La pequeña Ucrania de Lleida se vuelca en los refugiados
Casi un centenar de mujeres y niños se trasladan a Guissona donde uno de cada siete vecinos proceden del país en conflicto
Adrián Voica tiene 44 años es rumano y vive en Guissona (Lleida). Voica está casado con Anna Grymchyshyn, de 22, una de las jóvenes ucranias de este municipio —de 7.500 habitantes— en el que 1.067 vecinos proviene de ese país eslavo. Voica y Grymchyshyn se conocieron en la sección de frutos secos de la cooperativa Bonarea —la empresa agroalimentaria tan necesitada de mano de obra que ha transformado la población del municipio donde el 53% de los...
Adrián Voica tiene 44 años es rumano y vive en Guissona (Lleida). Voica está casado con Anna Grymchyshyn, de 22, una de las jóvenes ucranias de este municipio —de 7.500 habitantes— en el que 1.067 vecinos proviene de ese país eslavo. Voica y Grymchyshyn se conocieron en la sección de frutos secos de la cooperativa Bonarea —la empresa agroalimentaria tan necesitada de mano de obra que ha transformado la población del municipio donde el 53% de los vecinos son migrantes— y tienen una hija de cinco años. El viernes Voica atravesó en coche Europa con un objetivo: salvar del horror de la guerra a la hermana y las sobrinas de Anna. Lo consiguió.
La peripecia de Voica no es una excepción. Desde que Rusia atacó el país han llegado 95 refugiados a Guissona. El pueblo se ha volcado en intentar acoger a cuantos más mejor. “El viernes le dije a mi jefe que tenía que ir a buscar a la familia de mi mujer. Lo entendió, su esposa también es ucrania. Salimos con el coche hasta Polonia. Liuvob (la cuñada de Voica) y sus dos hijas anduvieron 30 kilómetros hasta atravesar la frontera. Nos encontramos, las subimos al coche y nos volvimos”, recuerda. Así han llegado decenas de ucranias con niños hasta este municipio leridano.
El alcalde de Guissona, Jaume Ars (Junts), tiene una bandera de azul y amarilla colgada en su despacho. Es consciente que le toca gestionar una crisis humanitaria perpetrada en la otra punta de Europa pero con mucha repercusión en Guissona. “Hoy son 95 refugiados los que tenemos contabilizados de los que 42 son menores. La mayoría tienen entre 3 y 6 años y hay siete bebés”, dice de memoria. “Ahora los están acogiendo familias ucranias en sus casas, hemos abierto la posibilidad de que utilicen pisos que ahora hay vacíos en el pueblo y, por último, podemos habilitar la casa parroquial o una antigua fonda para acoger a más. Podemos albergar 170 refugiados pero si siguen llegando en pocas semanas llegaremos al tope”, lamenta.
Decenas de voluntarios y entidades preparan ropa y comida para asistir a los refugiados. “Al día siguiente de su llegada les empadronamos. Les asignamos un mentor que habla ucraniano y que es su enlace para lo que necesiten”, se apresura en argumentar. ¿Qué supondrá la guerra de Ucrania en las arcas municipales de Guissona? Ars es incapaz de contestar: “Se gastará lo que sea necesario”.
La directora de la biblioteca municipal, Pilar Lapuerta, ha recopilado decenas de libros infantiles en ucranio. Desde el jueves se reúnen allí las familias. Hay actividades para los menores y alguna clase en ucranio a la que acuden psicólogos para valorar a pequeños y grandes.
En el centro de Guissona hoy (el jueves) hay mercado. Tania Uyklynets, de 26 años, atravesó con su hijo Olexander, de 2, la frontera con Rumanía hace dos días. Muestra un vídeo. En la imagen aparece ella junto al menor. Su equipaje era una mochila y una bolsa de supermercado. Olexander mira un ratón dentro una jaula en una parada del mercado. Tania sonríe pero se da cuenta: “No puedo estar feliz. Mi marido esta luchando”.
Tetyana Pyrizhak habla un poco español. “Yo vengo aquí los veranos pero mi hija Alina de diez años estudiaba en Ucrania y nos íbamos en invierno. Hace unos días que cruzamos la frontera con el coche y ahora vivimos con mi tía en Guissona”, describe. Alina iba al colegio número 5 de su ciudad. Sabe que cambiará de colegio —esta vez a uno que tenga nombre en lugar de número— y de amigos.
El 24 de febrero Yuliia escuchó bombas. Se refugió y por la noche huyó a Moldavia y después a Rumanía. “Allí cogí un avión y ahora estoy en Guissona. Mi niño de cuatro años está conmigo. Quiero volver a mi país”.