“Mi padre murió de covid, espero que mi madre no muera de estrés”

Familiares de usuarios de residencias preparan demandas colectivas contra las empresas gestoras

Una residencia de ancianos en la segunda semana de confinamiento en Olesa de Montserrat (Barcelona).Albert Garcia

Todos los días, la señora Carmen se asoma por la ventana de la habitación en la que está confinada, y saluda a su hijo que va a trabajar. En esta residencia, donde había 100 ancianos, han muerto 17. Como muchas otras, ha sufrido falta de personal, de materiales de protección, miedo y estrés, pero la señora se asoma a la ventana pendiente de que su hijo lleve la mascarilla puesta. “Muchos abuelos tienen miedo del virus pero la mayoría, más que nada, están preocupados por sus familias. Preguntan siempre si se estarán protegiendo”,...

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Todos los días, la señora Carmen se asoma por la ventana de la habitación en la que está confinada, y saluda a su hijo que va a trabajar. En esta residencia, donde había 100 ancianos, han muerto 17. Como muchas otras, ha sufrido falta de personal, de materiales de protección, miedo y estrés, pero la señora se asoma a la ventana pendiente de que su hijo lleve la mascarilla puesta. “Muchos abuelos tienen miedo del virus pero la mayoría, más que nada, están preocupados por sus familias. Preguntan siempre si se estarán protegiendo”, explica la gerocultora que la cuida.

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Caty Alberola no tuvo tanta suerte como el hijo de la señora Carmen. La última vez que vio a sus padres fue el 12 de marzo, cuando se prohibieron las visitas de familiares. Su padre, Vicente, de 89 años, falleció el 6 de abril en la residencia Bertran i Oriola, en la Barceloneta, intervenida ayer por el departamento de Salud tras registrar al menos 21 muertos de los 92 ancianos que había. Murió solo, aislado y desorientado por la demencia que padecía, y también estuvo solo después de muerto, durante seis días esperando un entierro en un aparcamiento de Collserola convertido en morgue. “La angustia de no poder hablar con él ha sido enorme”.

Denuncia falta de información, falta de medios —“por videoconferencias veíamos que los trabajadores no llevaban mascarilla ni guantes”— y una hiriente falta de personal: en el peor momento, había solo cuatro trabajadores para todos los ancianos. “La Generalitat ha mirado para otro lado mucho tiempo, y ha llegado tarde a todo. Estas empresas ha quedado claro que vienen a ganar dinero, no estaban preparadas”, afirma. Su madre también ha dado positivo por Covid-19, aunque no presenta síntomas. “Está aislada, con demencia. Se ha caído varias veces y le han puesto puntos. La última vez me llamaron para pedirme permiso para inmovilizarla, ya que no la podían controlar. Dije que ni hablar. Mi madre no sé si se va a morir de coronavirus, pero se va a morir de tristeza o estrés”, lamenta.

Ramiro Berrocal también perdió a su padre el día 12, el centro Ca n’Amell, en Premià de Mar, también intervenido por la Generalitat. Junto a otros familiares del centro están planteando presentar una demanda colectiva contra la empresa gestora. “No entendemos que no informasen de qué pasaba. La dirección se negó a que entrasen los médicos, el director mintió”, afirma. Ramiro se enteró de que su padre iba a morir casi de golpe: “Dos días antes me dijeron que tenía fiebre. La siguiente vez que me llamaron era ya para pedirme permiso para aplicar paliativos”. Está buscando afectados para crear una plataforma: “Para honrar a los que han muerto pero también para luchar por los que siguen. Este es un negocio que se ha deshumanizado, y nos va a afectar a todos, porque todos nos hacemos mayores”.

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