24 horas con el candidato (I): Edmundo Bal, el planificador implacable
Un equipo de EL PAÍS pasa la primera jornada de la campaña electoral con el candidato de Ciudadanos. Abogado del Estado, de 53 años, casado y con dos hijos, tiene el objetivo de levantar del hundimiento al partido
Edmundo Bal toma una cucharada de Nocilla a las ocho de la mañana. Se prepara un café con leche. Se coloca unas mallas negras y sale a correr 10 kilómetros por los alrededores de su casa, una vivienda unifamiliar de dos plantas de ladrillo visto ubicada al norte de Madrid, muy cerca de los límites del barrio de Mirasierra, un bastión donde el PP roza casi siempre el 50% de los votos. “Corro porque me pone muy enérgico para el resto del día”. Una rutina que apenas ha variado en los últimos años....
Edmundo Bal toma una cucharada de Nocilla a las ocho de la mañana. Se prepara un café con leche. Se coloca unas mallas negras y sale a correr 10 kilómetros por los alrededores de su casa, una vivienda unifamiliar de dos plantas de ladrillo visto ubicada al norte de Madrid, muy cerca de los límites del barrio de Mirasierra, un bastión donde el PP roza casi siempre el 50% de los votos. “Corro porque me pone muy enérgico para el resto del día”. Una rutina que apenas ha variado en los últimos años. No lo hace solo. Le acompaña Chuck Berry, Loquillo y Mick Jagger. 700 canciones que él mismo ha escogido para su lista de Spotify:
―¿Vio a Ayuso correr el otro día?
―¿Correr?, ¿ese es el verbo?
―Correr o libertad.
―Cada uno tiene su estilo.
Tras una ducha, un café y un plátano, un chófer y dos miembros de su equipo de prensa le esperan a las 11.00 en la Edmundoneta, una furgoneta negra Mercedes de ocho plazas que el partido ha bautizado así para la campaña. La jornada electoral arranca a las 11.30 con un acto en el Teatro de La Latina, donde anunciará un abono anual gratuito de 100 euros para que los jóvenes de hasta 26 años acudan a los cines y a los teatros de Madrid. “Soy un tipo muy germánico. Me gusta planificar todo”.
De Huelva, confiesa durante el trayecto que pasa del mar. “He salido a mi abuela y no me gusta”. A su abuelo, que nació el día de San Edmundo, le debe su nombre. En su familia son cuatro. Él, su hijo, su primo y el hijo de su primo. No hay Navidad sin que se hagan una foto los cuatro. Cuenta que allá por 1970, sus padres aterrizaron junto a él y sus dos hermanos en el barrio de Moratalaz, cuando solo era un muchacho de siete años. “Si hay que resolver un problema gordo en el ministerio”, le dijo su padre una vez, “lo resuelven los abogados del Estado. Inténtalo”. En dos años sacó la oposición. La media está en cuatro.
―Hay que ver Almeida…
Esther Ruiz, número dos de su candidatura, le recibe así al llegar a La Latina. El chat de WhatsApp de Ciudadanos echa humo el sábado con una entrevista del alcalde de Madrid en Abc, donde a ella le tiran los trastos: “Me parece muy atractiva”, dice José Luis Martínez-Almeida. “Hablaré con él”, responde Bal a Ruiz con sorna. El candidato de Ciudadanos conoce al regidor de la capital desde hace más de 20 años. “Soy como el padrino de su promoción, me llevo muy bien con todos”. Una vez al año se van de viaje de fin de semana por alguna capital europea. De pronto, una pareja de mediana edad frena en seco ante el revuelo de cámaras en las puertas del teatro: “¿Quién es este?”, pregunta ella. “El Bal ese”, responde él. El candidato, a pocos metros, despide a la prensa. Finaliza el acto. Tiene que estar en Chueca en diez minutos.
—¿Toni Cantó es buen actor de teatro?
—En casa veíamos 7 vidas, pero éramos más de Javier Cámara.
—Pues ahí le daban collejas…
(Bal ríe)
Bal llega al mediodía al Mercado de San Antón. Durante el paseo, los dueños de las fruterías, panaderías y pastelerías buscan su foto junto a la vicealcaldesa madrileña, Begoña Villacís, que acaba de llegar y está volcadísima en la campaña. “Esto es carne de avestruz”, les indica la gerente del mercado en una carnicería. Villacís hace oídos sordos. Prefiere presumir de los logros de Ciudadanos en el Ayuntamiento. Un voto para el partido vale más que cualquier animal salvaje. La gerente del mercado, inquieta, corta la conversación de nuevo: “Perdona, Begoña, esto es una raza vianesa de carne”. Bal, cortés, entra al trapo. Igual la gerente es un voto. “¡Yo soy muy carnívoro!”. Su familia dice que cocina de rechupete.
En campaña todo está pautado. A las 14.30, la Edmundoneta llega a los bares de la calle de Ibiza. Aquí les espera una carpa de Ciudadanos. Dos jubilados saludan a la vicealcaldesa. “Yo soy el suegro de Edmundo. ¡Eres más alta que en la tele!”. Villacís choca los codos. El suegro les garantiza el voto, a su manera: “Begoña, los mejores políticos de Madrid son este señor —apunta con el dedo a su yerno— y el alcalde”. Bal se parte de risa.
