Mala Rodríguez: “Soy un poco fiera, sí, pero la fiera sale cuando yo quiero”
Fue la primera gran rapera española. Mala Rodríguez cambió las reglas del hip hop, en el que jugaban hombres repitiendo lo que antes habían hecho otros hombres. Cuando pensaba que la música ya no le iba a dar nada más, fue reivindicada por las nuevas generaciones. Pasamos un día con ella en Barcelona ahora que publica un libro de memorias. Desencadenada, deslenguada y desmemoriada.
La Mala no está bien. Se tumba sobre la cama de una habitación de hotel en Barcelona. Suspira, levanta la parte superior del conjunto en denim que viste y muestra un sarpullido bastante serio. “Ha sido acabar la última revisión del libro y empezarme a salir mierdas de estas en la barriga. Se han extendido por casi todo el cuerpo. Ayer fui a urgencias, y yo pensando: ‘No me jodas que ahora que tengo las fotos me sale todo esto. Al menos, no pica”.
El libro al que se refiere María Rodríguez (42 años, Jerez de la Frontera) es Cómo ser Mala (Temas de Hoy), el volumen de memorias que publica el próximo 30 de junio. Las fotos son las que ilustran este reportaje. Han sido ocho horas de sesión que ha empezado y acabado en este hotel, el Casa Bonay, donde escribió gran parte del libro. Vive con sus hijos en una casa en la ladera del Tibidabo, pero se escapa cuando necesita concentración. Durante la jornada, varias paradas por el Born y el Raval que ha complicado el sarpullido e incluso un inesperado encuentro con un fantasma del pasado reciente de esta pionera del hip hop español, la primera mujer en hacer muchas cosas en este país y la última artista que muchos pensaban que en 2021 sería una de las más apreciadas y reivindicadas por las nuevas generaciones. El éxito y la vigencia de Mala Rodríguez —La Mala— es un mensaje de esperanza para quienes aún creen en la música como uno de los pocos negociados en los que el diferente puede llegar a jugar en igualdad de condiciones con el convencional.
Cómo ser Mala no es un libro de memorias al uso. Desde su estructura, fragmentada y no lineal, hasta la forma casi oral en que está redactado, pasando por la manera en que La Mala trufa anécdotas, reflexiones y posicionamientos vitales ante temas como el feminismo, el aborto o la amistad. “La verdad es que he escrito de lo que me he acordado, y me ha costado mucho, hasta el punto de que el otro día no tenía muy claro si había recordado escribir sobre el día que quemé mi casa. Eso es muy grave. ¿Cómo no me acordé del incendio? Soy como Dori [entrañable y desmemoriado personaje de Buscando a Nemo]. Y encima, van y ponen memorias en la portada. Yo lo veía más como un libro de aventuras o la historia de una chica que se monta en un tren. Quería que fuera algo vivo, no estar tumbada ahí como en una hipnosis o una regresión… ¡Regresión! ¡Teníamos que haber puesto regresión!”, grita La Mala con el fin de que los miembros de su equipo y de la editorial que se hallan en la estancia contigua la escuchen. No se oye respuesta y al cabo de un par de minutos, cuando uno de ellos aparece con dos copas de vino, todo se ha olvidado. “Este vino está buenísimo, prueba, prueba… Los capítulos de por la mitad son los que más me han costado, ¿me preguntaste eso antes?”.
El primer larga duración de La Mala, Lujo ibérico, se publica en el año 2000 y llega a ser disco de oro (más de 50.000 copias vendidas). Se trata de una sorprendente mezcla de flamenco y hip hop hecha por alguien que sabe mucho de ambas cosas. Dos años antes, se había mudado a Madrid y se había introducido en el corazón de la escena rapera de la ciudad.
De la narración de aquellos tiempos como artista emergente se puede sacar el perfil de cómo serán los héroes y los villanos que habitarán posteriormente la carrera de la artista. Los primeros se parecerán casi todos a Jota Mayúscula, dj y productor, miembro de CPV y uno de los principales divulgadores y propulsores del rap en España, que murió el pasado mes de septiembre a los 48 años. “Era una persona muy especial, un visionario. No he conocido muchos de esos. Me decía: ‘Vendrán los latinos y todo va a cambiar; se va a poner bonito’. Lo que no vio venir es que las mujeres iban a tomar el control. Jota hablaba de los inmigrantes y de cómo le iban a dar color a España, de cómo enriquecerían la música de aquí”.
