La historia de los ocho de Vernet: “Murió abrazado a mí, hablándome de sus hijos...”
El Ministerio de Defensa recupera las vivencias del grupo de militares republicanos exiliados en Francia y que acabaron en un campo de concentración nazi. Los hijos de dos de ellos murieron asesinados por el bando en el que luchaban sus padres
“Velasco se puso muy enfermo al poco tiempo de llegar, lo sacaron del campo y no hemos vuelto a saber de él, lo más probable es que lo gasearan. Blasco murió el 18 diciembre y Amer, en febrero, los dos porque perdieron la moral y el ánimo y esa fue su perdición; Salavera murió en enero consumido por la diarrea, los piojos y los malos tratos; Marín murió en febrero del tifus, y Redondo, en la noche del 8 al 9 de marzo de fiebre, piojos y sobre todo, hambre; dormíamos juntos y murió abrazado a mí, hablándome de sus hijos. Toda la noche desde las 11 la pasé con el pobre cadáver y a la madrugada, ...
“Velasco se puso muy enfermo al poco tiempo de llegar, lo sacaron del campo y no hemos vuelto a saber de él, lo más probable es que lo gasearan. Blasco murió el 18 diciembre y Amer, en febrero, los dos porque perdieron la moral y el ánimo y esa fue su perdición; Salavera murió en enero consumido por la diarrea, los piojos y los malos tratos; Marín murió en febrero del tifus, y Redondo, en la noche del 8 al 9 de marzo de fiebre, piojos y sobre todo, hambre; dormíamos juntos y murió abrazado a mí, hablándome de sus hijos. Toda la noche desde las 11 la pasé con el pobre cadáver y a la madrugada, ayudado por otro español, pudimos lavarlo y arreglarlo un poco antes de que se lo llevaran. Yo vivo de milagro, pero vivo...”.
El Teniente coronel José María García-Miranda, de 48 años, escribe a su esposa, Lucía, el 2 de mayo de 1945 tras ser liberado por los americanos del campo de concentración nazi de Dachau (Alemania). Pesa 39 kilos y aún tardará en reencontrarse con ella porque los supervivientes están tan débiles y enfermos que han de pasar una cuarentena. La carta resume el final del trágico destino de un grupo de jefes y oficiales del Ejército republicano que, en 1939, una vez perdida la Guerra Civil, cruzó a Francia y, al igual que miles de civiles, fue dando tumbos por centros de detención hasta recalar en una de las sucursales del infierno, las crueles sedes del holocausto. El sobrino nieto de García-Miranda, Rafael Pañeda Reinlein, encontró hace años, en un altillo de un desván, dentro de una maleta, los textos de su tío abuelo y, con su hermana Iciar, empezó a tirar del hilo para averiguar quiénes eran esos hombres de los que hablaba en su carta. Rafael recuerda la emoción cuando abrió aquellos “cuadernos de tapas marrones que llevaban tanto tiempo callados. Las cartas recién liberado de Dachau son un monumento”, afirma. El resultado es una emocionante historia de lealtad, honor y compañerismo en las circunstancias más difíciles, recogidas en el libro Los ocho de Vernet, por ser este pueblo francés la primera parada de su periplo tras perder la guerra. Publicado por el Ministerio de Defensa, la obra sirve de merecido homenaje. La iniciativa, como la de la Fiscalía General del Estado, que recientemente ha publicado En memoria de Javier Elola, fiscal fusilado, pretende recuperar un relato olvidado: el de los servidores públicos que pagaron con todo su defensa de la democracia, incluida la propia sangre. Dos de los hijos de estos militares fueron asesinados por hombres que decían apoyar al bando en el que luchaban sus padres, el de la República.
Iciar y Rafael Peñada son sobrinos de otro de los grandes nombres de la democracia, Fernando Reinlein, miembro de la Unión Militar Democrática (UMD), el grupo clandestino de militares que vigiló, desde dentro del Ejército, para que la dictadura no se perpetuase. “Yo trabajo en el Ministerio de Defensa”, explica Iciar, “y cuando digo el apellido Reinlein, unos tuercen el gesto por la UMD, y otros dicen: ‘Ah, pero también eres nieta de medalla militar’, porque mi abuelo estuvo en la División Azul [unidad española de apoyo a los alemanes en la II Guerra Mundial]. Esa situación, de parientes en ambos bandos, se da en muchas familias militares”.
La detención
El 8 de diciembre de 1943, la Gestapo detiene en el Hotel Alexandra del pueblo francés de Vernet les Bains a ocho militares republicanos: el general Mariano Gámir Ulibarri, de 66 años; los coroneles Jesús Velasco Echave (65); Carlos Redondo Flores (64 ) y César Blasco Sasera (66); los tenientes coroneles Fernando Salavera Camps (60) y José Mª García-Miranda Esteban-Infantes (46) y los comandantes Joan Amer Vadell (46) y Teodoro Marín Masdemont (66). Como el resto del Ejército Republicano, tienen distintas ideas y orígenes. Gámir ha nacido en una familia militar, católica y monárquica. El 14 de abril de 1931, al proclamarse la República, según recoge una biografía escrita por Manuel Amores Torrijos en colaboración con la familia, expresa su “congoja al arriarse por última vez la enseña rojigualda”. El golpe del 18 de julio de 1936 le pilla en Valencia. Al día siguiente envía un telegrama al presidente Azaña para manifestarle su lealtad. “La decisión no fue fácil por la militancia en Falange de tres de mis hijos”, se recuerda en el libro. Uno de ellos, Pepe, de 26 años, es asesinado en agosto de 1936 por un “grupo de izquierdistas” que lo saca de la cárcel de Huete (Cuenca) para matarlo “tomándose la justicia por su mano”. El general Gámir afirma entonces: “La tragedia familiar hizo que un sentimiento de culpa se apoderase de mí en los primeros días de luto, asaltándome la duda de si acaso habría optado por el bando equivocado”. En noviembre de 1936 también es asesinado en Paracuellos su sobrino José María: “Mi desesperación llegó al límite...”.
