¿A qué huele la sal?
Issey Miyake convirtió el agua en fragancia con L’Eau d’Issey Pour Homme, perfume eterno. Antes de morir planeó hacer lo mismo con la sal. Tokujin Yoshioka ha ayudado a hacerlo realidad.
Issey Miyake (Hiroshima, 1938-Tokio, 2022), uno de los genios totales del diseño contemporáneo, dejó instrucciones claras antes de morir: su último legado en la tierra sería definir el olor de la sal.
La sal, una sustancia que en términos químicos se define como cloruro de sodio, fue dotada por la naturaleza de un fuerte sabor, en cambio su olor es desvaído e insignificante. Contrario a las creencias de la cultura occidental, en Japón un poco de sal derramada en la mesa es señal de buena suerte; la sal, sostienen, también es de ayuda para espantar los malos espíritus. Miyake se propuso crear un aroma para un elemento tan útil como querido.
Un reto parecido se había propuesto tres décadas atrás con su primer perfume masculino, L’Eau d’Issey pour Homme, encargado a Jacques Cavallier, que puso olor a otra materia natural inolora, el agua. Aquel perfume, que hoy sigue siendo un superventas mundial, cambió el paradigma de las fragancias masculinas, hasta entonces de notas amaderadas y especiadas, por toques acuáticos y frescos, e inauguró la década de los perfumes zen y new age.
El artista Tokujin Yoshioka (Prefectura de Saga, 1967), un maestro en esculpir materias abstractas, transparentes y sin formas, recibió por teléfono instrucciones precisas del propio Miyake para diseñar el frasco de Le Sel d’Issey, la última fragancia de la casa. Miyake, ya muy enfermo, quería para la sal un recipiente limpio, energético y luminoso. “Antes de morir, el señor Miyake me dijo que esta nueva fragancia era un proyecto muy importante para él. Su deseo de crear una fragancia inspirada en la sal era muy fuerte. Para dar forma a esta idea quise crear un frasco sencillo, fuerte y figurativo, que diera una impresión de luz”, cuenta desde su estudio en Tokio.
Yoshioka nos recibe en un espacio diáfano donde solo destaca su trabajo más conocido, la antorcha de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. En una esquina de la librería hay una foto de Barack Obama y Caroline Kennedy, tomada en algún momento entre 2013 y 2017, años en los que la hija de JFK fue embajadora en Japón.
Cuenta el artista que conoció a Miyake a los 21 años gracias a otro diseñador japonés, Shiro Kuramata. La conexión fue tan fuerte que pasaron más de 30 años juntos. “En el atelier del señor Miyake diseñé sombreros y bolsos para la colección París, y también construí las instalaciones para las exposiciones, la primera fue para Issey Miyake: Making Things, organizada en 1998 en la Fundación Cartier pour l’Art Contemporain. Después, en 2001, diseñé la colección de relojes V Watch, y me encargué de la decoración de las boutiques de Tokio, Milán, Londres y París”.
Acabaron siendo grandes amigos. Tanto que Tokujin es el responsable de toda la puesta en escena del concepto Issey Miyake, una combinación sublime de diseño y tecnología que muchos llamaron “la arquitectura del arte”. Ya anunciaba los cambios que llegarían al mundo del retail. Reality Lab, uno de los últimos trabajos del artista para Miyake, expuso las prendas como esculturas que parecían cobrar vida tras las costuras, las cremalleras y las texturas. “Desde que lo conocí hasta su última llamada por teléfono, mi impresión siempre fue que solo le interesaba crear cosas nuevas”.
Así que Yoshioka se tomó muy en serio el que sabía sería el último encargo de un amigo. “Pensé que tendría que ser un diseño puro pero potente, y es muy difícil encontrar una forma sencilla e innovadora. Para conseguirlo decidí incorporar al diseño la refracción y el reflejo de la luz, combinando vidrio transparente y materiales metálicos reflectantes”. El artista imaginó un frasco transparente que emitiera alguna forma de luz.
