Néstor
Lo más sobrecogedor de la muerte de un ser querido, el primer impacto al recibir la peor de las noticias, es darse cuenta de que la vida sigue
En otra vida había sido abogado. En la última, Néstor Alexander Pérez trabajaba de repartidor de comida a domicilio. Había nacido en Venezuela, donde le amenazaban, y vivía en España, donde encadenaba trabajos precarios. El pasado domingo, chocó con un camión de la basura cuando se dirigía a entregar un pedido en la capital. “Murió sobre el mismo asfalto que recorría cada día”, resumió su hermano Marcos. Tenía 48 años.
Alguien se ocupó de llamar a una vivienda del centro de Madrid para informar de que el pedido no iba a llegar. Lo más sobrecogedor de la muerte de un ser querido, el prim...
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En otra vida había sido abogado. En la última, Néstor Alexander Pérez trabajaba de repartidor de comida a domicilio. Había nacido en Venezuela, donde le amenazaban, y vivía en España, donde encadenaba trabajos precarios. El pasado domingo, chocó con un camión de la basura cuando se dirigía a entregar un pedido en la capital. “Murió sobre el mismo asfalto que recorría cada día”, resumió su hermano Marcos. Tenía 48 años.
Alguien se ocupó de llamar a una vivienda del centro de Madrid para informar de que el pedido no iba a llegar. Lo más sobrecogedor de la muerte de un ser querido, el primer impacto cuando uno recibe la peor de las noticias, es precisamente ese: darse cuenta de que aunque tu vida haya cambiado para siempre, la de los demás, sigue. Los semáforos en rojo vuelven a ponerse en verde; los peatones cruzan; los coches avanzan. Alrededor oyes voces – otros continúan hablando, incluso riendo- y queda gente que camina deprisa porque aún tiene un sitio o alguien al que llegar. Todo resulta ajeno y nada volverá a ser igual. Por eso tienes ganas, como en el poema de W.H. Auden, de pedirle al resto del mundo, el que no sabe que en tu pequeña parcela todo acaba de reventar, que paren todos los relojes, corten el teléfono y den al perro un hueso para que deje de ladrar. Quieres que apaguen todas las estrellas, empaqueten la luna y desmantelen el sol. Que vacíen el océano y barran también el bosque.
En el piso compartido donde vivía, y del que quería mudarse porque era muy caro, quedaron sus libros y sus planes. Cuando se tiene el título de abogado, 48 años y una bolsa con comida que repartir, el tiempo libre se va en eso, en planear, porque hacer cuesta dinero. Siguiendo el plan, Néstor Alexander había salido de su país y llegado a España. Aquí pidió asilo, se puso a pintar pisos, cargar camiones, hacer mundanzas. Cuando se marchó de Glovo por falta de pedidos, empezó a trabajar para Deliveroo con la licencia de otro autónomo que delegó en él su actividad. Mientras, se preparaba para la prueba de acceso a la nacionalidad española, y como contaba Miguel Ezquiaga en este diario, quería ahorrar lo suficiente para poder asociarse en un bufete de abogados latino.
Al día siguiente del accidente de Néstor, el Ministerio de Sanidad comunicó 909 muertes por coronavirus, la cifra más alta de defunciones en un fin de semana desde la primera ola. Y hemos visto tantos números, que ya los tratamos como si lo fueran, olvidando que detrás había planes y familiares que quieren parar todos los relojes, empaquetar la luna y desmantelar el sol. No hay nada más triste y peligroso que acostumbrarse a las desgracias. Y en eso estamos alcanzando inmunidad de rebaño.