El mayor tanque de tormentas del mundo está oculto bajo un campo de golf de Madrid
Gracias a este inmenso depósito se ha evitado que el río Manzanares se inundara de cientos de millones de litros de desperdicios. También ha servido para rodar escenas de la serie ‘La Casa de Papel’
Un gigantesco estómago bajo tierra. Debajo del Club de Campo de Madrid existe un paisaje subterráneo único en el mundo. No hay otro igual. A ocho kilómetros de la Puerta del Sol, oculto, casi como un secreto para la mayoría de los ciudadanos, alberga una misión fundamental para la ciudad. Evitar el desbordamiento del río Manzanares e impedir que la suciedad de las calles llegue de golpe a su cauce cuando las tormentas acechan. Una labor silenciosa, desapercibida, discreta. Una misión fundamental para el ecosistema. Es un depósito de dos plantas inmenso. Una estructura de 85.000 metros cúbicos ...
Un gigantesco estómago bajo tierra. Debajo del Club de Campo de Madrid existe un paisaje subterráneo único en el mundo. No hay otro igual. A ocho kilómetros de la Puerta del Sol, oculto, casi como un secreto para la mayoría de los ciudadanos, alberga una misión fundamental para la ciudad. Evitar el desbordamiento del río Manzanares e impedir que la suciedad de las calles llegue de golpe a su cauce cuando las tormentas acechan. Una labor silenciosa, desapercibida, discreta. Una misión fundamental para el ecosistema. Es un depósito de dos plantas inmenso. Una estructura de 85.000 metros cúbicos de hormigón de hasta 22 metros de alto. El equivalente a un cubo de 57 metros de lado. Sus enormes muros grises almacenan hasta ocho veces el estanque del Parque del Retiro, como si se inundara la mitad del Bernabéu. Una piscina de 33.000 metros cuadrados de unos 12 metros de profundidad. Bienvenidos al descomunal tanque de tormentas de Arroyofresno.
El techo de este gigantesco depósito es un campo de golf. Cientos de madrileños caminan y golpean a diario la pelotita blanca con sus palos ajenos al universo subterráneo que pisan. La construcción de esta inmensa obra de la ingeniería se divide en dos plantas. La primera es un aparcamiento para coches de empleados, como cualquier parking de un gran centro comercial. La segunda es el tanque en sí mismo. Aquí huele a agua estancada. Un fétido olor que penetra hasta con las mejores mascarillas del mercado. Un estanque donde la luz natural no entra ni a regañadientes y donde se percibe de verdad la suciedad de las calles de la capital.
Por aquí caminan diariamente dos operarios, como si de una pareja policiaca se tratara. Hacen varios kilómetros al día. Vigilan que este complejo minipantano —acompañado de un gran sistema de tuberías y bombas enormes— funcione a la perfección. “Conservamos todos los elementos para evitar momentos críticos”, cuenta Óscar García, un técnico de mantenimiento menudo y sonriente de 44 años. “Si tenemos previsión de lluvia, venimos rápido. Estamos en prealerta siempre”, dice su compañero Isidoro Gordo, de 45, ataviado con un mono azul y una barba prominente.
— No se perderán el tiempo en el telediario…
— Nosotros tenemos seis aplicaciones del tiempo en el móvil.
Los dos saben si lloverá o no dentro de cinco minutos. Los dos saben la cantidad. Los dos saben el tiempo exacto. Dos meteorólogos de mantenimiento bajo tierra. Poca broma. Este tanque de tormentas es un fenómeno reciente de la ingeniería. No hay semana sin visitas de países. Hasta aquí han viajado ingenieros de Estados Unidos, Singapur, Honduras o Mozambique. Quieren copiar este modelo. Hasta el cine ha echado el anzuelo. Ha servido para rodar escenas de la serie La Casa de Papel o películas como Torrente 5 o Los del Túnel.
Todo este almacén acuático surge de la depuración de las aguas. Un proceso silencioso que transcurre ajeno a la vida humana debajo de las ciudades. Cuando llueve, el agua arrastra toneladas de hojarasca, cartones, colillas, aceites, toallitas, papeles, residuos: basura. Antes de verterla al cauce de los ríos o reutilizarla para el regadío, estos tanques de tormentas recogen el caudal que recogen las alcantarillas para, en el caso de Madrid, enviarla a las depuradoras y después, ya limpia, al río Manzanares.
— ¿El madrileño es higiénico en su casa?
— En reciclaje, sí; en el resto tenemos mucho que mejorar.
