Tarifa, cuando el éxito amenaza con colapsar el paraíso
El municipio gaditano triplica su población en verano y bate récords de visitantes, pero el Ayuntamiento se encuentra con serios problemas para gestionar esa avalancha y se plantea cómo hacer sostenible tanto aluvión turístico
Una chica que parece recién salida del festival Coachella —trenza en el pelo, pulsera y tobillera de conchas— departe con un joven vestido con una estridente camisa hawaiana mientras beben un smoothie verde radiactivo. Aunque no lo parezca, es mediodía de un día laborable de agosto en el Mercado Público de Tarifa. Mariluz Ruiz y su carro de la compra dejan atrás la terraza donde los dos turistas desayunan relajadamente uno de esos brunch que proliferan por las pizarras del centro de la localidad gaditana, hasta que...
Una chica que parece recién salida del festival Coachella —trenza en el pelo, pulsera y tobillera de conchas— departe con un joven vestido con una estridente camisa hawaiana mientras beben un smoothie verde radiactivo. Aunque no lo parezca, es mediodía de un día laborable de agosto en el Mercado Público de Tarifa. Mariluz Ruiz y su carro de la compra dejan atrás la terraza donde los dos turistas desayunan relajadamente uno de esos brunch que proliferan por las pizarras del centro de la localidad gaditana, hasta que la vecina de unos 60 años se topa con su amiga Paqui. Y explota enfadada: “Tarifa era un pueblo blanco, limpio, donde se vivía bien. Pero los de aquí ya no vivimos bien”.
Tarifa es tan solo uno de los centenares de pequeños municipios españoles que, justo en estos días, viven sobredimensionados por la llegada de millones de turistas que multiplican su población habitual. Con sus pequeños presupuestos y sus limitadas plantillas hacen malabares logísticos y económicos para cubrir la demanda de seguridad, limpieza, agua, electricidad o depuración de aguas, sin colapsar en el intento. Aunque cada verano el reto se hace más cuesta arriba, a tenor de unas cifras de visitantes que crecen anualmente con la incertidumbre de cuándo alcanzarán el punto de no retorno. “Turistas somos todos, pero el tema está desmadrado”, denuncia preocupado Juan Clavero, miembro de Ecologistas en Acción. “La finalidad de los políticos es el más y más, pero no el cómo. Los pueblos pequeños carecen de medios. Dos millones de madrileños se van de su ciudad a otro municipio pequeño que no tiene recursos para atenderlos. Es inviable el futuro si no nos planteamos esto”.
La localidad más al sur de la Península, con sus más de 18.400 habitantes, es el paradigma de esta dicotomía estival de recibir con los brazos abiertos a miles de visitantes, mientras su Ayuntamiento hace lo imposible por cubrir la demanda que esta población flotante le genera. En el verano de 2021 pulverizó su marca de 2019: solo en julio de ese año sobrepasó los 34.365 viajeros, lejos de los 22.750 del mismo mes dos años antes, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). El Consistorio aún no tiene cifras totales de turistas de julio de este año. El alcalde, Francisco Ruiz Giráldez (PSOE), apunta que las reservas de hoteles “alcanzaron el 80% de ocupación”. Pero tiene un indicador provisional que da pistas de un posible nuevo incremento: “Los residuos recogidos han crecido un 9% con respecto al mismo mes del año pasado. Y eso que hemos tenido muchos días de levante [viento fuerte, cálido y seco que complica ir a la playa]”. De las 7.400 toneladas de basuras que recogieron los operarios de Tarifa entre enero y julio, hasta 1.626 corresponden al último mes. “Si lo trasladamos a población equivalente con residuos, serían 40.342 habitantes”, aclara el alcalde.
El crecimiento poblacional se aprecia también en el consumo de agua corriente. Los 9.292 metros cúbicos consumidos en el tercer trimestre de 2021 —los datos más recientes disponibles— se traducen en unos 70.000 usuarios de una red dimensionada para unos vecindarios mucho menores. Y eso provoca problemas en Atlanterra, una urbanización a 44 kilómetros del pueblo que lleva años enfrascada en problemas de suministro. “Tenemos que emitir bandos de restricción de llenado de piscinas y regado de jardines, para que eso en verano no se haga de forma continuada. No es porque no haya agua, sino porque la tubería no da abasto”, explica el regidor, que ya ha firmado los permisos para la construcción de una nueva conducción que garantizará un mayor caudal.
En el mediodía de un miércoles de agosto, las callejuelas de Tarifa aún están tranquilas. Hay quienes disfrutan de la playa, los que visitan monumentos o los que aún descansan de la marcha de la noche anterior. Esos son los que traen de cabeza a Paqui —”a secas, por favor”—: “La gente del pueblo no salimos. Yo hago los mandaos por la mañana y me meto en casa. Las noches las paso en vela por el ruido”. Noelia Sandoval lo ve de otra forma, al otro lado del mostrador de su despacho de pan en la plaza. La panadería familiar, Fernando Tineo e hijos, surte a multitud de bares y hoteles. “En julio y agosto triplicamos ventas. Tenemos que contratar más personal”, aclara la dependienta. Con todo, Sandoval entiende la crítica de los vecinos más molestos: “Tarifa es carísimo para el visitante. Parece como si esto fuese Ibiza, pero no tenemos las infraestructuras que supongo que tendrán allí”.
