Ellas rompieron los moldes
Desde la Dama de Elche hasta Elsa Pataky, pasando por Josefa Samper, primera Miss España, o Marisol. El devenir del canon estético prueba que el cliché sobre la belleza femenina española no es más que otra consecuencia de la imposición de la mirada masculina sobre la mujer
A Josefa Samper Bono la coronaron Señorita España en enero de 1929. Valenciana, de 21 años, la primera de nuestras misses era castaña tirando a rubia, los ojos azules, la tez clara, las mejillas sonrosadas. El escultor Mariano Benlliure y el pintor Manuel Benedito, jurados, votaron por ella. Dicen que tenía todas las papeletas para haberse llevado también de calle el Gran Concurso Internacional de Belleza que se celebró meses después en París, pero quiso la fatalidad que la reina María Cristina falleciera la víspera de la final y Pepita, contrita, decidiera retirarse de la competición. ...
A Josefa Samper Bono la coronaron Señorita España en enero de 1929. Valenciana, de 21 años, la primera de nuestras misses era castaña tirando a rubia, los ojos azules, la tez clara, las mejillas sonrosadas. El escultor Mariano Benlliure y el pintor Manuel Benedito, jurados, votaron por ella. Dicen que tenía todas las papeletas para haberse llevado también de calle el Gran Concurso Internacional de Belleza que se celebró meses después en París, pero quiso la fatalidad que la reina María Cristina falleciera la víspera de la final y Pepita, contrita, decidiera retirarse de la competición. Lo que sí se trajo la joven modelo de aquella experiencia en la capital francesa, aparte del agradecimiento de Alfonso XIII por su gesto de duelo, fue una sonada fotografía de Gómez y Novella: posando en traje de fallera junto a la exiliada Dama de Elche. En la imagen, ambas, miss y Dama, parecen compartir confidencias. “Este bellísimo ejemplar de la civilización ibérica se ha considerado después como la más genuina representación de la mujer española en los tiempos antiguos”, glosaba una crónica de la época, sacando pecho histórico-estético a cuenta de aquel breve pero muy calculado encuentro entre presente y pasado, encarnados en las dos paisanas: “Ya no es el curioso documento de piedra de las edades pretéritas, sino la personificación de la mujer ibérica”.
Del hallazgo en la localidad ilicitana de L’Alcúdia de la escultura que más y mejor ha ayudado a la construcción de cierta identidad en torno al eterno femenino nacional se cumplen justo ahora 125 años. Un siglo y cuarto durante el que esta singular pieza de arte íbero, datada entre los siglos V y IV antes de Cristo, ha servido para hilar una narración tan mítica como evocadora, con infinidad de lecturas, pero ninguna justificación que no sea emocional. “Todas le otorgan un aura de sacralidad imprecisa y un uso probable, aunque no necesariamente prístino, como urna funeraria. En consecuencia, pudo ser muchas cosas: tumba, diosa, novia e indudablemente aristócrata antes que mujer vulgar”, expone Sonia Gutiérrez Lloret, catedrática de Arqueología de la Universidad de Alicante, a propósito del hito fundacional del canon de belleza español, si es que algo así existiera. “A partir de los años veinte del pasado siglo, la Dama se vinculó a la idea de la mujer española, pero también de la valenciana, pues no era sencillo evadirse al tipo costumbrista levantino inmortalizado por el fotógrafo José Ortiz Echagüe”, continúa la autora de Memorias de una Dama: La Dama de Elche como “lugar de Memoria”, ensayo incluido en el volumen El franquismo y la apropiación del pasado (editorial Pablo Iglesias, 2017). “Esa devoción reverente se aprecia muy bien en el juego de espejos que representa a la Señorita España, la valenciana Pepita Samper, ante el busto de la Dama”, concluye la arqueóloga.
