Letras afiladas y folclore irreverente: el Carnaval de Cádiz abre su museo
Popular e irreverente, la gran fiesta de Cádiz se renueva cada invierno con las afiladas letras de sus coplas. Su historia y folclore ya tienen casa en un nuevo museo
El taxista que nos recoge en la estación de tren cuenta, al saber que vamos a fotografiar y escribir sobre Cádiz, que su hermano estudió con “el Kichi”, el alcalde que ha marcado el acento de la ciudad en los últimos ocho años. Frei, como le llaman, sortea la salida de la estación y cuenta que el regidor “es carnavalero”. Habla de José María González con pena contenida porque no repita, pero en cambio se le ilumina la car...
El taxista que nos recoge en la estación de tren cuenta, al saber que vamos a fotografiar y escribir sobre Cádiz, que su hermano estudió con “el Kichi”, el alcalde que ha marcado el acento de la ciudad en los últimos ocho años. Frei, como le llaman, sortea la salida de la estación y cuenta que el regidor “es carnavalero”. Habla de José María González con pena contenida porque no repita, pero en cambio se le ilumina la cara si habla de la apertura del museo. “Ya era hora de tener un lugar donde se pueda conocer lo que es el carnaval durante todo el año. Hacía falta”, lo dice mientras circula con destreza en paralelo al carrilkichi para bicis que rodea la ciudad. Frei, como el resto de los taxistas, apenas puede participar los días de fiesta: “No paramos de trabajar, es nuestra mejor época con diferencia”. Como la mayoría de la gente a la que se pregunta por la apertura de un centro que llevaba años encima de la mesa de distintos gobiernos, cree que el oficialmente Centro de Interpretación del Carnaval de Cádiz es un activo para quienes visitan la ciudad. Otro asunto distinto es cuando se intenta explicar cómo encajar la filosofía del carnaval dentro de un museo. “El sitio es idóneo, en el centro, en plena zona carnavalera. Ahora lo que hace falta es que tenga contenido, que no sea una pantomima”, dice antes de dejarnos en nuestro destino.
De contenidos sabe Alberto Ramos Santana, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Cádiz, director de la cátedra sobre el carnaval, voz autorizada, autor de textos y libros sobre la popular fiesta. Ramos acude casi cada día a la taberna La Manzanilla, un local abierto desde 1932 que solo sirve vinos de Sanlúcar. Un lugar de olores sugerentes y excelente trato nada más cruzar la puerta. Regentado por distintas generaciones, se apuntan las rondas con tiza en una barra de madera que ha visto mucho carnaval y resiste a los vaivenes del tiempo. Ramos explica el significado que para él tiene la apertura: “La ciudad necesitaba un lugar donde recoger toda la historia. Quizás ha tardado mucho tiempo, pero ya está aquí. Hay que trasladar una imagen del carnaval que no sea que genera solo fiesta, sino también patrimonio artístico y cultural”. Y añade con conocimiento de causa: “Hay documentación, hay muchísimo material”. Fernando Quiñones, escritor que abanderó en vida la reivindicación de Cádiz, apuntó que “la geografía carnavalesca es eminentemente portuaria”. Una afirmación que mantiene también Ramos: “La difusión se hace a través de ciudades costeras, del mar. Hay de interior, pero son muy distintos. El carnaval de Génova influyó en el de Cádiz, y el nuestro, por ejemplo, en el de Cuba y Uruguay. La particularidad del carnaval de Cádiz en España es que se recuperó durante el franquismo, mientras que la mayoría no volvieron a celebrarse después de la Guerra Civil hasta 1979 o principios de los ochenta, porque estaban prohibidos”. Escuchar a Alberto Ramos en su taberna es un lujo: “Uno de los aciertos es que no solo se va a reconocer a los autores de las letras y las músicas de carnaval, sino también todo lo que tiene que ver con artesanos y decoradores, sastres, costureras, maquilladores…, que muchas veces ha estado oculto. La mujer siempre estuvo en un segundo plano, cuando algunos oficios, como las costureras, han sido fundamentales”.