Tras su debut, La Mala publica cuatro discos más —Alevosía (2003), Malamarismo (2007), Dirty bailarina (2010), Bruja (2013)…—, cada uno con su intrahistoria y cada uno aportando algo especial. Gana dos Grammy Latinos en 2010 y 2013. Toca por todo el mundo, se enamora de Cuba y Puerto Rico. “He actuado en sitios muy extraños y con gente muy aleatoria. En infinidad de ocasiones he sido la única tía en bragas sobre el escenario”, recuerda. Entonces, como casi todos los grandes, María siente que debe desaparecer. Está harta de todo. Termina en San Diego, California, dedicándose a reparar y revender coches usados. No tiene carné de conducir. “Conocí a Saul, con el que iba a trabajar. Me fue a recoger en una limusina y me enseñó el negocio. Había un margen de beneficios bueno en la compraventa de carros. Me saqué mi carné de conducir estadounidense. Conocí a un chico con el que tuve una hija. Jamás había tenido antes una pareja que no fuera tóxica. Igual es que yo antes también era tóxica. Saul no sabía que yo era cantante. Estuve allí no sé cuántos putos meses y no me salió ni un bolo, hasta que al final conseguí uno. Le invité y se quedó loco. Fue muy divertido. Eso luego lo he hecho con más gente, personas que no saben quién soy y que he conocido, no sé, en el gimnasio, y una noche los invito a un concierto mío y flipan”.
Cuando siente que su aventura estadounidense no da más de sí —se extendió durante seis meses de 2014—, La Mala vuelve a España. Todo ha cambiado. Esa escena musical que, poco a poco, parecía alejarse de ella, ha dado la vuelta entera y no solo está ahora en plena sintonía con la forma que tiene María de entender todo esto, sino que además la celebra como un referente. Son los años del trap. Las nuevas generaciones quieren matar al padre y santificar a la madre. Y la madre es ella. Sin esa nueva hornada de músicos hoy no estaríamos aquí.
Solo hay que echar un vistazo a la portada de Cómo ser Mala. La imagen de María que la decora tiene mucho más en común con la que ofrecen Bad Gyal, La Zowi o cualquier joven trapera que esa anquilosada, mimética y domesticada reinterpretación del arte urbano y las calles de Brooklyn en que se ha convertido aquel primer hip hop del que ella formó parte. En 2019 recibe la certificación oficial de que vuelve a importar al recibir el Premio Nacional de las Músicas Actuales. “Me encuentro más a gusto con los jóvenes, obvio. Me dio mucho coraje cuando intentaron matar toda la nueva ola. Sentí que estaban haciendo la misma mierda que le hicieron a Sólo los Solo, que para mí es uno de los grupos más bestias de aquella época del rap. Si hubieran dejado que más gente explorara por ahí, ahora estaríamos flipando. Pero no, los paralizaron. ¿Quiénes? La gente esta que copia y copia, que está reinterpretando algo que ya se ha escuchado. No veo nada nuevo ahí. Mira, es guay que la gente toque cosas de Chaikovski y tal, pero que no maten a aquellos que quieren hacer algo distinto, por Dios. Eso para mí es comunismo. ¿Todo el mundo tiene que hacer lo mismo? ¿Por qué? ¿Por tus cojones? Pues no”.
—Si empezara ahora, ¿qué tipo de música haría?
—Muy deprimente. Oscura. Siendo hoy joven y viendo todo lo que hay, creo que no me sentiría muy optimista. Percibiría un mundo hostil. Lo mío sería una onda más drip y con contenido profundo y honesto. A ver, que no digo que gente como Tangana no sean honestos o profundos, pero si yo estuviera empezando, vería a Tangana como a un viejo que hace pop.
—¿Es necesario sospechar de todo lo masivo?
—Mira, mi tío me decía: “No hagas nunca música que pongan en la radio, por favor te lo pido”. Imagina qué cabrón, me arruinó la vida. Me lo complicó todo. No me digas eso ya de entrada, que me has jodido la carrera. Sé por qué me lo decía, hacer pop fresa es un poco como una traición de donde yo vengo. ¿Voy a ignorar mis orígenes para perseguir lucecitas? No. Yo hago rap sin lucecitas y lo ilumino todo.
—¿No cree que este es un buen momento para que explique qué le pasa con Rosalía?
