Que no vuelva el ruido a Madrid
Tristemente gracias a la pandemia muchos madrileños descubrimos la paz en unos barrios más habitables
La madrugada del 15 de marzo algún ruidoso cliente de bar en Chamberí apuraba el último minuto antes del confinamiento. Desde ese día y hasta el 25 de mayo, que reabrieron las terrazas, los vecinos de la calle Ponzano (72 bares en un kilómetro) vivimos una situación extraordinaria que solo recordaban los viejos que allá por los años 60 jugaban a las chapas siguiendo los bordillos de las aceras.
Rápido ...
La madrugada del 15 de marzo algún ruidoso cliente de bar en Chamberí apuraba el último minuto antes del confinamiento. Desde ese día y hasta el 25 de mayo, que reabrieron las terrazas, los vecinos de la calle Ponzano (72 bares en un kilómetro) vivimos una situación extraordinaria que solo recordaban los viejos que allá por los años 60 jugaban a las chapas siguiendo los bordillos de las aceras.
Rápido nos acostumbramos a vivir sin ruido. Los primeros días extrañaban las calles vacías, los vecinos asomados a las ventanas, los escasos vehículos, las pisadas de alguien camino de la compra, despertar sin escuchar ruido alguno. Hasta costaba conciliar el sueño con tanto silencio.
Descubrimos amables sonidos que no escuchábamos a causa del ruido ambiente, como conversaciones de vecinos y cantos de pájaros.
Tanto silencio me recordó la infancia en la montaña leonesa. En las noches el silencio era total si acaso, en invierno, se escuchaba el viento. En la siesta del verano el silencio solo lo rompían ladridos de perros y cencerros de ovejas y vacas que pastaban en la sierra.
Sentada en el sillón de mi casa, con un libro en la mano, salía de la lectura y me transportaba a aquella infancia feliz con los abuelos, los padres, mis ocho hermanos. Me acordé de la tortilla que hacía mi madre. Y de Juan Benet -estaba allí en su condición de ingeniero no por la más conocida de escritor- que entraba en casa y preguntaba a mi madre si tenía tortilla de patatas que –decía él y yo confirmo- era la mejor del mundo.
A pesar de la inquietud o miedo por el virus, el silencio nos trajo cambios de temperamento, más sosiego, menos agresividad. Descubrimos lo placentero de escuchar música, leer un libro y dormir sin acelerones de motos, ruido de tráfico, gente saliendo de bares o discotecas a cualquier hora de día y de noche –hasta las 6 de la madrugada- hablando a voces, cantando o volcando papeleras y cubos.
El silencio y el sosiego duró lo que duró el confinamiento. El ruido ha vuelto. No con la intensidad de antes pero sabemos que es cuestión de tiempo.
Hablamos con frecuencia de la contaminación ambiental – con motivos- y poco de la contaminación acústica a pesar de generar graves problemas de salud: Insomnio, falta de concentración y de rendimiento o agresividad.
En los días de silencio descubrí que los motores de los coches son menos ruidosos que las ruedas sobre el pavimento. ¿Tan difícil es cambiar el asfalto por otro que absorba ruido?
Las aceras y especialmente las baldosas pequeñas o estriadas, sobre las que las ruedas de cubos de basura, maletas y otros objetos hacen mucho ruido. Por mi calle pasan cada madrugada cuatro camiones de recogida de basura. El movimiento de los cubos -también el ruido de la trituradora de basura- es un suplicio. ¿Tan difícil es sustituir las ruedas de los cubos por material blando? ¿Tan difícil es que en las zonas de recogida nocturna los camiones no trituren debajo de nuestras ventanas?
Con mucho lo más conflictivo en la relación ruido-descanso es la concentración de locales de restauración y ocio en zonas residenciales y el trasiego de gente de unos a otros.
Muchos locales han realizado obras de acondicionamiento para mejorar el aislamiento acústico. Aun así las viviendas soportan mucho ruido y es común que las mediciones con sonómetros den valores por encima de lo permitido y eso que lo permitido en Madrid es superior a lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
El ruido se agrava por la situación constructiva de muchos de los barrios céntricos de Madrid. Muchísimos edificios de viviendas se construyeron hace un siglo y muchos otros son anteriores a 1970. Los sistemas de aislamiento eran inexistentes. Quien puede cambia las ventanas por otras que aíslen siente algo de mejora, pero el ruido sigue colándose por esas paredes sin aislamiento.
Como los problemas no vienen solos, en los barrios centrales de la ciudad muchos edificios tienen alguna protección arquitectónica que prohíbe instalar aparatos de aire acondicionado en fachada. Así que el ruido nos impide abrir las ventanas y la protección dificulta poner aire acondicionado. Es decir que en invierno mal y en verano peor.
Falta voluntad del Ayuntamiento
La situación es desesperante para quien lo vive cada día. Pero mejorable si la prioridad del Gobierno Municipal fuese mejorar la vida de los residentes de barrios sometidos al ruido. Conocen la situación pero falta voluntad de mejorar la vida vecinal equilibrando la relación descanso-ocio.
Para que los vecinos no acabemos abandonando los barrios –muchos ya lo han hecho- sería necesario que el Gobierno Municipal aplicase las Ordenanzas de Actividades Económicas, de Terrazas y de Protección contra la Contaminación Acústica y Térmica, crease Zonas de Protección Acústica Especial, invirtiese en aislar acústica y térmicamente los edificios de viviendas, cambiase los pavimentos de calzadas y aceras, mejorase la recogida de basuras y el transporte público. Con estas medidas podría obligar a los establecimientos a cumplir las normas; regular no más establecimientos de ocio en calles ya saturadas; ahorrar dinero en consumo energético a las familias y reducir la contaminación medioambiental y acústica; reducir el uso del vehículo privado.
No será fácil que el poder municipal que permite que el espacio público sea utilizado para negocios privados, especialmente para terrazas de bares, ponga orden en el uso de ese espacio. No será fácil recuperar el espacio público para que sea lugar de encuentro ciudadano, de juego para los niños, de paseo para los vecinos y de descanso en los bancos, muchos desaparecidos de aceras y plazas.
El principal responsable de reducir el ruido –acabar con él es una utopía- es el Ayuntamiento, lo que no excluye de responsabilidad a propietarios y usuarios de establecimientos de ocio.
La nueva normativa “provisional” del Ayuntamiento ampliando el espacio y horario de las terrazas y permitiendo que estas se instalen en calzada, para lo que suprimirán plazas de aparcamiento, no va en la buena dirección y es un nuevo mazazo a la vida del vecindario.
Con esta norma los propietarios de locales, una vez más, consiguen que en el equilibrio descanso-ruido pierda el descanso. Es evidente que a ellos y a la autoridad municipal no les preocupa nuestra falta de descanso. Olvidan que los vecinos trabajamos, cuidamos a sus ancianos, limpiamos sus casas, operamos a sus hijos, conducimos los autobuses, atendemos nuestros negocios.
Disfrutar de un buen descanso es algo a que muchos madrileños solo hemos conocido durante el confinamiento.
Vivir con ruido alto –sobre todo por las noches- es una sensación tan mala que puede no ser fácil de entender para quien no lo sufre.
Disfrutar de un silencio como el que cualquier lector puede tener en su casa –que no es la ausencia total de ruido- es algo tan grato que debería ser un derecho universal.
Está en manos del Ayuntamiento, los propietarios de locales y la ciudadanía conseguir una ciudad más amable. Una ciudad viva en la que el ocio y el descanso encuentren el punto de compatibilidad.
Pilar Rodríguez es vecina de Chamberí, miembro de la Asociación de Vecinos El Organillo
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