Tarifa, junto a Conil de la Frontera —otro potente municipio turístico—, es de las localidades con menor desempleo en la provincia del paro. En junio, la tasa estaba en el 15,83% y el alcalde asegura que, en comparación con el invierno —en enero rebasa el 26%—, los dientes de sierra cada vez son más acusados. “Eso genera bienestar, aunque a otras muchas personas les genera una incomodidad muy importante”, reconoce Ruiz. Pero Clavero, de Ecologistas en Acción, difiere sobre los beneficios de las cifras abultadas de un turismo que no deja ingresos directos en la localidad en la que pernocta unos días: “Los ayuntamientos pequeños reciben principalmente dinero por las licencias de obras, cuando se llega al tope de construcción, no tienen ingresos. No compensan los impuestos que pagan los bares con el aumento. Esto afecta en la gestión de aguas residuales. En verano, hay depuradoras que pegan chupinazos, incapaces de depurar todo”.
En Tarifa, las depuradoras no son un problema, porque ya están dimensionadas a los incrementos estivales, pero el alcalde reconoce que la localidad no puede seguir creciendo sin fin en número de turistas: “Si seguimos igual colapsará, porque además la experiencia no es de la misma calidad”. El límite lógico está por ahora en la capacidad de alojamiento. El pueblo ofrece 23.216 plazas (más de la mitad, en viviendas de alquiler tipo Airbnb), casi 5.000 más que los habitantes que tiene censado el pueblo. Pero esa oferta puede cambiar, si se llegan a construir las hasta cinco urbanizaciones que hay proyectadas en el término municipal, heredadas de permisos otorgados en virtud de planeamientos anteriores y que no entusiasman al regidor: “Las licencias son proceso administrativo reglado, hay que concederlas. Me dicen hoy de hacer eso y no lo haría”.
Las miles de plazas que esos residenciales crearían en forma de segundas residencias, hoteles y apartamentos colisionan además con las pretensiones de Tarifa, empeñada en desestacionalizar sus visitas, apoyándose en el turismo de naturaleza y de deportes de viento. “Queremos que el visitante no venga dos meses en los que se generan tantas distorsiones. Si lo conseguimos, podremos limitar la avalancha de verano”, asegura Ruiz. De momento, el alcalde no se plantea seguir la estela de Sevilla, que quiere implementar una tasa turística con la que conseguir ingresos con los que mejorar la ciudad, aunque reconoce incómodo la ausencia de compensación económica que ayuntamientos como el suyo (con apenas 22 millones de euros de presupuesto municipal) tienen para afrontar los incrementos de plantillas necesarios para la logística del verano. Tampoco le sería fácil implantarla, más allá de la legislación estatal que aún no tiene: “Los municipios pequeños tendrían muy difícil la gestión de esa tasa, no sería sencilla ni, muchas veces, directamente proporcional al peso del flujo turístico que soportan”, según apunta Alfonso Rodríguez Badal, alcalde de Calvià (Mallorca) y presidente de la Comisión de Turismo de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP).
En la Federación llevan meses enfrascados en una Estrategia de Sostenibilidad Turística en Destinos impulsada por el Gobierno que podría tener la respuesta a tanto colapso. “El objetivo es ser capaces de saber hasta dónde pueden llegar en la gestión de recursos medioambientales y logísticos sin que sufra la calidad que se ofrece. Ahí reside un poco el debate”, apunta Rodríguez. En esas está también Tarifa, que apoyada por la Diputación de Cádiz, está estudiando mediante el big data los flujos de las personas, para adaptar las infraestructuras a ellas. “El límite [del colapso] está en la capacidad de ofrecer calidad a quienes visitan los municipios turísticos. En el momento en el que la cantidad no te permite ofrecer calidad, es ahí cuando se rebasa el límite”, razona el regidor de Calvià.
A Clavero le gusta cómo suena esa música, pero recela de qué es el turismo de calidad para las administraciones: “Entienden que es en función del dinero que tiene un turista. Para mí es cuando un turista es consciente del valor de lo que visita y que disfruta de ese valor, lo habrá de mucho dinero o lo habrá de camping”. De ahí que el ecologista apremie a los municipios a hacerse más sostenibles, a mejorar su tratamiento de residuos, sus ciclos del agua o su huella de carbono y que conviertan toda esa gestión medioambiental en “su carta de presentación”. “Hay que educar a los visitantes, cada vez van a ser más responsables y eso es lo que van a buscar”, remacha Clavero. Si tiene razón, quizás entonces Mariluz y Paqui puedan volver a recuperar las calles de su pueblo en verano.