¿Por qué y quiénes están dispuestos a morir?
Un trabajo de Ángel Gómez, psicólogo de la UNED, para prevenir el yihadismo gana una beca europea de 2,5 millones
A Ángel Gómez, catedrático de Psicología Social de la Universidad a Distancia (UNED) y nacido en Madrid hace 53 años, apenas le conoce casi nadie en España. Sin embargo, sus teorías y herramientas están siendo utilizadas desde hace años por antropólogos y psicólogos de medio mundo para analizar los procesos de radicalización violenta, esos que llevan a las personas a arriesgar su vida y combatir, por ejemplo, con el Estado Islámico (ISIS en sus siglas en inglés).
Hasta ahora, la mayor ...
A Ángel Gómez, catedrático de Psicología Social de la Universidad a Distancia (UNED) y nacido en Madrid hace 53 años, apenas le conoce casi nadie en España. Sin embargo, sus teorías y herramientas están siendo utilizadas desde hace años por antropólogos y psicólogos de medio mundo para analizar los procesos de radicalización violenta, esos que llevan a las personas a arriesgar su vida y combatir, por ejemplo, con el Estado Islámico (ISIS en sus siglas en inglés).
Hasta ahora, la mayor subvención que había obtenido para desarrollar sus investigaciones era de 70.000 euros, pero hace unos días el Consejo Europeo de Investigación (ERC) le otorgaba una beca de 2,5 millones de euros para que desarrolle, amplíe y profundice sus estudios en los próximos cinco años. El objetivo es tratar de averiguar cómo prevenir, detectar y neutralizar esos procesos que conducen al ser humano a comportamientos extremos, entendidos como una de las grandes amenazas de las sociedades occidentales. Gómez, cuya metodología y resultados son pioneros a escala mundial, en las horas libres que le dejaba la docencia y “sin saber inglés al principio”, ha colaborado e impulsado decenas de estudios con colegas norteamericanos. Sin apenas recursos, y valiéndose del interés que suscitaban sus teorías en el resto del mundo, ha logrado que terroristas y combatientes antiyihadistas respondan a sus cuestionarios en sus casas o en prisiones de distintos países.
Desde hace más de diez años, casi por su cuenta y riesgo, colaborando con investigadores de otras universidades internacionales y convirtiéndose en miembro de la fundación científica Artis International —que desarrolla proyectos psicosociales por todo el mundo—, ha ido en busca, primero, de medidores psicológicos válidos y contrastados (útiles en distintos países, sociedades y niveles culturales), y luego de indicadores que permitiesen determinar qué es lo que conduce a los individuos a estar dispuestos a morir por un grupo o por unas creencias.
Su modelo sobre la “fusión de la identidad” —iniciado en 2009 y publicado como teoría consolidada en Psychological Review en 2012—, que mide la conexión visceral de un individuo con un grupo, fue el germen del objetivo que persigue ahora. “Ayudar a crear un protocolo de prevención, de evaluación del riesgo de radicalización, y unas pautas para la desradicalización y/o el desenganche”, apunta. “Si somos capaces de entender la naturaleza del comportamiento extremo, podremos predecirlo y neutralizarlo”.
Todo empezó en 2004, cuando envió unos correos a Bill Swann, de la Universidad de Texas, en Austin, que llevaba 20 años estudiando sobre psicología de la personalidad. Ambos aunaron esfuerzos e ideas.
“Concluimos que hay un nivel superior de conexión personal con el grupo que es el de fusión: las personas fusionadas están dispuestas a hacer cosas por el colectivo que conlleven comportamientos extremos, hasta la muerte”. La manera original de medirlo se basa en una serie de parejas de círculos, uno pequeño que representa al individuo y otro grande que representa al grupo. Se van aproximando entre sí, hasta que una de las opciones muestra el círculo pequeño totalmente dentro del grande. “Quienes escogen esta última opción se consideran fusionados”.
