Fernando T. Maestre, ecólogo: “Hemos vivido la gran ilusión del agua barata”

El investigador alicantino está en el 1% de científicos más citados del mundo por sus estudios sobre la desertización del planeta por el mal uso del suelo y el agua

Fernando T. Maestre, ecólogo. director del laboratorio de ecología de zonas áridas y cambio global de la Universidad de Alicante. En la imagen, el investigador criba tierra en su laboratorio.Joaquín de Haro

El ecólogo y especialista en desertificación Fernando T. Maestre (Sax, Alicante, 46 años) es uno de los más escuchados por los científicos de todo el mundo. Sus publicaciones le han situado otro año más entre el 1% de investigadores más citados del planeta, según ...

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El ecólogo y especialista en desertificación Fernando T. Maestre (Sax, Alicante, 46 años) es uno de los más escuchados por los científicos de todo el mundo. Sus publicaciones le han situado otro año más entre el 1% de investigadores más citados del planeta, según el ranking Highly Cited Researchers 2022. Ahora trata de que le escuche el resto de la sociedad. “El cambio climático y el mal uso de recursos como el agua y el suelo”, sostiene, están ensanchando el mapa de las zonas áridas en todo el mundo, en las que ya viven “unos 2.500 millones de personas, de las que mil millones dependen de los recursos naturales para su supervivencia”.

El avance exige cambios de mentalidad por parte de administraciones, empresas y ciudadanos. “Maltratamos mucho el suelo, pese a que, como animales terrestres, es lo que nos da de comer”, recrimina. También “hemos gastado el agua como si fuera infinita”, continúa. La “limitación de la actividad agrícola”, especialmente el regadío, la “difícil descarbonización de la economía” y la adecuación del territorio a las futuras condiciones climáticas extremas son urgentes, en su opinión. “Soy optimista, hay una gran posibilidad de hacer las cosas mejor de lo que se hacen”, asegura.

Maestre nació “en una casa de campo” de Sax, un municipio de cerca de 10.000 habitantes del interior de la provincia de Alicante. “He crecido como persona y como científico en una zona árida”, cuenta, y ya en la adolescencia, “recogía basura por el campo”, labor que mantiene algunos fines de semana. El niño que “iba para médico” desvió su trayectoria hacia la Biología, especializada en Ecología, que estudió en la Universidad de Alicante (UA). Tras estancias en Estados Unidos y la cátedra obtenida en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, volvió a la UA como investigador distinguido gracias al programa GenT de retorno de talento de la Generalitat valenciana. Desde el parque científico del campus alicantino dirige el Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global. “Estudiamos el impacto de la ecología cercana, pero con una visión global, y nuestro grupo de trabajo ha llegado a ser de referencia internacional desde aquí”. No todos los desiertos son iguales, “las medidas que se estudian en Estados Unidos o Israel no funcionan igual” que las necesarias desde Doñana hasta la Vega Baja de Alicante, pasando por Tabernas, en Almería, o las Tablas de Daimiel en Ciudad Real.

A juicio de Maestre, los efectos del cambio climático, una de las causas de la desertificación, se han evidenciado este verano. “En esta zona, el clima cada vez es más parecido al del norte de Marruecos”, con lo que “los bosques serán cada vez más complicados de mantener”. Cumbres como la COP27 que la ONU ha organizado en Egipto “no son efectivas, porque no están siendo capaces de limitar el calentamiento global. “Conocemos el camino” para paliar los efectos, pero “vamos muy despacio”. Además, la degradación del territorio es inexorable y conlleva “la pérdida de la vida del suelo y de su producción de servicios”. “Los cultivos no se pueden mantener, porque el clima se convierte en inhóspito para las especies vegetales”, advierte, que “se abandonarán, progresivamente, y causarán la desaparición de la actividad socioeconómica, la pérdida de la industria y de puestos de trabajo y la depreciación de las propiedades”. La solución es “limitar el regadío, que no para de crecer”, porque “tenemos que ser conscientes de que se ha gastado el agua como si fuera infinita”. “Los regantes van a tener que usar agua desalada, aunque su precio sea mayor”, prosigue, “o reutilizada, cuyo uso actual todavía es muy bajo”. Maestre advierte de que “el trasvase Tajo-Segura”, que riega los bancales del sur de Alicante y genera un constante debate político, “tiene fecha de caducidad, el Tajo no puede mantener la demanda de agua para Alicante, Murcia y Almería”.

El científico alicantino sabe que se enfrenta a un “tema tabú”. “Hasta cultivos tradicionales de secano, como el olivo, el almendro o la vid han pasado a regadío, porque, lógicamente, si les aportas agua, producen más”. El sistema no es sostenible, en su opinión, y “colapsará si los agricultores no pueden pagar el agua”. “Hemos vivido la gran ilusión del agua barata, nos hemos acostumbrado a no pagar lo que vale”, sentencia. El uso intensivo de la agricultura vacía, contamina o saliniza los acuíferos. Genera gran cantidad de comida que se desperdicia para evitar pérdidas, “algo totalmente reprobable”. “Siempre se ha competido por volumen, que da márgenes de beneficios muy pequeños y obliga a explotar hasta la última gota de agua, cuando en realidad debería competirse por calidad”, defiende el ecólogo. “La administración debería poner orden”, sugiere, “regular el mercado y la política de precios, poner en valor el producto y competir en calidad y precio. Está en juego la pervivencia de esta actividad”.

La agricultura no es la única responsable de la degradación de los ecosistemas. Hasta algo tan inicialmente beneficioso como los huertos solares dañan el suelo que pisan ya que “obligan a compactar el terreno para su instalación, con lo que pierde su capacidad de filtrar agua y se convierte en un suelo sin vida”. “Todo el despliegue de las renovables debe pasar, primero, por el uso de los tejados y segundo, por zonas irrecuperables, como canteras, sitios contaminados o incluso los aparcamientos de los supermercados, siempre donde haya menor impacto ecológico y visual”. La lista de deberes es extensa. “Tenemos que adecuar las reforestaciones a las condiciones climáticas actuales o de futuro, con especies con mayor garantía de supervivencia”, indica. También “controlar el urbanismo mediante la ordenación del territorio”. Rebajar el uso del coche, incentivar el reciclaje, gravar el consumo de carne, las bebidas azucaradas e incluso la comida basura. “No puede ser más barata una hamburguesa del McDonalds que un tomate”, lamenta. El progreso se ha pasado de frenada. “Parece que la gente no vaya a estar dispuesta a renunciar, pero mira lo que pasó con la ley antitabaco”, subraya.

Maestre predica con el ejemplo. “Mi mujer ya me da por perdido”, bromea, “porque acumulo el agua de la ducha en la bañera o la de lavarme la cara en una jofaina para después usarla en la cisterna”. Así mismo, reúne agua de lluvia para regar el pequeño huerto de su casa. “Solo con que un 20% de la población lo hiciera supondría un gran ahorro de agua”, remarca, “no puede ser que vaciar y rellenar una piscina privada sea más barato que mantenerla”. De esta manera considera que da ejemplo a sus hijos “que es como plantar pequeñas semillas”, manifiesta el investigador, quien declara su fe en la divulgación científica, en las redes sociales y en la educación medioambiental en colegios e institutos, donde “los jóvenes aprenden que es su futuro el que está en juego”.

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