Desternillante ‘Gran reserva’ de payasos gamberros
Los Rhum & Cia dejan al público “esputrefacto” de risa cada día en el teatro Borràs de Barcelona
Sin sutilezas, metiendo la directa, muy gamberros, pero con una técnica, una vis cómica, una mala leche (”¿qué es un actor?: un payaso sin gracia”) y una veteranía de quitarse el sombrero, qué tíos. Los payasos de Rhum & Cia, uno de los fenómenos del mundo del circo y del teatro de los últimos años, han vuelto a la cartelera barcelonesa en el marco del festival Grec y se han instalado con su cuarto espectáculo Gran reserva, en el Borràs (hasta el 1 de agosto). Hacen reír al público a carcajadas y l...
Sin sutilezas, metiendo la directa, muy gamberros, pero con una técnica, una vis cómica, una mala leche (”¿qué es un actor?: un payaso sin gracia”) y una veteranía de quitarse el sombrero, qué tíos. Los payasos de Rhum & Cia, uno de los fenómenos del mundo del circo y del teatro de los últimos años, han vuelto a la cartelera barcelonesa en el marco del festival Grec y se han instalado con su cuarto espectáculo Gran reserva, en el Borràs (hasta el 1 de agosto). Hacen reír al público a carcajadas y lo dejan “esputrefacto”.
En la función del miércoles, una espectadora reía tanto, de todo, y tan estridentemente que contagió a uno de los propios clowns, el payaso blanco, el señor Arquetti (Joan Arqué), al que se le escapaba a él también la risa. Una deliciosa infección de ida y vuelta que ponía la guinda a un show en el que no es que no haya cuarta pared, es que los payasos te buscan para hacerte cosquillas en el alma hasta debajo de la butaca. Menos poético y redondo, con menos ritmo y quizá algo deslavazado que los anteriores, pero aún así divertidísimo, Gran reserva, que presenta hilados números ya célebres de la compañía y cosas nuevas, es una espléndida terapia para volver a gozar de la vida, la risa y el teatro estos días de tantas cosas graves.
En el escenario frontal del Borràs, al que le sacan juego de proximidad bajando a la platea, los payasos han instalado su barraca de feria que incluye cortinas, ristra de bombillas, una estufa y un retrete. El juego lírico se limita al hermoso traje tradicional de clown que asciende en recuerdo de todos los payasos que han sido, desde el santo patrono de la compañía, Enrico Jacinto Sprocani Rhum hasta el añorado Monti. Pronto la nostalgia deja paso a la troupe alocada que ingresa por el pasillo. “¡Qué tontería, todos mirando para allá y venimos por aquí, hostia!”, se exclama Jordi Martínez, que raya la excelencia en su papel de Augusto travieso, alborotador, deslenguado y descerebrado: un payasazo, un artista en la cima de su talento. Otro que se come la función es el payaso blanco de Arqué, de fina y malévola ironía. Y qué gran personaje el contraugusto italiano estresado de Piero Steiner, que protagoniza algunos de los momentos más hilarantes con su nerviosismo y su “choque gutural” (cultural). Maurito (Mauro Paganini), que completa el cuarteto con Roger Julià, Giuliani, es un locuaz payaso argentino que juega con los tópicos de petulante y presumido y se presenta con muchos títulos incluido el de “profesor de asado” en contraste con la, indica, estulticia de sus compañeros. Estos no lo soportan y se lo cargan varias veces con pistola o bomba al grito de “¡un payaso menos!”.
Los Rhum se ríen de lo de los payasos para niños y el espectáculo familiar, un concepto que dinamitan tanto como a Maurito con sus gags salvajes, escatológicos (“una galaxia no, que es un agujero negro”, dice Martínez señalándose el trasero) y sus referencias sexuales. Momentos también autorreferenciales y existencialistas: “¿Y si el espectáculo anterior era mejor?, ¿y si no hacemos reír?”. Muchos juegos de palabras “vas tard”, ¿cómo que bastard?”, “we are the world, we are the chicken”, “¿capici?”, “¿cómo, ahora quiere que pixi?”; diálogos desternillantes, pasadas de rosca. El número de los bañistas (Swim Brothers) que dan un nuevo significado al término micro pene o el momento sensible de Martínez en el retrete con monólogo cuasishakespeariano rematado por una descarga.
El número final es el conocido del coro de gospel incluyendo a un ciego a lo Steve Wonder y animando a los espectadores a tocarse y besarse, con las debidas precauciones pandémicas, con el vecino de al lado. Un gag, ay, que te hace recordar cuando lo hacían sin butacas vacías para separar ni mascarillas y aquella vez en el Lliure de Gràcia te tocó al lado aquella joven y guapa desconocida que no dudó en ponerse la nariz roja en el corazón y besarte generosamente con todas las de la ley. Y que vivan siempre los Rhum, que vivan siempre los payasos.