron en la Lucena medieval. Al cementerio vienen muchos judíos de todo el mundo, buscando el recuerdo de sus antepasados.
Otro ejemplo de recuperación del patrimonio judeoespañol en Lucena es el Coro de Cámara Elí Hoshaná Ciudad de Lucena, una formación musical que recupera el cancionero sefardí. Y no hay que olvidarse de la gastronomía: en los platos populares y en las tapas de la zona se rastrea la herencia judía junto con la árabe. Lo mejor es probarla, por ejemplo, en el restaurante Tresculturas (Herrerías, 2), donde se reúne lo mejor del recetario judío, árabe y cristiano.
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