Manuel Rodríguez es el subdirector de conservación del Canal de Isabel II, la empresa pública de aguas que gestiona los 15.317 kilómetros de tuberías de Madrid. Hay tantas que, si se juntaran en línea recta, llegarían hasta Australia. El ingeniero Rodríguez es la voz que gestiona este gran estómago subterráneo. Dice que la lluvia es muy peligrosa durante los primeros 20 minutos. Que es en ese momento y no después cuando se arrastran todos los residuos. Si la tromba de agua es desproporcionada se sobrepasaría la capacidad de las depuradoras y todo el caudal restante, cargado de basuras, iría a los ríos con unas consecuencias ecológicas tremendas. “Para eso se crearon los tanques de tormentas”, sonríe el ingeniero Rodríguez. Solo este año se ha evitado que el Manzanares se inundara de cientos de miles de litros de desperdicios, el equivalente a ocho veces el Santiago Bernabéu lleno de agua. En Madrid existen 36 tanques de tormenta; en la Comunidad, 65 y en España, 470. La capacidad de los tres mayores de Madrid es la misma que la suma de todos los restantes.
El tanque de tormentas del Club de Campo se terminó en 2009. Un equipo de ingenieros visitó Holanda a finales de los noventa y se quedó prendado de ese sistema recolector acuático. El Ayuntamiento apostó por este tipo de construcción porque el Manzanares es un río muy poco caudaloso. Apenas cubre, uno podría cruzar el río entero con el agua por la cintura. En los ríos de otras grandes capitales, sin embargo, la naturaleza se encarga por sí misma de desintegrar las malezas. En Madrid, no.
Se construyó en este rincón por pura logística. Está pegado al río y junto a una de las depuradoras. En Madrid podría llover 17 horas seguidas sin parar y toda esa agua iría a parar a este almacén. Si se llenase, como ha ocurrido cuatro veces ―la última en la Semana Santa de este año— los técnicos cerrarían la compuerta. Una descomunal boca de ocho metros idéntica al túnel del Metro. Una vez cerrada, el resto del agua iría al río, sin depurar. “Pero ya va mucho más limpia que antes porque los primeros miles y miles de litros con basura se quedan aquí”, presume el ingeniero. “Hemos logrado evitar muchas veces lo que sucedió el 24 de junio de 1995”.
Aquella noche de verano se abrieron las puertas del infierno. Una tromba de agua imprevista inundó todas las calles de Madrid. Se arrancaron de cuajo todas las compuertas del río Manzanares. Fueron tres tormentas seguidas inauditas. De la nada y de repente. Hacía 25 años que no caía tanta agua en la capital de España. Primero, la lluvia. Después, el granizo. Cayeron millones, como garbanzos. La lluvia se llevó por delante la vida de Raquel, una mujer sintecho que dormía en unas obras de Aravaca. Quedaron sepultados cientos de coches, se inundó el Metro, locales, garajes, bajos, primeros, comercios. Madrid tuvo oleajes hasta en el Bernabéu. Aquí se jugaba la final de la Copa del Rey entre el Deportivo de la Coruña y el Valencia.
“Eran las 22.00 de la noche y fue surrealista”, recuerda por teléfono José Luis García Aranda, el árbitro del encuentro. “Fue una cosa impresionante. En mi vida vi una cosa igual”. El partido iba 1-1 y en el minuto 79 aquello parecía una piscina olímpica. Aranda miraba a los futbolistas como si fueran nadadores. “¡La pelota flotaba!”. El agua llegaba por los tobillos. No aguantó esos últimos 11 minutos. Suspendió el partido. Todos corrieron hacia el túnel de vestuarios como si estuvieran en los sanfermines. 80.000 personas venidas de A Coruña y Valencia permanecían en sus asientos. El rey Juan Carlos, en el palco, no daba crédito. Aranda pensó que, siendo verano, la tormenta amainaría. No quería suspender el partido. Era una decisión de proporciones económicas tremendas. Era la final del fútbol español. Miles de hinchas de Valencia y A Coruña tendrían que volver a Madrid de nuevo. Sobre las 23.00, Aranda decide salir del vestuario. Alucinó. “¡Me llegaba el agua por la cintura! No pude subir al césped”. Hay fotos en la hemeroteca con decenas de artilugios electrónicos flotando. Un equipo de bomberos bajó a rescatar a varias personas de semejante incendio acuático. No hubo heridos. Aranda huyó de nuevo a su vestuario. Anunció el final partido.
“La gente ha tenido que salir de los coches a nado”, informó un miembro del Samur desde otro punto de Madrid. A la una y media de la madrugada los servicios de urgencias rescataban a varios vecinos que se encontraban bloqueados en la M-30. Un portavoz del Servicio Meteorológico Nacional, que en ningún momento advirtió de la posibilidad de tormenta, dijo a EL PAÍS: “No podemos hablar con nadie. Solo le puedo decir que llueve sobre Madrid”.
La final se reanudó días después. El Deportivo ganó 2-1. “A la vuelta ningún futbolista mencionó la palabra la lluvia, por si acaso”, recuerda el colegiado Aranda. “La final se jugó en dos tiempos, nunca mejor dicho”. El tercer tiempo llegó con la apertura del mayor tanque tormentas del mundo.