Los cabos sueltos del debate territorial

El Bierzo y el Valle de Arán ven como una amenaza el autonomismo leonés y el separatismo catalán

Imagen de una palloza que funciona como un bar en Balboa, en El Bierzo (León).OSCAR CORRAL

En la frondosa aldea de Ambasmestas (El Bierzo, León) viven 43 personas, y el cotilleo de tres vecinas es el único ruido que da vida a una calle por la que cruza el Camino de Santiago. “Si León se separa de Castilla, o Bierzo morre”, comenta una de ellas, combinando el castellano y el chapurreado, como llaman al particular gallego de la zona. Los 131.000 habitantes de El Bierzo viven a diario un extraño rompecabezas: son bercianos, parecen gallegos, pertenecen a León y se sienten abandonados por Valladolid. Ahora, ...

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En la frondosa aldea de Ambasmestas (El Bierzo, León) viven 43 personas, y el cotilleo de tres vecinas es el único ruido que da vida a una calle por la que cruza el Camino de Santiago. “Si León se separa de Castilla, o Bierzo morre”, comenta una de ellas, combinando el castellano y el chapurreado, como llaman al particular gallego de la zona. Los 131.000 habitantes de El Bierzo viven a diario un extraño rompecabezas: son bercianos, parecen gallegos, pertenecen a León y se sienten abandonados por Valladolid. Ahora, ven en las reivindicaciones autonomistas del leonesismo una amenaza a su estatus como única comarca legalmente constituida en Castilla y León. A más de 800 kilómetros de allí, el Valle de Arán, un próspero territorio pirenaico que funciona de facto como una autonomía dentro de Cataluña, también aguarda con suspicacia la resolución del proceso independentista. Son los cabos sueltos de un debate territorial siempre inacabado.

En un bar de Vega de Valcarce, Sergio Gutiérrez, de 51 años, juega la partida con sus amigos. Como muchos de ellos, tiene claro que El Bierzo ha sido dejado de lado. La falta de oportunidades en un territorio deprimido tras el fin de la minería ha vaciado los pueblos y también se deja notar en Ponferrada, la capital comarcal. “Todos hablan de si León es independiente o de si nos vamos a Galicia. El problema real es que no invierten en nosotros”, lamenta.

Los debates identitarios no tienen respaldo en las urnas: los partidos bercianistas —que reclaman volver a ser una provincia, como ocurrió entre 1822 y 1823— obtuvieron poco más de 5.000 votos en las pasadas autonómicas (un 7%) y Unión del Pueblo Leonés solo tiene dos concejales en todo El Bierzo. El único anhelo de Ángel, un minero retirado, es que la comarca resucite con otro modelo productivo: “Que geográficamente todo siga igual, pero que cambie la economía”, resume sin convicción.


Tres mujeres en la aldea de Ambasmestas, El BierzoOSCAR CORRAL

Gerardo Álvarez, el presidente socialista del Consejo Comarcal, sostiene que los problemas de fondo solo pueden solucionarse desde Valladolid, la capital de la región. “Quisiera tener una varita mágica”, se lamenta. Pero sus manos están atadas por la ley comarcal de 1991, que apenas otorga competencias en medioambiente, asistencia a municipios y protección a la infancia. Álvarez juega con dos camisetas. Como afiliado del PSOE, evita generar polémicas con sus compañeros socialistas que han aupado la causa autonomista en León. Pero como presidente de El Bierzo, habla sin filtros sobre el “pulso” que ha lanzado el regidor leonés, José Antonio Díez, promotor de la primera moción que inició el proceso: “No debe erigirse en alcalde de toda la provincia”.

A diferencia de El Bierzo, el movimiento leonesista se ve con simpatía en Treviño (1.350 habitantes), un pequeño enclave burgalés situado en Álava. Enrique Barbadillo, alcalde de Condado de Treviño —uno de los dos municipios del territorio— salta en su asiento cuando rememora la iniciativa de León para separarse de Castilla: “Tienen todo mi apoyo”. Los treviñeses quieren hacer lo mismo, pero para unirse al País Vasco. Este domingo se cumplirán 22 años desde que el 68% de ellos se pronunció a favor de hacer una consulta por la anexión. El regidor colgará una pancarta en la fachada del Ayuntamiento para recordar la efeméride, y pretende aprovechar la reivindicación leonesa para reanimar la causa. Él es del PNV; en el otro pueblo, La Puebla de Arganzón, gobierna EH Bildu.

Arán quiere ser español

El Valle de Arán también tuvo su propia consulta. En el siglo XIII, la monarquía francesa envió a unos encuestadores para preguntar, casa por casa, a quién pertenecía este territorio. En ese momento, los araneses decidieron formar parte de la Corona de Aragón, pese a estar al norte de los Pirineos. Ahora quieren seguir siendo españoles. Y reclaman el derecho a volver a ser consultados si Cataluña se independiza. Ester Sirat, profesora de esquí de 50 años, lo tiene claro: “Yo me voy a Aragón. Esta guerra no va con nosotros”, dice sin acritud. En el Valle hay distintas opiniones, pero ningún problema de convivencia.

La estación de Baqueira-Beret tiene poca nieve y mucha gente con dinero, que toma el sol en la terraza patrocinada por una marca de coches de alta gama. Es el gran motor económico de un “país” —así es como lo llaman la mayoría de sus 10.000 habitantes— que ha transformado su economía gracias a los deportes de invierno. Hoy el 90% del PIB depende del turismo, lo que ha atraído a nuevos vecinos de otras partes de Cataluña y España. Sin embargo, la identidad permanece intacta.

El Valle recuperó su autogobierno en 1990 y desde entonces el Conselh Generau d’Aran ha ganado competencias hasta gestionar la sanidad y varios servicios sociales. En los colegios se enseña el aranés, una variante del occitano, oficial en toda Cataluña, que tiene su propia academia; en las calles lo hablan los autóctonos, aunque el castellano y el catalán ganan peso por la inmigración. Paco Boya, el Síndic socialista, reconoce que la Generalitat ha sido empática con sus reivindicaciones, y apunta, sin urgencia, el siguiente paso: “Nos gustaría tener un reconocimiento constitucional dentro de España”.

A la espera de lo que suceda con el procés, del que siempre se han sentido ajenos, la mayoría de los araneses disfruta de un estatus que les garantiza prosperidad económica, autonomía política y bienestar social. En Bausen, una aldea de casas de piedra y tejados de pizarra, Pepe y Silvia, ya jubilados, conversan frente al lavadero. “Eso es Francia, y eso, y eso también”, dice la mujer, mientras señala los tres puntos cardinales que ocupa la montaña. A sus espaldas queda el Valle en absoluto silencio, pero siempre dispuesto a tomar la palabra si hiciese falta.

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