“Mi abuelo”, relata a EL PAÍS Alfonso Gámir, nieto del general, “había sido gentilhombre del Rey [caballero al servicio del Monarca]. También era muy, muy religioso, lo que chocaba con el anticlericalismo del bando republicano. Pero defendió hasta sus últimas consecuencias el poder establecido y la palabra dada: había jurado lealtad a la República. Puso su deber por encima de todo, hasta de la familia. Y por eso estoy muy orgulloso de él”.
El coronel Velasco era hijo y nieto de militares y había dado clases, en la Academia de Toledo, como recoge Los ocho de Vernet, “a un joven cadete llamado Francisco Franco Bahamonde”. En noviembre de 1936, su hijo Antonio también fue asesinado en Paracuellos. Los padres de Redondo eran maestros.
Tras la detención en el Hotel Alexandra, el grupo es llevado a una cárcel en Perpiñán, acusado de “resistencia clandestina, colaboración con los maquis, ayuda y alojamiento a los resistentes y difusión de diarios clandestinos”, según expone en una carta el jefe de la resistencia de Vernet les Bains, Pierre Vidal, registrada en el Servicio Histórico de la Defensa francés. Dos meses después, los entregan a la policía francesa y sus condiciones mejoran notablemente. La víspera de que los trasladen al campo de concentración de Vernet d’Ariege, a 20 kilómetros de Toulouse, Gámir sufre un ataque y pierde la vista y el sentido. El médico que le atiende extiende un certificado para ingresarlo en el hospital y ofrece a sus compañeros tramitar un documento parecido. El grupo debate si aceptar o no la oferta y finalmente, el coronel Velasco decide que es demasiado arriesgado porque si los alemanes sospechan pueden obligar al delicado Gámir a abandonar el hospital y hacer el viaje con ellos. Siete se sacrifican por uno. La decisión marca un antes y un después: solo uno de ellos salvará la vida.
El 30 de junio de 1944, el grupo, ahora de siete, es trasladado a Dachau. El trayecto lo hacen en vagones de ganado donde los prisioneros están tan apiñados que tienen que hacer turnos para sentarse. El convoy transporta a unos 700 deportados, entre ellos, 70 españoles. García-Miranda cuenta en sus diarios cómo algunos logran escapar: “Lo consiguen de forma alucinante, levantando el suelo, descolgándose y dejando encogidos que el tren pasara sobre ellos”. El 28 de agosto, casi dos meses después, llegan al campo de trabajo, ya convertido en centro de exterminio.
Velasco, al contrario de lo que García-Miranda explicaba en la carta a su mujer, no fue gaseado. Como había llegado a Dachau muy enfermo, lo enviaron al campo de Bergen-Belsen, donde coincidió con Ana Frank, y allí murió, como la niña del célebre y triste diario. Mientras, el resto del grupo, ahora de seis, trata de sobrevivir en Dachau, donde cada mañana los guardias colocan en fila a sus prisioneros para seleccionar a los que pueden seguir trabajando y enviar a la cámara de gas a los que ya están demasiado débiles. El coronel García-Miranda llega a hacer de conejillo de indias en un experimento médico. Solo él y Gámir, que se había quedado en el hospital, podrán contar lo que pasó.
En 1948, Gámir se reencuentra en París con su hijo Alfonso, falangista, que le recrimina haber luchado “con los comunistas”, según recoge el libro. El general le responde que no puede entender “lo que significa para un militar una promesa de fidelidad, el concepto del honor”. “Mi padre”, relata Alfonso Gámir, “era muy cercano a José Antonio Primo de Rivera. Tenía unas ideas distintas a las de mi abuelo, pero nunca se perdieron el cariño, por eso fue a buscarlo a Francia”. El general había sido condenado en España, en ausencia, por rebelión militar. “Era justo al revés: los que se habían rebelado eran los franquistas, pero ganaron la guerra”. “Fueron de derrota en derrota”, añade Iciar Pañeda, “hasta la derrota final”.
En 2015, el entonces primer ministro francés, Manuel Valls, dedicó un perdón de Estado a los españoles que, como los ocho de Vernet, tras la victoria franquista recalaron en su país y en muchos casos, ayudaron a liberarla de los nazis: “Fueron humillados. Se les quiso arrebatar la dignidad. Los que huían en busca de la libertad esperaban otro tipo de acogida. Eso no es Francia”, dijo. García-Miranda y Redondo disponían de un certificado de actividades de la Resistencia. Tanto en España como en Francia luchaban contra el mismo enemigo.