—A ver cómo digo esto… Si no me entusiasma, ¿ya soy una hater? Se pasaron toda la promoción de Contigo [el sencillo lanzado por La Mala junto a Stylo G el año pasado] hablándome de esa movida. Pero si yo vengo a hablar de mi libro, qué me estáis contando. Al final le cogeré asco a la muchacha. Es como Paulina Rubio en su día, una artista de pop. No creo que me tengan que comparar con ella. Vale, ha cogido de allí y de aquí. Pero lo ha cogido ella, no yo, tócate los huevos. Ha escuchado mi discografía ocho veces, me veo en sus logros y eso es guay, pero yo soy muy feliz con lo mío.
El libro está lleno de mujeres. La primera, obviamente, su madre, que la tiene siendo una adolescente en Jerez de la Frontera. Dos años después se mudan a Sevilla. Cuando María crece y empieza a visitar las casas de sus amigas, descubre que su hogar no es normal. Lo que sucede en aquellas casas tras la cena, de lo que se habla, las dinámicas que se establecen, poco tenían que ver con lo que pasa en la suya. Son distintos. Y a diferencia de muchos niños, le gusta que los suyos sean distintos. Decide que ella también lo será. Y no lo esconderá. “Mi madre es muy importante porque ella lo ha sido todo. Ella me ha enseñado a ser una hija de puta. Es una tía dura. Yo no soy dura, soy fuerte, que es distinto. He leído libros de autoayuda, ella no. Me he pagado terapia, he invertido. Éramos una extraña familia, pero muy guay”, recuerda La Mala. “He tratado de hacer cosas nuevas. El ser humano sería muy deprimente si repetimos siempre lo que ha hecho el anterior. Hay que evolucionar. A ver, yo no creo que vengamos del mono. Eso es una discusión que, si quieres, la tenemos…”. Mejor no, gracias.
—¿Cree que hay que decir siempre lo que se piensa?
—Hablo cuando me toca. Un tío mío decía: “A esta niña hay que darle un guantazo”. Y yo pensaba: “¿Pero por qué me tiene que dar una hostia? ¿Por qué no puedo decir lo que quiero si todos estos tíos en la mesa no dicen más que tonterías?”. Soy un poco fiera, sí, pero la fiera sale cuando yo quiero. He tenido mucho tiempo para alcanzar el autocontrol.
—En el libro confiesa que hay gente que cree que no es usted empática.
—Creo que es porque soy acuario y paso mucho tiempo en mi planeta. Está muriéndose tu tía y yo no te he dicho nada. Y no es que no me importe lo de tu tía. Se me quejan desde pequeña. Mi mejor amiga me decía: “Es que te estoy contando esto y no me estás escuchando”. Yo le respondía que sí, que la escuchaba, pero que podía hacer más cosas a la vez. Mira, tal vez desconecto un momentito, pero vuelvo. Siento el dolor de las personas. No soy como el loco ese de The Big Bang Theory. Sheldon, ¿no? No, no soy ese tipo.
—¿Es frívola?
—Frívola con cojones. Tengo unos días estoicos y otros más pocholos.
—¿Qué relación mantiene con el dinero?
—Me lo he gastado todo. Me he ido a la bancarrota unas pocas veces. ¿No decíamos de aprender equivocándose? Pues lo he llevado al pie de la letra. Si no te equivocas nunca, ¿quién eres? ¿Espinete? ¿Qué te pasa?
La dinámica que establece María en la narración con las mujeres que han formado parte de su vida es de compañerismo. Todas las que vienen y se van y todas las que vienen para quedarse son parte de una historia que es tremendamente tentadora leer como un relato de superación y como una llamada a la sororidad. “Si parece eso, pido perdón”, interviene. “Es algo raro que haya tantas mujeres. Lo normal era que llegara un padrino, jugar en el bando fácil, comer pollas. Yo no jugué por ahí, fui todo el rato por la banda. No he querido tener prisa, he sentido siempre que soy corredora de fondo y mira que eso no me gusta nada, desgasta mucho las rodillas. Pero yo sabía que me tocaba ser corredora de fondo. Ser tía no lo he visto complicado”.
