Vergüenza

Lo que está sucediendo en Madrid es un escándalo. En mi barrio hay tres lugares que no solo no se vacían, sino que cada vez albergan más gente

Una sanitaria sale a atender a numerosas personas que esperan fuera del Centro de Salud Artilleros, este martes.Marta Fernández - Europa Press (Europa Press)

Qué vergüenza, Madrid. Qué bochorno más grande. Qué estás haciendo, en qué te has convertido. Por qué le das la mano a quien te arrastra al suelo. Por qué permites la humillación. Por qué no te plantas. Por qué no te cuidas.

Lo que está sucediendo en Madrid es un escándalo. En mi barrio hay tres lugares que no solo no se vacían, sino que cada vez albergan más gente. El primero es el centro de salud, por el que he de pasar obligatoriamente a recoger mis medicinas. La enfermera que atiende en la puerta no abandona la sonrisa. Trata a la gente con suavidad, casi parece que acaricia con los...

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Qué vergüenza, Madrid. Qué bochorno más grande. Qué estás haciendo, en qué te has convertido. Por qué le das la mano a quien te arrastra al suelo. Por qué permites la humillación. Por qué no te plantas. Por qué no te cuidas.

Lo que está sucediendo en Madrid es un escándalo. En mi barrio hay tres lugares que no solo no se vacían, sino que cada vez albergan más gente. El primero es el centro de salud, por el que he de pasar obligatoriamente a recoger mis medicinas. La enfermera que atiende en la puerta no abandona la sonrisa. Trata a la gente con suavidad, casi parece que acaricia con los ojos. Le hace una broma a una niña que espera con su padre delante de mí. No parece que le suponga un esfuerzo ser amable, pero intuyo que es pura supervivencia. La ternura frente al caos como manual de resistencia. Ojalá le funcione. Otro de los lugares que no se vacían son los bancos. Acudo al mío también por obligación saltándome el regimen de semiconfinamiento que me he impuesto a mí misma ya que los que deben hacerlo no lo exigen y vuelvo con ansiedad a casa. Una experiencia horrible: no por los trabajadores, sino por los que acuden, desesperados, a que les resuelvan dudas que no tienen una respuesta correcta. Por el tercero paso cada día en mi única salida con mis perros. En su puerta cada vez más personas: hay discusiones, llantinas, súplicas. Es la Oficina de Empleo. Y mientras estos tres lugares explotan, los contagios se multiplican, los muertos se amontonan, el sistema colapsa, el virus crece, crece, crece. Nada cambia.

No sé como está el resto de la ciudad. Sé lo que hay en mi barrio porque alguna tarde salgo a pedalear. Huele a enfermedad, pero ya no huele a miedo: no sé si ha desaparecido o es que nos hemos acostumbrado. Y eso, acostumbrarse a una emoción tan poderosa como el miedo, es un error, un fracaso absoluto. El miedo nace para ayudarnos, para sacudirnos, para que recuperemos el movimiento, para que no vivamos estáticos esperando quién sabe qué. El miedo nace para que vivamos alerta porque el mundo, aunque trabajemos por lo contrario, no es un lugar amable. El miedo existe para que las cosas cambien. Nos obliga a cuidarnos, a buscar refugio. Es una emoción particular. El miedo existe para que lo derrotemos, pero para eso debemos tenerlo.

Por eso, no existe nada ahora mismo que me avergüence más que un político sin miedo. Una cabeza al mando a la que nada le atemoriza. Una mente temeraria. Un responsable sin necesidad de encender la luz porque la oscuridad no le asusta. No hay nada más peligroso que una persona sin miedo.

Y esa es la mano a la que te estás agarrando, Madrid. Esa es la persona con la que te acuestas cada noche. Por eso me das vergüenza. Pero más vergüenza me da que me hagan sentir vergüenza de ti.

Madrid me mata.

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