La experiencia personal del director cultural del Centro Cultural Islámico: “¿Esto es Ramadán? Sí, lo es”
El autor relata cómo es para la comunidad musulmana no poder vivir este mes de Ramadán sin poder juntarse
Nunca imaginé que viviría un mes de ayuno sin Ramadán, sin la alegría de su llegada, sin la sonrisa en los rostros de los musulmanes, a pesar del cansancio propio del ayuno. Este año miro con estupor las mezquitas cerradas, la salmodia del almuédano ahogada en la garganta, el rezo nocturno de Ramadán, tarawih, desaparecido, los orantes confinados en sus casas y el típico iftar (comida nocturna con la que se rompe el ayuno) brillando por su ausencia.
Todo eso por culpa de la covid-19, que hizo que cientos de españoles no acudieran a su habitual cita al ...
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Nunca imaginé que viviría un mes de ayuno sin Ramadán, sin la alegría de su llegada, sin la sonrisa en los rostros de los musulmanes, a pesar del cansancio propio del ayuno. Este año miro con estupor las mezquitas cerradas, la salmodia del almuédano ahogada en la garganta, el rezo nocturno de Ramadán, tarawih, desaparecido, los orantes confinados en sus casas y el típico iftar (comida nocturna con la que se rompe el ayuno) brillando por su ausencia.
Todo eso por culpa de la covid-19, que hizo que cientos de españoles no acudieran a su habitual cita al Centro Islámico más grande de España y su preciosa mezquita, degustando al atardecer unos dátiles frescos y maduros y compartiendo un especial iftar con los musulmanes, porque, simplemente, el virus no quiso que se celebrara la Jornada de Puertas Abiertas de Ramadán.
Cuesta creer que se prepare una sola comida para cuatro o cinco personas sentadas, atónitas, en su casa, en lugar de comer rodeada de cientos de musulmanes y compartir el anhelado ‘iftar’
El invisible virus cambió todo. Acabó con muchos ritos y hábitos propios de los musulmanes en Ramadán. Nada de besos ni abrazos fraternos entre hermanos que estaban acostumbrados a ello, ni siquiera un apretón de mano. Nada de visitas, ni encuentros, ni siquiera con familiares e íntimos amigos. La gente dice, sin musitar: “¿Eso es Ramadán?”. Sí, lo es. Este Ramadán es tan raro como lo es el mundo entero, tan extraño como lo es el confinamiento de todo un pueblo mediterráneo acostumbrado a salir, a divertirse y ahora…
Cuesta creer que a ningún musulmán le llegue su porción de dátiles que generosamente se distribuían en la mezquita en Ramadán. Este año ha sido el único que no se ha hecho. Cuesta creer que se prepare una sola comida para cuatro o cinco personas sentadas, atónitas, en su casa, en lugar de comer rodeada de cientos de musulmanes y compartir el anhelado iftar, apenas se ponga el sol en la mezquita.
Esta pesadilla, la covid-19, ensombreció las costumbres y tradiciones del sagrado mes, acabó con los platos típicos, atuendos típicos, porque la gente dejó de lado todo eso y se consagró al cuidado de su salud, lavándose las manos hasta la irritación de la piel y entregándose a las frías pantallas de televisión que muestran números y más números de fallecidos y contagiados.
Sin embargo, a pesar de la pandemia, los musulmanes celebran el Ramadán. Lo hacen ensimismados, perdidos y tristes. Reviven los recuerdos de apenas el pasado año, añoran volverse a ver en las mezquitas que hoy lloran y se visten de luto por el silencio impresionante que nunca fue propio de ellas, especialmente en Ramadán. Los musulmanes se quedaron en casa, como todos, pero siguen rezando en ellas volviéndolas diminutas mezquitas por un lapso determinado, porque la fe y la esperanza nos motivan y nos aseguran que pronto venceremos al temido virus y desaparecerá del todo, porque nada prevalecerá para siempre, como reza el Corán: “Todo cuanto existe en la Tierra perecerá y sólo el majestuoso y noble rostro de tu Señor perdurará por siempre”.
Sami El Mushtawi es el jefe del Departamento de Cultura del Centro Cultural Islámico de Madrid
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