El día que el cielo se tiño de rojo
El 18 de agosto de 1947 la detonación de un depósito de explosivos de la Armada provocó un “seísmo” en la ciudad, el cielo se tiñó de rojo y una enorme nube de humo, similar a la de una bomba atómica, cubrió la bahía gaditana. Hubo muchas víctimas, las cifras oficiales se quedaron cortas: 150 muertos y más de 5.000 heridos. La ciudad crujió física y emocionalmente. Tras la catástrofe, el gobernador franquista de la época decidió que había que animar a la población. Su intención fue hacer un encuentro diferente al carnaval ilegalizado. Se permitió entonces la “fiesta de los coros”, antecedente del concurso oficial de carnaval que se celebra en el Teatro Falla. En privado se recuperó la fiesta canalla, la canción irreverente y la crítica mordaz. A Ramos le hace gracia esa paradoja: “Son días en los que se tolera la inversión de valores. El carnaval es crítica fundamentalmente. No se puede entender una agrupación carnavalesca que no sea crítica, también muchas veces contra el poder político. Con el franquismo se hizo de forma soterrada, lógicamente es más fácil en democracia”, señala mientras saborea un vino. Y añade como ejemplo: “Hay una sentencia judicial fantástica donde el dueño de una fábrica de tabaco denunció a los trabajadores porque durante una huelga habían cantado una copla insultante. La sentencia del juez fue: ‘Usted no se ha enterado de dónde vive”.
Ana López Segovia, fundadora de la premiada compañía de teatro Las Niñas de Cádiz, directora de la última gala de los Premios Max celebrada en el Teatro Falla, se alimenta de esa cultura. “Es una filosofía de vida, es mirar el mundo desde el humor, decir en alto que aquí estamos de paso, que, aunque hayan pasado civilizaciones, Cádiz sigue aquí”. Para ella, que creó en 1997 con unas amigas Las Chirigóticas, una de las primeras chirigotas de mujeres, “en el carnaval, cuanto más mamarracho vayas vestido, más prestigio tienes. Es una fiesta democrática, porque la ostentación de dinero aquí no tiene sentido”. Ana López, que ha recorrido muchos teatros y pateado muchas tablas, cuando habla de esa particularidad “popular” e “irreverente” le brillan los ojos: “En la calle hay una fascinación del público que no encuentras en los teatros convencionales”, apunta desde el patio de butacas del Teatro Falla. Las Niñas de Cádiz se definen como “compañía de teatro que trabaja desde las raíces”, sus obras tienen buena crítica y público fiel. López conoce bien el Falla, sede totémica del concurso donde participan agrupaciones de Andalucía, pero también de sitios tan distantes como Barcelona, Ceuta, Mérida o Santoña. “El concurso que se hace aquí es un hecho único, igual que las actuaciones callejeras son parte del folclore gaditano. Y lo que es maravilloso es que ese folclore se renueva cada año, es un arte vivo, no tiene fin”, remata.
De esa constante reconversión de la fiesta y de las dificultades para condensar ese espíritu de diversión y carácter popular en un museo sabe mucho el escritor David Monthiel, autor del libro Historia general del Carnaval de Cádiz (El Paseo, 2021) y creador de un personaje ficticio de novela negra gaditano, Rafael Bechiarelli, que protagoniza una trama de intriga durante los días de jolgorio en Carne de Carnaval (El Paseo, 2017). Monthiel reconoce que es difícil señalar la fecha exacta del inicio de la fiesta, aunque hay documentación sobre el evento desde finales del siglo XVI y seguridad de que su origen es anterior. Para el autor gaditano, la riqueza está en la mezcla plebeya de orígenes, presentes en la ciudad a través de las herencias sanguíneas del puerto. Desde la época de los tirios, los apellidos genoveses, la africanidad andaluza y las conexiones caribeñas que emparentan Cádiz con Veracruz, La Habana o Nueva Orleans. En su opinión, el museo “significa una oportunidad para dar visibilidad a toda esa cultura popular que estuvo denostada por chabacana y obrera, es darle un sentido patrimonial a la gente que hace que el carnaval ocurra de nuevo”. Pero añade una paradoja: “La fiesta de la calle es en sí misma inmuseificable”. Lo explica con sonrisa irónica y gesto relajado, no como crítica. “Por la propia naturaleza del carnaval de calle, por esas letras que dicen una barbaridad o, como decimos aquí, por soltar un bastinazo. Meter eso en un museo es sacarlo de contexto, vaciar de sentido algunos chistes”. A pesar de esa dificultad, reconoce que el centro es una “vieja aspiración” y que, además de funcionar como archivo, debe estar atento a las novedades sociales que se producen. Pone como ejemplo el feminismo, “cuyo impacto en el carnaval es innegable y determinante para su riqueza”.
Cádiz se transforma
En los días que dura la fiesta, Cádiz se transforma. El paisaje se inunda de disfraces, en las calles hay carrozas y en las esquinas se hace fuerte la ironía de agrupaciones callejeras. El día irradia alegría; la noche, complicidades diversas en busca de letras hilarantes. Abundan las coplas afiladas que desafían lo establecido y las estructuras de poder más o menos formales. Puede ser un alcalde, como el propio Kichi, o el dueño rácano de un bar. Hay guasa y cachondeo en un ambiente compartido. Como dice Monthiel, la actualidad se cuela por las rimas, a veces como dardos afilados. A su vez, el concurso se televisa y los hoteles están llenos. El bullicio y el ritmo son constantes durante días y la ciudad entera está en el ajo.