Pueden sentirse unidos al grupo y estar dispuestos a morir por él porque perciben fuertes lazos familiares y por compartir unos ideales, sean, por ejemplo, religiosos (la sharia, ley islámica) o no (la democracia, la independencia). Los comportamientos extremos no están ligados a desequilibrios mentales. Y sus teorías pueden aplicarse a colectivos que nada tienen que ver con el islamismo, desde bandas latinas a hooligans.
Diferentes estudios en los cinco continentes sirvieron para certificar que la “fusión de la identidad” es un predictor del comportamiento extremo. La siguiente fue: ¿qué factores aumentan los efectos de la fusión y cuáles la causan? Las investigaciones lograron detectar indicadores que intensificaban la predisposición al comportamiento extremo como “sentir que las decisiones personales benefician al grupo”, considerarse “invulnerables”, “encontrarse en una situación de estrés” o “compartir valores irrenunciables (o sagrados) con los otros miembros del grupo”.
Y fue en una investigación sobre esos valores “sagrados” con el antropólogo americano Scott Atran —y gracias al trabajo de campo en pleno conflicto con el ISIS y a las entrevistas con combatientes—, como concluyeron que no es la percepción de la fuerza física (el acceso a recursos materiales), sino de la espiritual (la fuerza interior), lo que predecía la disposición a morir en el conflicto. Trabajando también con antropólogos de la Universidad de Oxford, expertos en rituales, Gómez descubrió que algo que causaba la fusión era “haber compartido con los miembros del colectivo experiencias negativas intensas”.
A fin de llegar a esos hallazgos, sin disponer de fondos, Gómez se las ingenió para contar, entre otros, hasta con la colaboración de los alumnos del colegio de su hija en sus estudios, pasándoles ejercicios, cuestionarios o creando videojuegos que les situaran ante distintas situaciones y disyuntivas.
Red internacional
A golpe de correos electrónicos, de entrevistas, de videollamadas, de discretos viajes, y arañando dinero de sus propios premios, Gómez se ha ido creando una red internacional de contactos, entre los que se encuentran prestigiosos investigadores: “Gente que estaba estudiando el extremismo acudía a la teoría de la fusión de la identidad y me llamaban desde Irak, Sri Lanka, Colombia o Indonesia”, cuenta. Gracias a esos contactos de ida y vuelta, ha podido llevar sus cuestionarios a yihadistas y hasta las cárceles donde fueron retenidos. “¡Estaban investigando con las medidas que yo había desarrollado!”, recuerda, “con yihadistas en Indonesia o en Irak, exmiembros de los Tigres de Tamil en Sri Lanka o las FARC en Colombia, pero yo no tenía dinero para pagarles y que me recogieran datos a mí, así que les pedí presupuesto y presenté el proyecto a la Unión Europea”.
“Primero trabajamos con cartulinas y papel, luego con un iPad y una aplicación off line, y ahora queremos hacerlo en el móvil, que es más práctico”, dice Gómez. Los datos obtenidos por aquellos primeros e improvisados encuestadores en zonas de conflicto eran enviados a un servidor en cuanto tenían conexión a internet. Así, aunque perdieran o les robasen los dispositivos —como ocurrió alguna vez— los resultados de las encuestas se salvaban. En tiendas de campaña junto a la línea de combate, en sus casas, entre rejas, en el terreno donde estaban dispuestos a morir, cientos de hombres y mujeres han rellenado sus formularios.
Por fin, en 2019, “tras dar muchos palos de ciego y llamar inútilmente a muchas puertas”, logró encontrar el apoyo de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias. Gracias a ese respaldo, Gómez pudo llevar a cabo una investigación sobre violencia intergrupal en las cárceles españolas, donde su equipo entrevistó a cientos de reclusos, entre los que se encontraban decenas de hombres y mujeres encarcelados por yihadismo. Este contacto directo fue definitivo para lograr la beca europea. “Esta es la primera vez de muchas cosas”, señala. Los resultados de ese estudio, autorizado desde la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, dependiente del Ministerio del Interior, pronto verán la luz.