Si no hay una llamada a la mente de las otras mujeres en el libro, lo que sí hay es una ingente cantidad de reflexiones sobre el cuerpo propio, con el que María ha mantenido una relación tormentosa hasta hace unos años. “He sufrido algunos desórdenes de esos de vomitar mucho. Antes era muy normal que las chicas fueran flacas, y yo era culona. Cuando me fui de Sevilla empecé a adelgazar, hasta llegar a los 42 kilos. Me costó reponerme. Yo me veía bien, delgadita, pero no estaba bien. Ahora, otra vez gordita, me siento estupenda. Esto me hace pensar en esa frase de una peli de Tarantino: ‘¿Por qué lo agradable al tacto no siempre es agradable a la vista?’. Mira, yo he follado con un boxeador y no lo recomiendo, es como follarte a una mesa. ¿Paso la bayeta?”. Mala Rodríguez también recomienda no practicar sexo en una piscina.
María es madre de tres hijos y vive en Barcelona. En 2020 volvió con nuevo trabajo, Mala. Y ahora tiene un disco casi a punto, el primero en el que ha colaborado con un compositor (y cuyo título provisional es Amor y odio). También ha escrito una serie de televisión junto a una amiga y pronto empezarán las emisiones de su canal de cocina en Twitch. “Esto funcionará por las tonterías que digo”, apunta la mujer con la cuenta de Instagram más descabellada del panorama nacional. “Mi Instagram es lo más. Y la gente que me sigue son lo puto más, todos unos cachondos y cachondas. Deberías ver los mensajes privados que me llegan, es que me parto. A veces le digo a mi hijo mayor: ‘Mira, contesta tú’. Eso, que lo sepan. Nos meamos de la risa. Si ves el Instagram de Beatriz Luengo, pues ves a Beatriz Luengo. Si ves el mío, ves a la cabra mocha. Me gustan los colores, me gusta reírme”.
María hace una pausa, coge el ejemplar de pruebas del libro que hay sobre la cama y lo vuelve a hojear. Pone cara de querer decir una cosa antes de que le pregunten por otra. “Mis hijos me quieren mucho, me admiran y son mis fans número uno. Me dicen: ‘Mamá, estás loca, pero te queremos mucho’. Me conocen, saben que tengo momentos en que necesito estar sola y luego vuelvo con alguna locura. He sido siempre una farolera. Ha sido muy divertido vivir”.
Charlas sobre la vida y la música
Recuerda María Sioke que las primeras ocasiones en que escuchó a La Mala fue en el coche de su madre, en verano, yendo a la playa. Sonaba el disco 'Malamarismo' (2007) en esos viajes y aquella madre joven, sin saberlo, estaba abriendo un nuevo mundo a su niña. Hoy, María es una de las más firmes esperanzas del nuevo pop español. Sabe de la deuda que tienen las artistas de su generación con Mala Rodríguez, quien les enseñó que era posible hacerse sitio en un lugar dominado por hombres. “Las primeras veces que me encontré a La Mala me daba mucha vergüenza, pero siempre fue muy amable conmigo. Ahora, cuando nos encontramos nos podemos pasar una hora charlando sin parar. Siempre ha apoyado mi música, la ha compartido”. La cercanía mostrada por La Mala con las chicas de la nueva generación musical se extiende incluso a su propia representante, Patricia Zavala, quien tiene 11 años menos que la autora de 'Lujo Ibérico'. “Para mí, trabajar con ella es una oportunidad única. Nos complementamos y nos compenetramos. Creo que lo que ha hecho por la música en este país es enorme”. Zavala minimiza las complicaciones que puede tener colaborar con alguien con cierta fama de complicada. “Es bastante fácil. A ver, algunas veces se te escapa, pero nada grave. Y bueno, en estos meses en los que los conciertos son con distancia y tal, debes estar un poco atenta a que no suba nadie al escenario, como a ella le gusta hacer, porque no se puede. Se le olvida, pero para eso estamos”. La relación de La Mala con Zavala es la de una camaradería enorme, mucha confianza y una cercanía casi familiar, cuenta. En cierto modo, es muy similar al vínculo que ha establecido la artista con el equipo que la ha ayudado a confeccionar su libro de memorias. “A veces han sido sesiones de más de 16 horas hablando. Casi se te olvidaba que estabas con un proyecto editorial y que aquellas charlas eternas sobre la vida, la música, lo que fuera, tenían que concretarse en algo”, recuerda Marcel Ventura, director editorial de Temas de Hoy, sello que publica 'Cómo ser Mala'.
Créditos. Estilismo: Miguel Padial. Producción: Motif Management & Production. Maquillaje y peluquería: Lidia Yélamos.
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