Marta Ginesta ha estudiado el papel de la mujer en el carnaval desde una perspectiva feminista. Ella misma participa en una chirigota de mujeres, Cadiwoman. “La fiesta es una representación de la sociedad. Las sociedades patriarcales tienen fiestas patriarcales, y si dentro de los hogares sigue habiendo desigualdad, el carnaval es otra esfera más de esa situación”. Ginesta agradece que el Ayuntamiento refuerce esos días campañas contra la violencia machista y valora cierto cambio en letras y comportamientos, aunque cree que queda mucho por cambiar. “En el museo tiene que haber una perspectiva feminista. Tiene que haber memoria histórica para las mujeres, reflejar que en muchos momentos no estábamos o fueron muy criticadas las que participaron”. Para ella ese ejercicio de memoria no debe ser anecdótico: “No somos la cuota a rellenar, somos el 50% de la ciudad y nuestra historia no se ha contado porque no hemos podido participar en igualdad de condiciones”. Para la investigadora es una cuestión de responsabilidad social y se tiene que reflejar para las nuevas generaciones, porque la participación en el concurso oscila todavía “entre un 8% y un 10% de mujeres”. “Y eso es muy poco”.
A Lola Cazalilla, concejala de Cultura del Ayuntamiento, le salen las palabras a chorro, se muestra entusiasmada con la apertura. “La casa del Carnaval”, dice, debe servir para poner en valor la historia, pero más importante para investigar sobre su patrimonio. Lo cuenta desde el patio del centro, por el que entra una luz que cubre toda la estancia con la calidez que emana la ciudad. “Cuando llegamos nos encontramos con la tarea de ver cómo dar forma museográfica al carnaval, que realmente no se puede contener, porque está vivo y muta permanentemente. Frente a ese reto, pensamos que no debía ser un contenedor, sino un espacio donde el carnaval pudiera reposar, encontrarse y reflexionar. Como en una casa”. El centro, la casa o el museo tiene una zona de exposición permanente revisable cada tres años, zona de exposiciones temporales y un auditorio. También salas polivalentes para asociaciones y un espacio de estudio para investigadores. Un reto, el llevar la fiesta a la academia, muy presente en varias conversaciones. “Para mí el carnaval muestra cómo el arte popular alcanza la excelencia. La cultura es una herramienta de transformación social”. Y señala la particularidad gaditana, porque los carnavales tienen como característica común baile, desfile, música o disfraz, pero no la letra, “la composición literaria”. “Solo Cádiz y Montevideo tienen como elemento vertebrador la composición escrita, y eso es fascinante”, apunta la concejala.
Cádiz atrapa y genera morriña. Tiene su propia diáspora, el turismo aporta y araña. En los comercios hay desparpajo, en los bares talante. Sale buen olor de las cocinas, los barrios tienen membrete, sus calles rebosan arte y el equipo de fútbol hace piña con la población. Hay mucha heroicidad autóctona, en el flamenco la ciudad se escribe con letras de oro. Fabio Castro Jiménez vivió en Barcelona un tiempo, volvió y ganó el premio del cartel del carnaval de 2023 por votación popular. “Se me ocurrió después de hablar con una foto de mi bisabuela. Tenía dudas sobre mi futuro. Mi bisabuela Nona era una feminista que cuidó de las mujeres de la familia. Le pedí una señal de cariño”. Llegó con el premio, su cartel ahora forma parte de los fondos del museo. La imagen representa “una lluvia de carnaval” tras la pandemia, un grito de aliento. Lo cuenta junto a su abuela Isabel, sus padres y su hermana, mirando el horizonte de la playa de la Caleta, su lugar favorito de una ciudad que ama. Dedicó la distinción a “los seres vivos no humanos”. “Creo que el ser humano tiene que bajarse de su ego. Hay mucha gente que cuida el mar y el entorno, pero también hay una manera muy destructiva en esta sociedad de consumir. Mi cartel fue ecologista sin pretenderlo, mi dedicatoria fue a los animales y seres vivos no humanos porque se merecen que disfrutemos nuestras vidas haciéndoles el menor daño posible”. Lo cuenta desde las entrañas. Alberto Ramos, desde la taberna La Manzanilla, explicaba la combinación entre sentimiento, humor y arte: “Es imposible entender Cádiz sin el carnaval”.