“Tiene la gloria de una reina y posee el atractivo de un ángel con la fuerza de una amazona”, proclamó Salvador Dalí en 1955, atribuyendo al icono íbero una “nueva idea de la belleza para una nueva era”. Más de media centuria después, en 2011, los lectores de una ya desaparecida revista dedicada al culto al cuerpo eligieron a la Dama de Elche “la española más sexy de todos los tiempos” en votación abierta, por delante de nombres recurrentes en este tipo de listas del tirón de Elsa Pataky o Pilar Rubio. Al que fuera director de la publicación nunca le quedó claro si se trató de un monumental troleo en plan Forocoches. Lo que sí se entendió como provocación consciente fue la irrupción del fotógrafo barcelonés Roc Herms en la arena de Tinder con una foto de Pepita Samper como avatar, en 2016. Una performance digital con la que este artista visual quiso constatar que, real o virtual, el espacio-cuerpo de la mujer sigue siendo un campo de batalla: en apenas tres días de atribulada representación como antigua reina de la belleza en la moderna app de citas consiguió 190 matches. Para el caso, que Dama y miss gocen de tamaño recorrido en el imaginario colectivo quizá sea otra evidencia de que la interpretación de nuestra belleza femenina no es tan estereotipada como se ha dado a entender interesadamente.
Morena, la de los rojos claveles, la de la reja floría, la reina de las mujeres, sí pero menos. Ese ideal que recoge a ritmo de pasodoble La morena de mi copla (1929), en las voces de Estrellita Castro primero y Manolo Escobar después, no es sino un artificio con el que también se quiso dar respuesta desde la estética al refuerzo histórico que precisaba una España en crisis de identidad tras la pérdida de las últimas colonias en ultramar, a finales del siglo XIX. La reivindicación de la tradición mistificada desde cierta élite intelectual encontró entonces en los retratos femeninos de Julio Romero de Torres a “una mujer de bandera, de bandera española, que desfila desde al menos la Carmen de Mérimée como encarnación de la belleza racial patria, con ese pintoresco aire agitanado que las folclóricas asumieron como esencial”, según recoge el músico y periodista Fidel Moreno en ¿Qué me estás cantando? Memoria de un siglo de canciones (Debate, 2018). “En esta canción nacional, lo andaluz —una terrible reducción prejuiciosa y orientalista de la imaginería popular andaluza y del gitanismo, no lo olvidemos— será considerado la quintaesencia de lo español”, prosigue El Hombre Delgado (a efectos discográficos). Claro que si las mujeres de tez aceitunada y profundos ojos oscuros que pintó el cordobés terminaron convertidas en canon fue porque la eficacia de su charm ya había sido probada con anterioridad Europa adelante, de La Bella Otero a Carmen Tórtola Valencia, en quien por cierto se inspiró el dibujante Eduard Jenner para crear la imagen de Maja, el perfume con el que Myrurgia quiso embotellar “los secretos de la coquetería española” en 1918.
La representación/validación de la belleza femenina española durante este último siglo y cuarto no difiere en realidad demasiado de lo dispuesto en el resto del mundo, con cánones estéticos de alcance global servidos por los medios de comunicación de masas. Sorprende, sin embargo, el predicamento del que gozó aquí la copla durante un tiempo para determinar quién era la guapa y quién la fea (“no tiene los ojos grandes, no, no, ni tiene el talle de espiga, no, no, ni son sus labios de sangre”, criticaba por ejemplo Concha Piquer en A la lima y al limón, la tonada favorita de los españoles en 1940), atributos de los que se imbuían asimismo sus intérpretes. Y luego está el daño psicológico-emocional que causaron todo tipo de consultorios en revistas y radios al calor de una moralidad pacata, claro. “Los hombres se aburren mucho con las mujeres de ojos enrojecidos y sonrisa escuálida. Ofrécete a su vista sugestiva, graciosa y alegre”, se invitaba a la mujer de posguerra, como recordaba Carmen Martín Gaite en El cuarto de atrás (1978). Sobre esto ya lo advertía el pasodoble: Romero de Torres pintó la mujer morena, con los ojos de misterio y el alma llena de pena.
Hoy que el canon se ha ampliado y enriquecido como nunca desde la diversidad, sobre todo gracias a los migrantes de segunda y tercera generaciones, el significado del busto de la misteriosa mujer hallado hace 125 años en un yacimiento iberorromano levantino resulta especialmente relevante. “Hay que hacer entender que el pasado es plural, mestizo, que no hay esencias, ni destinos escritos en los genes de los pueblos”, insta Gutiérrez Lloret, designada vocal del Patronato del Museo Arqueológico Nacional en julio, desde el portal Mujeres con Ciencia. “El pasado es una construcción que debe ser crítica, no mitológica o legendaria. Conviene recordarlo mucho”.