La triunfal deconstrucción del nacionalismo
Parte del independentismo ha regresado ya a los cauces constitucionales y realistas. La otra se desliza en el tobogán de la división, el declive electoral y el creciente descreimiento de sus fieles
Querían construir la nación, pero resulta que la han deconstruido. No la han destruido, porque las comunidades imaginadas, tal como las describió Benedict Anderson, no mueren mientras pervivan en las cabezas de quienes las siguen imaginando.
Todo lo que han conseguido los presuntos constructores de un Estado europeo independiente de España ha sido exhibir ante sus crédulos seguidores la vaciedad de su construcción. Es decir, que ni un solo elemento de la nación por ellos imaginada podía traducirse en una realidad...
Querían construir la nación, pero resulta que la han deconstruido. No la han destruido, porque las comunidades imaginadas, tal como las describió Benedict Anderson, no mueren mientras pervivan en las cabezas de quienes las siguen imaginando.
Todo lo que han conseguido los presuntos constructores de un Estado europeo independiente de España ha sido exhibir ante sus crédulos seguidores la vaciedad de su construcción. Es decir, que ni un solo elemento de la nación por ellos imaginada podía traducirse en una realidad. Todo era relato, invención, reminiscencias y añoranzas del ayer.
La ficción no consiguió convertirse en realidad, pero emplearon seis años más, hasta hoy, en alimentar la credulidad de los propios y el temor de los adversarios. Parte del independentismo, quizás la mayoritaria, ha regresado ya a los cauces constitucionales y realistas. La otra se desliza en el tobogán de la división, el declive electoral y el creciente descreimiento de sus fieles.
No se lo creen los activistas de la CUP que dio votos y permiso para la alocada presidencia de la independencia. Tampoco la fundamental ANC. Ni Clara Ponsatí, que ama más la verdad que a sus amigos. Ella fue la que descubrió el farol de la independencia y ahora resume en una frase el fracaso y la escasez de la cosecha: “Cuando una nación frivoliza con su libertad termina convirtiéndose en una frivolidad innecesaria”.
A la hora de regresar a la dura realidad, pocos podían esperar que los últimos resistentes se desmintieran, como les exigían sus adversarios, o al menos que abandonaran sus embustes. Confiados en la oportunidad excepcional que les brindan las urnas, han hecho lo contrario. Sus pasos les conducen hacia la senda constitucional detestada, pero sus palabras persisten con tozuda arrogancia en el regreso a las andadas, felices ante la impostada credulidad de quienes querían verles arrodillados y cubiertos de ceniza antes que permitir su regreso a la comunidad política.
Los hechos les desmienten. Votaron la mesa del Congreso, a cambio de un acuerdo sobre las lenguas que fortalece la unidad hispánica. Votarán la investidura del presidente del Gobierno socialista, a cambio de una amnistía que tardará en llegar. El narrador en jefe huido a Waterloo deberá esperar. Y no tendrá un regreso muy triunfal, como máximo colorista y disparatado, como su entero periplo.
Son palabras, no hechos. No lo fueron cuando convocaban la independencia, y no lo son ahora, entonadas con la sonoridad de un berrinche que adquiere autoridad por la agitación del campo adversario. Gastadas por el uso y el embuste, cuanto más persisten más se descompone la romántica nación imaginada. Ese pasado exhibido es puro humo: 1714, las constituciones catalanas vulneradas, la opresión secular, los 132 presidentes de la Generalitat… ¿Quién cree hoy esas rancias y marchitas leyendas?
La nación efectiva nunca ha crecido por las fantasías de antaño sino por la capacidad de acuerdo y de pacto dentro de la democracia española y de la construcción europea. De los relatos no se vive.
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