Rosalía regala ‘Omega’ a Barcelona en una noche para mirar al cielo

El piromusical cerró la Merçè con la cantante catalana y Peret como triunfadores sonoros

Las fiestas de la Mercè 2024 concluyen, como es tradición, con el espectáculo Piromusical en la Font Màgica de Montjuïc. Foto: Gianluca Battista | Vídeo: TV3

Una hora antes ya estaban los prudentes, las precavidas, aquellos que desean evitar alguien muy alto justo delante, por mucho que se haya de mirar hacia arriba, y quienes salen pronto de casa porque hasta disfrutan en el trayecto pensando en lo que les aguarda. Los grupos más organizados hacían círculos en el suelo sentados sobre esterillas mientras la megafonía ambientaba la espera con música de los artistas que habían actuado en las fiestas que estaban a punto de pasar a la historia. Sólo faltaba el Piromusical, lo que todos esperaban mientras por la cola del Paseo María Cristina seguía fluyendo público. El Piromusical, ese elemento común a muchas fiestas patronales que en otros lugares recibe nombres menos pomposos porque no hay más música que la de los estruendosos cohetes. Mientras tanto, el kiosco Antonio, uno de los escasos supervivientes de otras épocas, con sus pipas y caramelos, hacía su agosto en el Paralelo, justo al lado de la multitud, vendiendo refrescos a los turistas. Más que nunca componía una estampa de fiesta popular. La Mercé 2024 tocaba a su fin y Rosalía pondría música a la cohetería.

Diez minutos antes de las 22:00 sonó el primer cohete y la multitud hormigueó. Quienes estaban sentados se pusieron en pie, desaparecieron los círculos y las esterillas y los más inquietos ya comenzaron a mirar arriba. Sólo había un dron pero había que ejercitar el cuello. Por delante media hora de no bajar ni mirada ni cabeza. Dos cohetes más, por si alguien se había dormido y llegó el momento del apagado del alumbrado público dejando el inmenso espacio en penumbra. Sonó la voz de ella, aniñada y feliz y dijo que Barcelona era la ciudad del mundo que más le gustaba. Podía haberse salido del guion y decir que es Villafeliz de Babia, pero no ocurrió. Instantes después sonaba su Despechá y el cielo se llenaba de rojo con enormes flores que recordaban a las peonías abriéndose en la oscuridad. Eran los primeros instantes pero ya efectos estroboscópicos con brillos intermitentes se descolgaban de las alturas entre los primeros pasmos de la multitud, atrapada por ese placer de ver lo tantas veces visto. Al poco el estreno de Omega, una balada híbrida con chispas urbanas, compás flamenco y tensión contenida, era parcialmente ensordecido por los estampidos mientras el público más interesado hacía esfuerzos por escucharla. Estrenar un nuevo tema en el acto más concurrido de las fiestas estuvo bien como detalle, muestra de inteligencia promocional y ejemplo de mercadotecnia pero ni apenas la letra podía seguirse, descontado el acento de la estrella.

Rosalía, encargada de la banda sonora de la colección de fuegos artificiales, hizo la lista que le dictaron su voluntad, recuerdos y predilecciones. Por lo tanto nada que decir, los gustos, ya se sabe, son más propios que la cartera y todo el mundo tiene derecho a tener la suya. La selección musical tuvo quince títulos, de los cuales cuatro fueron de Rosalía, que en parte vino a hablar de su libro. De entre los demás sólo una presencia local, por cierto la más aplaudida del repertorio, un Gitana hechicera de Peret rematada por más peonías, fuentes y cascadas mientras que del suelo brotaban columnas de fuego en plan Rammstein que marcaron el clímax del final de la primera parte. La segunda fue muy breve, apenas dos canciones -I Wanna Be Yours de Arctic Monkeys y Last Nite de Strokes- que no causaron allí el impacto que especialmente la segunda tiene en concierto. Reflejos blancos tachonaban el cielo junto a doradas palmeras mientras sin apenas sensación del paso del tiempo casi se había llegado a la mitad del espectáculo.

Y aún no había bocas abiertas. O nos hemos vuelto cosmopolitas o eso de pasmarse como antes ya ha pasado a la historia. Por no verse ni casi había criaturas a horcajadas, que seguramente tiene que ver con lo tardío de la procreación y la consecuente pérdida de resistencia con los pesos. El siguiente momento hermoso llegó con I Believe de Caroline Polachek, un excelente medio tiempo que en el cielo fue escenificado con centenares de puntos rojos cayendo con parsimonia como un maná visual que explotaba a doscientos metros para allí iniciar su camino de descenso. Era el tercer clímax de la noche, que antes había tenido otro momento de agitación con Milionària, el tema de Rosalía que parte del público bailó, este sí, como si aquello fuese una discoteca. Fue también la única pieza en la que sonó catalán, debidamente pasado por el argot urbano de Rosalía para no evocar innecesariamente a Jacint Verdaguer.

Crepitaciones, cohetes silbadores, pececillos (figuras que giran y se mueven cambiando rápidamente de dirección), lo que en Guatemala llaman Billón de Turistas, término aquí recuperado por nuestro conocimiento del asunto al definir un montón de efectos emitiendo luz blanca que giran alocadamente por el cielo como ¿turistas en Barcelona?, y palmeras y flores en apertura del tamaño del Camp Nou pautaron a Elvis Presley en el tramo final de un repertorio que tuvo acento jamaicano en su primera parte, bailable en la central y arabizante en la última. Y las canciones sonaron no entrecortadas y solapadas, sino en fragmentos generosos que no transmitían sensación de vértigo ni de apremio, como contraponiendo el ritmo con que la pólvora, los nitratos, los cloruros y los carbonatos, que nombres tan poco evocadores, trazaban efímeros senderos en el cielo.

Y al final llegó el gran momento, el gran oooooooohhhhh que nos permite exhalar lo que de criaturas nos queda, esa fascinación que genera lo maravilloso. Fue casi en la despedida, mientras sonaba CUUUUuuuuuute y estampidos coloreados en blanco y decenas y decenas de cohetes multicolores iniciaban su hermosa agonía, breve e intensa, llamativa y fugaz. Al poco, otros estampidos marcaban el final, la multitud iniciaba la dispersión y unos camiones de limpieza asomaban en patrulla por la parte de Rius i Taulet que desciende del Poble Espanyol como inequívoca señal de fiesta desvanecida. La megafonía indicaba que ya se podía ir a la Guardia Urbana a recoger los niños extraviados. El miércoles laborable se asomaba. Pero ánimo, ya casi es fin de semana.

El Ayuntamiento de Barcelona ha cifrado en un millón de personas el público que ha asistido durante las últimas tres noches a los espectáculos programados con motivo de las fiestas de la Mercè, que han finalizado la noche de este martes con el tradicional piromusical. El concejal de Cultura e Industrias Creativas de Barcelona, Xavier Marcé, en una comparecencia para valorar la fiesta, ha destacado el “comportamiento ejemplar desde el punto de vista cívico” de los ciudadanos y el hecho de que no ha habido “nada relevante en términos de conflictos de seguridad”.

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