El melón de la ESCAC
Con una salud de hierro en la alta cultura, la lengua catalana pierde hablantes debido a una incapacidad recalcitrante para producir audiovisual de masas.
El triunfo de Seis días corrientes en los premios Gaudí sirve para entender a la vez la fortaleza y la debilidad de la lengua catalana en el audiovisual. La película de Neus Ballús, que ya se había proyectado en la selección oficial de festivales tan prestigiosos como Locarno o Toronto, encadenada con el Oso de oro que Clara Simón ha recibido por Alcarràs, certifica la solidez de un tejido cinematográfico que nos traerá muchas alegrías. Pero estamos hablando de cine de autor que, por su propia naturaleza, está destinado a tener un público reducido y homogéneo.
No es lo que...
El triunfo de Seis días corrientes en los premios Gaudí sirve para entender a la vez la fortaleza y la debilidad de la lengua catalana en el audiovisual. La película de Neus Ballús, que ya se había proyectado en la selección oficial de festivales tan prestigiosos como Locarno o Toronto, encadenada con el Oso de oro que Clara Simón ha recibido por Alcarràs, certifica la solidez de un tejido cinematográfico que nos traerá muchas alegrías. Pero estamos hablando de cine de autor que, por su propia naturaleza, está destinado a tener un público reducido y homogéneo.
No es lo que el catalán necesita para detener su retroceso. Con una salud de hierro en la alta cultura, la lengua catalana pierde hablantes debido a una incapacidad recalcitrante para producir audiovisual de masas. Y esto sólo puede explicarse en términos de diglosia política e industrial. El “blockbuster” cinematográfico exige un nivel de recursos incomparable a la de otros productos culturales y, si el cine en Cataluña apenas recibe inversión, cuando lo poco que hay debe competir con el castellano, nos encontramos con lo que resumieron las Oye Polo en un gag durante la gala: “El 41% de las películas de este Gaudí están en catalán. Está bien en comparación con la producción cinematográfica en catalán de Extremadura”. Si de estos Gaudí salimos pensando que tener buen cine de autor equivale a tener todo el cine que una lengua necesita, estaremos equivocados.
Cuando hablamos de cine, el dinero es crucial, pero todavía son más importantes las escuelas, lugares donde el talento y el oficio se concentren en el espacio y el tiempo bajo una estrategia a largo plazo. Y los sitios de donde han salido los cineastas más interesantes y exitosos del circuito europeo de las últimas décadas han sido universidades públicas como la Autónoma o, sobre todo, la Pompeu Fabra, de donde vienen Simón i Ballús. ¿Qué ha pasado con la ESCAC, la supuesta joya de la corona? Pues que de J. A, Bayona a Kike Maíllo, la institución encargada de formar a Spielbergs catalanes los ha formado para la lengua castellana. Ni que decir tiene que, como fundación privada que es, la ESCAC tiene el derecho a pasarse las conciencias nacional y lingüística por donde le apetezca. Pero a la hora de la verdad, décadas de propaganda gratuita de políticos, periodistas y artistas catalanes han convertido a la ESCAC en aquello en que un adolescente piensa cuando piensa en estudiar cine. Durante demasiados años, nadie ha explicado que la gran escuela de cine del país no estaba siendo útil para la lengua del país. Ahora que la defensa del catalán se ha convertido en el gran tema político y todo el mundo entiende que el audiovisual es el frente decisivo, nos encontramos con un agujero lingüístico en el cine comercial. Es una noticia feliz (que no debería serlo) que en las mejores películas de autor que salen de Cataluña se estén haciendo en catalán. Que el cine de palomitas que debería llenar salas y normalizar la lengua se sigan haciendo mayoritariamente en castellano, es una grave anomalía que necesita muchos cambios, pero que podría empezar a corregirse abriendo el melón de la ESCAC.