La crítica de arte considera a Tokujin Yoshioka un “adelantado a su tiempo”, siempre dispuesto a retarse a sí mismo con fórmulas que desafíen la creación, la técnica y los materiales. No hay color en su obra, donde abundan las transparencias y los blancos. “No es que me guste especialmente el vidrio, pero creo que las cosas transparentes son las que mejor conducen la luz, y siento que para expresar la luz necesito hacerlo a través de materias translúcidas que la refracten, creo que es la mejor manera de doblegarla”.
Convertir en realidad el sueño de Miyake fue algo más complicado para el perfumista Quentin Bisch, pues el absoluto de sal no existe en el universo de la perfumería, así que tuvo que crearlo desde cero. “El equipo de Issey Miyake me vino con esta pregunta: ‘Si tuvieras que reescribir un perfume masculino icónico 30 años después sin copiarlo, pero sin ignorarlo, ¿cómo lo harías?”. Se referían, claro, a L’Eau d’Issey pour Homme. Querían lograr una conexión espiritual entre los dos perfumes. Para Quentin Bisch la pureza sería ese lugar de encuentro.
“Me propuse crear una fragancia que evocara el punto de transición exacto entre la tierra y el mar, justo cuando las olas retroceden. La sal es el recuerdo que la ola graba en la tierra y en la piel. Tenía la visión precisa de una ola que cubre la tierra y luego se retira dejando la arena al descubierto, como un ciclo de vida que nunca se interrumpe. Para materializar en un aroma ese movimiento perpetuo opté por componer una fórmula con ingredientes suprarreciclados. Es decir, con residuos reutilizados de otras industrias, en especial, el cedro”, añade.
El olor de la sal, según Quentin Bisch, se construye con un acorde marino y salado que proviene del musgo de roble mezclado con un extracto de alga laminaria que imprime una nota yodada fresca y particularmente salada. La parte terrestre se articula en torno a un vetiver que surgió por primera vez en la arena de la India. Estos polos contrarios dan vida a Le Sel d’Issey. “Inventar un olor a sal sin utilizar ese elemento ha sido todo un reto”, reconoce el nariz de la casa Givaudan.
El perfumista aclara que minimalismo no significa un aroma que se diluya y se pierda. “Considero que un perfume que no huele no existe. Los perfumes de Issey Miyake siempre han sido potentes, con estela. Tenía que estar a la altura. Así que me centré en el contraste presente en la nota para brindar a la sal toda su vibración, su ímpetu y su fuerza. Es un perfume en tensión, que parece estar vibrando constantemente. Quiero pensar que a Miyake le habría gustado. Como sé que llegó a aprobar la propuesta de diseño del frasco, he intentado que el perfume reproduzca y encarne su pureza, la fluidez con que la luz atraviesa el vidrio”.
El recién estrenado aroma de la sal invade con una intermitente nube blanca la entrada del Museo 21_21 Design Sight, fundado en 2007 por Issey Miyake, Taku Satoh y Naoto Fukasawa, y diseñado por el premio Pritzker Tadao Ando. Se trata de la instalación Issey Miyake Le Sel D’Issey: Imagination of Salt, que también firma Yoshioka y que celebra la llegada de la nueva fragancia masculina.
El frasco minimalista, creado por el artista con un 20% de vidrio reciclado, está certificado como vegano, una fórmula que exige el uso de un 95% de ingredientes naturales, que incluyen un extracto de cedro reciclado de la industria del mueble, y el alcohol del concentrado 100% natural, procedente de la producción francesa de remolacha. El packaging se ha confeccionado con un 10% de algas marinas recicladas, con una textura rugosa que recuerda el tacto de los cristales de sal. “Más que la imagen de la sal me propuse expresar el misterio de la tierra o, todavía mejor, las energías que vienen de la naturaleza”, explica el artista. La sal, tan humilde y poderosa a la vez, es una de sus grandes contradicciones.