La sombra de los árboles mengua en Sevilla pese al calor extremo
Las talas de grandes ejemplares se suceden por toda la ciudad y se llevan por delante uno de los frenos a la subida de temperaturas y olas de calor concatenadas
La polémica de la tala del ficus centenario de Sevilla, interrumpida por un juez en el último momento antes de rematarse, ha agravado el problema que arrastra desde hace años la capital andaluza con su arbolado. Con las temperaturas disparadas ―hasta 44 grados― y decenas de muertes por las olas de calor concatenadas en julio, la sombra en la ciudad escasea: por culpa de las obras en calles y plazas, cada vez más ejemplares añe...
La polémica de la tala del ficus centenario de Sevilla, interrumpida por un juez en el último momento antes de rematarse, ha agravado el problema que arrastra desde hace años la capital andaluza con su arbolado. Con las temperaturas disparadas ―hasta 44 grados― y decenas de muertes por las olas de calor concatenadas en julio, la sombra en la ciudad escasea: por culpa de las obras en calles y plazas, cada vez más ejemplares añejos y de grandes copas se sustituyen por arbolitos de poco porte, muchos de los cuales se secan al no resistir el alza del mercurio. La estrategia del Ayuntamiento (PSOE) en contra de la ecología urbana y los consejos científicos para evitar muertes por estrés térmico ha soliviantado a arboristas y ecologistas, pero también a arquitectos y vecinos que pelean por sobrevivir a veranos cada vez más sofocantes.
¿Qué ha pasado para que las talas proliferen en la cuarta ciudad española más poblada a pesar de los beneficios que acarrean los árboles para la salud pública?
El desarrollo urbanístico, que ignora por sistema los árboles como si fueran mobiliario y no seres vivos, explica muchas claves de Sevilla y su tensa relación con la naturaleza que protege a sus vecinos. “No existe sensibilidad y la mayoría de las personas piensan que un ser vivo se puede sustituir por otro. Los árboles son viejos o muy jóvenes. Cuando arrancaron más de 300 melias con 40 años dijeron [el Ayuntamiento] que plantaban 400, pero es una falacia porque necesitan una tutoría, riegos continuos y muchísimos se van”, censura el biólogo Tomás García, que la semana pasada se reunió con el alcalde, Antonio Muñoz, y aseguró que el regidor socialista salvará el ficus de morir tras 110 años de historia.
En la última década se han sucedido arboricidios en calles, plazas y fincas privadas. Algunos indiscriminados, otros motivados porque los obreros habían socavado las raíces, otros por inacción de los técnicos de Urbanismo… el último prevé arrancar en el barrio de Tablada 389 árboles, muchos con medio siglo, por una reurbanización prevista por el Ministerio de Defensa, pendiente de que el Consistorio la apruebe. La mayoría de las veces, tras las talas solo queda el rastro de las redes sociales, donde los vecinos apenados suben sus vídeos mientras les quitan la sombra a sus calles. Desde el pasado abril Sevilla preside la red de ciudades por el clima.
“Las talas casan mal con el aumento de temperaturas, estoy en contra de la pérdida de sombra y empeñado en recuperarla, aunque normalmente las talas son por afecciones de obras”, alega Fernando Mora-Figueroa, director general municipal de medio ambiente.
Sevilla cuenta con 209.608 árboles, una cifra inferior a los 251.605 catalogados por Valencia, aunque superior a los de Zaragoza, con 170.580, dos ciudades de parecido tamaño. Sin embargo, la capital aragonesa ha plantado 50.000 árboles el año pasado y prevé llegar a los 700.000 árboles para contener las altas temperaturas de los próximos veranos. Sevilla ha plantado 27.575 árboles los últimos seis años y el Ayuntamiento asegura que solo se muere uno de cada 13 plantados.
El consenso científico dice que un árbol solo implica un beneficio tangible cuando alcanza 12 metros de altura y ocho de proyección de copa, después de 25 ó 30 años de vida. “Los periodistas hacen un flaco favor sobre la peligrosidad de los árboles. Es un hecho excepcional y su riesgo está tasado, hay una posibilidad entre 10 millones de morir por caída de una rama, mientras no se difunden los beneficios medioambientales”, critica el arborista Luis Alberto Díaz-Galiano. El aumento de arbolado mejora la calidad del aire y las emisiones de CO₂, retiene más agua cuando llueve y palia la erosión del suelo, crea sombra natural, reduce el consumo de energía, mejora la salud mental y física de los ciudadanos, aumenta la humedad y genera frescor en el aire, multiplica la biodiversidad, además de reportar beneficios económicos locales, destacan los científicos.
Una clave que explica los arboricidios es la alfombra roja que pisan los promotores privados ―a menudo financiados por fondos de inversión―, que evitan presentar informes para arrasar con los árboles de las fincas. Los técnicos de la Gerencia de Urbanismo tampoco los exigen a pesar de que incumplen el plan general. Todos ignoran por sistema a Parques y Jardines. “Hay una descoordinación absoluta entre Parques y Jardines y Urbanismo, que nos tendría que pedir informes siempre y solo lo hace a veces”, admite Mora-Figueroa, que asegura haberse enterado por la prensa de la reforma del entorno del Teatro Lope de Vega, adyacente al mayor parque de la ciudad, el de María Luisa. “No estoy de acuerdo con Palmera 38 [una polémica obra en marcha y denunciada en los juzgados] y hablé con Urbanismo, pero de palabra me dijo que era legal arrasar con los árboles. Urbanismo me repite que los monstruos de la Palmera son todos legales”, aduce sobre las nuevas residencias universitarias que rompen el paisaje de esta zona de especial protección.
