Mujer y emprendedora en un mundo de pescadores
Cristina Caparrós es doctora en químicas, armadora y empresaria en el barrio marinero de la Barceloneta
Cristina Caparrós tiene 40 años y dos hijos, Max (6 años) y Pol (2), es doctora en químicas y armadora de la Òstia, un pesquero de arrastre de la Barceloneta. Dejó su carrera como experta en biotecnología para continuar con la saga familiar y ahora se ha propuesto feminizar un sector en horas bajas y transformarlo, hacerlo más sostenible y concienciar al consumidor para que la pesca y su comercialización también sean sinónimo de “justicia social”....
Cristina Caparrós tiene 40 años y dos hijos, Max (6 años) y Pol (2), es doctora en químicas y armadora de la Òstia, un pesquero de arrastre de la Barceloneta. Dejó su carrera como experta en biotecnología para continuar con la saga familiar y ahora se ha propuesto feminizar un sector en horas bajas y transformarlo, hacerlo más sostenible y concienciar al consumidor para que la pesca y su comercialización también sean sinónimo de “justicia social”. Esta es la historia de una intrusa en un mundo que era, hasta hace muy poco, exclusivo de hombres.
“Estudié químicas con la intención de en algún momento cambiar, estudiar ciencias de mar y ayudar a mis padres. Me perdí, me especialicé en biotecnología y comencé a trabajar en Portugal, Inglaterra, Bélgica. Todo fue así hasta que me quedé embarazada de Max y volví. Ahora soy armadora de la Òstia y gestora del Nus, otro barco pesquero que era de mi familia”, resume Caparrós.
Los ancestros de Cristina ya se dedicaban a la pesca en Granada. De allí emigró su familia y su abuelo con tres años recaló en la Barceloneta. “Con nueve ya trabajaba en barcos de pesca. Hasta que se murió todos le conocían como El Niño. Llegó a tener su propio barco: El Virgen del Amparo”, recuerda. El padre de Cristina es José Antonio. “Todo el mundo le conoce como El Caparrós o el hijo del Niño. Esto no sé si me convierte en la hija del hijo del Niño”, ironiza. José Antonio tiene 70 años, con 11 hizo su primer bautizo en la pesca. En 1977 se compró el General Aranda, en 2002 lo cambió por la Òstia y en 2006 adquirió el Nus. Aquel año hubo una “crisis de la gamba”. Desapareció sin más.
“Yo seguía con mi biotecnología pero el problema en la empresa familiar era grave. Hicimos un estudio para ver qué podíamos hacer y comprobamos que la comercialización directa de pescado era una manera de poder trabajar. Creamos La Platjeta.net. Yo estaba trabajando en Portugal y monté una web y comenzamos a ofrecer nuestro propio pescado, comprado a nuestra propia cofradía y ofrecido a restaurantes y a amigos”, recuerda. Cuando Cristina decidió dedicarse de lleno a la empresa familiar apostó por desarrollar, todavía más, La Platjeta. “Ahora ofrecemos cestas de nuestro pescado a un precio justo, teniendo en cuenta la sostenibilidad y la tradición pesquera. No sé si es el lado femenino o la profesionalización pero he introducido un sistema informático que permite seguir la trazabilidad desde que pescamos hasta que entregamos el producto. Se pueden hacer pedidos en la web o por WhatsApp. También he montado un obrador donde limpiamos y fileteamos pescado”, se promociona.
Pero la revolución femenina que introdujo la hija del hijo del Niño no se quedó aquí: “En 2016 fundamos Capamar con otras familias de pescadores. Capamar es una asociación para impulsar la divulgación de la pesca en Barcelona. La idea fomenta, entre otras, acciones de pescaturismo para divulgar la cultura pesquera y ampliar las maneras de ganarnos la vida. Este modelo de negocio no implica tener un touroperador sino que los propios pescadores gestionen y creen oportunidades alrededor de su actividad”.
Para la armadora de la Òstia el futuro para el sector de la pesca en Barcelona necesita cambios: “Queremos seguir pescando pero tenemos responsabilidades. Somos los encargados de seleccionar las redes para solo pescar lo más sostenible y, sobre todo, explicarlo todo mucho mejor para que el consumidor sepa valorar el pescado”. Sabe que su actividad pasa una de las peores crisis. “No hay cambio generacional. Cada vez hay menos trabajadores, menos barcos, menos compradores en la lonja y eso provoca que directamente los clientes opten por otros puertos. Nuestra obligación es promover una pesca sostenible que cuide el medioambiente pero también a los pescadores y el cliente tiene que ser partícipe de ello. Sino, es más fácil acabar comprando pescado en otros lugares fuera de Cataluña donde se explote a la gente y no se cumplan las normativas de sostenibilidad”, resume. Entre sus críticas cree que en las lonjas es prioritario “revisar el modelo de compraventa que ahora mismo es una subasta a la baja”. Asegura que en Estados Unidos hay puertos que han crecido con modelos de venta directa de pescado a los consumidores. “Hay que hacer algo para protegernos de las grandes empresas de pesca que arrasan los mares y no cumplen normativas”, denuncia.
Cristina Caparrós es una rara avis dentro de un mundo que le pertenece. “La pesca, de entrada, rechaza o minusvalora a las mujeres y pone barreras pero a la que te haces un hueco te cuida. Ahora somos cada vez más armadoras, pescadoras... Estamos rompiendo con aquella tradición del ordeno y mando para intentar sacar lo mejor de cada una. Lo que tengo claro es que no estoy dispuesta a ceder en todo. Yo quiero trabajar donde estoy pero no voy a perderme como crecen mis hijos. Las mujeres sabemos lo que es importante. Ese es el gran cambio”, concluye.