Al paseo también han venido su esposa, letrada a la que conoció en una clase de Derecho en la Complutense hace más de 30 años, y su hijo, Edmundo, un estudiante de Filología Hispánica que ha heredado su pelo rizado, y que tiene muy claro el voto: “No voy a votar a mi padre. Me voy a abstener. Ya sabe que nunca he coincidido con él políticamente”. Su madre, al oírlo, se acerca rápidamente y al menos garantiza la victoria de Ciudadanos en la familia: “Yo sí, eh”. Bal come con ellos a diario, salvo durante el macrojuicio del caso Gürtel, que solo les veía durante la cena. “Fue un año durísimo para él”, recuerda su mujer. “Llegaba de noche. Cenaba y se iba a la cama”. Este sábado almorzaron unos filetes con patatas en casa.
A las 16.00 desconecta. Saca su Harley Davidson del garaje y se da una vuelta por su barrio. Regresa. Está optimista. Cuenta una anécdota. Dice que una mañana de mayo de 2018 Gerard Piqué estaba escondido en una habitación luminosa de un nuevo despacho de abogados en el centro de Madrid. Él, un reputado letrado del Estado, había sido invitado a la inauguración a través de un magistrado. No sabía nada del invitado sorpresa. Un año antes, el futbolista del Barça hizo unas declaraciones tras un España-Francia. Señaló, entre otras cosas, que las personas que habían imputado a Messi y a Neymar por fraude fiscal a Hacienda se sentaban junto a Florentino Pérez en el palco del Bernabéu. Bal era una de esas personas y jamás había pisado ese estadio. Tras aquellas declaraciones, el letrado escribió un duro artículo en El Confidencial: “Señor Piqué, los impuestos de Messi hacen falta para carreteras y hospitales”. El abogado catalán que inauguraba el despacho donde estaba el futbolista un año después le recibió con un abrazo: “Edmundo, te tengo una sorpresa. No te asustes al abrir aquella puerta”. No dio crédito. Había un gigante sentado en una silla:
―¿Metí la pata?, preguntó al verlo el futbolista.
―Mucho, respondió Bal.
Y se dieron un abrazo. Meses después, Piqué le envió un cuadro enmarcado con la red del último partido que se jugó en el Vicente Calderón. “Es un gran tipo”, dice Bal —del Atleti― tras contar por primera vez la historia. De 53 años, este abogado es un animal del Estado. Hace cuatro años también sentó en el banquillo a Cristiano Ronaldo por delito fiscal. Hace tres, siendo el jefe del departamento penal de la Abogacía del Estado, pronunció una frase envuelto en una toga negra en el juicio de la trama Gürtel del PP:
―Con la venia, señoría, esto es prácticamente un cáncer de corrupción.
Y pidió una condena ejemplar para que los empresarios españoles no se vieran tentados de sobornar a un político. Bal se enfrenta ahora al juicio final de Ciudadanos en Madrid. Sostener o perder de golpe 26 diputados. O cero o siete escaños, según todas las encuestas. Optimista nato, aceptó el último reto del partido que le fichó en marzo de 2019; meses después de que se negara a firmar un informe de la Abogacía del Estado que pedía sedición y no rebelión ―con más pena de cárcel― para los separatistas en el juicio del procés [referéndum ilegal y declaración unilateral de independencia]. Tras su rechazo, el Gobierno de Pedro Sánchez le destituyó de inmediato. Bal era un tipo desconocido con fama de progresista en el gremio. Aquel día abrió todos los telediarios. El abogado José María Fuster Fabra, amigo del padre de Albert Rivera y que se había enfrentado a él duramente en numerosos juicios, llamó por teléfono al entonces líder de Ciudadanos: “Albert, no dejes escapar a este tío. Es muy bueno”.
Rivera, raudo, agarró el teléfono: “Edmundo, vente a la sede de Ciudadanos”. Fue una reunión corta, sin ningún acuerdo. Un pequeño tanteo. Semanas después, Sánchez adelantaba las elecciones generales para abril de 2019. El teléfono de Bal sonó de nuevo:
―Soy Albert, ¿te vienes en la lista y hacemos la campaña juntos?
―¡Claro!
Tras recodar la historia, dice que no se arrepiente. La Edmundoneta llega al último acto. 19.30. Plaza de Ópera. A eso de las 20.13, Inés Arrimadas mira sonriente a un tipo de la primera fila. Un hombre de 53 años, menudo, con nariz aguileña, camisa blanca a juego con la barba de tres días y un vaquero negro ajustadísimo, abre sus ojos azules al escuchar cinco veces su nombre. El hombre, firme, sube cuatro escalones de un pequeño escenario naranja a las puertas del Teatro Real. 200 personas ondean banderas de España y de Europa bajo un clima de melancolía y esperanza. Se ajusta el micrófono. Toma aire. Y lanza: “Me llamo Edmundo Bal y quiero ser el próximo presidente de la Comunidad de Madrid”.
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