Indalecio de la Lastra, ingeniero y técnico de Urbanismo, rubrica cómo esta Delegación desprecia los árboles como meros objetos prescindibles: “Los técnicos no informan de los árboles y no piden informes a los dueños de las parcelas para Parques y Jardines porque pone cortapisas a la vorágine de producir obras como sea para disparar la oferta turística. Al contrario que Barcelona, que opta por la moratoria. Palmera 38 trabaja a tres turnos para asentar la política de hechos consumados y que el juez no pida el derrumbe”, critica. Ante la furia constructora desatada el último lustro, Sevilla dispone ya de la friolera de 210 hoteles, casi todos concentrados en el casco histórico, de donde huyen los vecinos ante la presión turística.
El plan general urbanístico de la capital andaluza obliga a plantar cinco árboles por cada ejemplar arrancado, pero es papel mojado para el Gobierno local, a pesar de ser la norma vigente. “Se saltan el PGOU como si no existiera y lo han metido en un cajón, la ciudad carece de mirada a largo plazo y solo se trabaja el día a día”, censura Emilio Carrillo, exvicealcalde de Sevilla con el PSOE entre 2004 y 2008. La presidenta del colegio de arquitectos, Cristina Murillo, añade sobre la baja calidad del urbanismo reciente: “Los modelos de licitaciones de obra tienen que ir con anteproyectos, ahora siempre se lo lleva el más barato, así tiene esta ciudad esa degradación espacial y no cambiará nunca”.
Otra clave fundamental es la falta de transparencia: la aplicación que detalla el arbolado de Sevilla, Arbomap, solo informa de las características de cada árbol y no ofrece un censo actualizado ni por barrios, pese a que los ecologistas reclaman desde 2015 acceder a los datos. “Esto es una guerra de las asociaciones contra el Ayuntamiento y poner la información en abierto sería una herramienta para pegarnos guantazos, aunque si el alcalde me obliga a ponerla en abierto, lo haría. Pero es un arma arrojadiza”, protesta Mora-Figueroa. Antonio Manrique, de la asociación Salva tus árboles, rebate: “No hay inventario y la aplicación no está actualizada. En otras ciudades pueden ver todos los datos y en Sevilla, no. No es serio”.
Ciudades como Nueva York, con 692.923 ejemplares, ha dado un paso más y gracias a sus técnicos y la colaboración ciudadana su ejemplar aplicación Tree Map NYC informa de los beneficios de cada árbol en cada calle: el dióxido de carbono reducido, el valor económico de sus beneficios anuales, las aguas pluviales interceptadas y la energía anual conservada.
Entre los ecologistas y el Ayuntamiento sevillano han saltado chispas por las talas. Como cuando un micrófono abierto traicionó hace dos años al alcalde Juan Espadas ―hoy líder del PSOE andaluz―, que dijo en voz baja mientras una militante ecologista local intervenía en el pleno municipal: “Esta es un peligro público (…) Había que haberlos matado”, captó el vídeo, que se hizo viral. La mesa del árbol, incluida en el Plan director del arbolado urbano, lleva casi tres años sin convocarse. “Es culpa mía. Debería convocarla antes de Navidad”, admite Mora-Figueroa.
Los activistas reconocen que a menudo han errado el tiro con su estrategia de denuncia, que han pecado de inocentes y que han perdido el tiempo con notas de prensa, preguntas al concejal en los plenos municipales y protestas minoritarias. Ahora tienen claro que solo la justicia sirve de aliado necesario para frenar talas y obras ilegales. “El ficus es un antes y un después en Sevilla. El activismo necesita un protocolo de alarma y asesoramiento jurídico constante”, subraya Joaquín Guerra, miembro de Ni un árbol menos.
Entre las obras que implicaron arboricidios destaca el entorno de la Torre del Oro, donde el Ayuntamiento instaló una plaza sin sombra ni árboles que ha tardado cinco años en corregir con unos toldos previstos ahora para 2023. Ahí sufre los estragos del calor Rafael Pradas, empleado desde hace 14 años del Quiosco del agua, pegado a una avenida de seis carriles: “Las enredaderas las regamos nosotros para tener algún día sombra porque aquí hay un calor que no es normal. Antes veías una manta de árboles hacia la Torre del Oro y ahora no ves ninguno. La pérgola del Ayuntamiento no tiene cubierta, no nos dejan poner aspersores o toldos, y a pesar de las olas de calor esto ha cambiado mucho, antes había más vegetación”.
La asociación Amja, que representa a las empresas andaluzas de jardinería, recurrió la tala del ficus centenario al juzgado de guardia porque al margen de los técnicos municipales, se había obviado consultar a los científicos especializados: “Los expertos en arboricultura no fueron consultados y esta disciplina ha evolucionado mucho. La acción criminaliza al árbol urbano porque se cayeran ramas, eche hojas o ensucie las aceras, a pesar de que sus beneficios ecosistémicos y de salubridad son económicamente evaluables”, apunta Aurora Baena, gerente de la asociación.
El día de la tala se produjo una imagen paradójica a los pies del ficus: la veintena larga de policías locales ubicados en formación para proteger la tala y alejar a los manifestantes estaba a mediodía colocada a la sombra de sus ramas para soportar el calor asfixiante.
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