La palabra ‘twitter’
Me iría corriendo a un Twitter digno de la palabra twitter. Pero no hemos sabido construirlo, así que no existe
Hay palabras así, que pasan como algunos amores: aparecen y parecen y después se van. La palabra cassette ya es pura nostalgia, y también la palabra miriñaque o ascensorista o confianza o zyklon-B. Así también, se diría, la palabra twitter.
Pero este caso es muy distinto: fue la rara decisión comercial de un comerciante que decidió tirar a la basura una marca exitosa para reemplazarla por su marca o firma primitiva: X. Es una tontería, pero tien...
Hay palabras así, que pasan como algunos amores: aparecen y parecen y después se van. La palabra cassette ya es pura nostalgia, y también la palabra miriñaque o ascensorista o confianza o zyklon-B. Así también, se diría, la palabra twitter.
Pero este caso es muy distinto: fue la rara decisión comercial de un comerciante que decidió tirar a la basura una marca exitosa para reemplazarla por su marca o firma primitiva: X. Es una tontería, pero tiene la ventaja de permitirnos pensar oh, sí, Twitter era otra cosa.
Twitter/X ya es un espacio antiguo: 18 años —pero nunca será mayor de edad. Yo no usaba ninguna red cuando decidí probarlo, marzo de 2011, y enseguida me mostró su utilidad. Entonces publicaba una columna semanal en Newsweek Argentina, propiedad de un señor kirchnerista; yo era crítico de aquel Gobierno, así que mi presencia en su revista le servía para mostrarse amplio. Hasta ese día en que decidió que me había pasado de la raya. Yo me enteré porque alguien me preguntó en Twitter dónde estaba mi nota. La busqué, no la encontré, puse un tweet para mis 1.000 o 2.000 seguidores preguntando si alguien sabía algo. Rápidamente aparecieron varios que la rescataron del fondo de internet y la volvieron a postear en distintos lugares: se leyó, por supuesto, mucho más que si no la hubieran censurado. En síntesis, una maniobra autoritaria que en otras circunstancias habría sido muy fácil fracasó gracias a Twitter.
Me impresionó, me entusiasmó. Empecé a hacerle caso, a seguir a personas y medios que me interesaban, a reunir seguidores. Durante años fue una forma excelente de anunciar lo que publicaba o lo que hacía y enterarme de lo que hacían o publicaban esos medios y personas. A veces, incluso, alguien pensaba algo. Y era un desafío concentrar lo que intentaba decir en 140 caracteres. Es cierto que había exabruptos y ataques y mentiras varias, pero las funciones principales seguían operando. Ya no.
Algo contribuyó que se lo haya comprado el ultramillonario más multiderechista del planeta —idolatrado por el señor Milei— que, entre otras cosas, decidió que los que pagan pueden escribir todo lo que quieran. Pero el problema principal no es ese. El problema principal somos nosotros.
Nosotros en el sentido de género humano, los estúpidos usuarios de la máquina. Somos nosotros, personas y personas y personas, los que lo hemos convertido en un torrente de basura. Twitter apareció como un espacio de debate, un lugar donde millones —desconocidos y famosos— podían cruzar ideas. Ya no lo es. Ahora es un barro donde nadie persuade de nada a nadie por la simple razón de que nadie escucha a nadie: “Le cerraste el culo, Cacho, mirá cómo le duele”. Cada cual busca a los suyos para confirmar lo que piensa y a los otros para recordar por qué los odia, y retuitea a los suyos para apoyar la causa y contesta violento a alguno de los otros —para apoyar la causa, también, o ganar un dinero.
Se diría que X se volvió una pasarela de tristezas, que a tantos sólo les interesa mostrar su ignorancia, su fanatismo, sus rencores: exhibir lo peor. Ejercer su violencia anónima, tratar a otros como si realmente los odiaran porque opinan algo distinto. Insultar con saña, decir lo que nunca dirían cara a cara, llamarnos subnormales delincuentes traidores putos viejos meados, desearnos la muerte.
Muerto Twitter, X es un ritual fangoso. Un baile sin ninguna gracia ni sensualidad: un twitter de tarados. Así, lo que fue el lugar de encuentro de millones de voces terminó volviéndose una barra brava que canta, a coro, la miseria humana. No quiero seguir bañándome en esa mugre, acostumbrarme a que nos relacionemos así —solo para poder decir o enterarme de algo cada tanto. No somos así —espero que no seamos así— y aceptarlo me parece cobarde, equivocado, y supongo que debería dejarlo.
El problema, por supuesto, es la intemperie. Me iría de X sin dudarlo si hubiera otra herramienta que cumpliese las mismas funciones de intercambio sin la avalancha de basura, un espacio donde gente con nombre se hiciera cargo de lo que dice; un espacio donde insultar estuviera excluido. Claro, me iría corriendo a un Twitter digno de la palabra twitter. Pero no hemos sabido construirlo, así que no existe. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Aunque quizás esto sí se podría. ¿Será posible que unos cuantos miles de personas —y colectivos y medios e instituciones— nos juntemos para construir un espacio así en la Red, un ágora que nos reúna y represente? ¿No suena tan difícil, no?