Cómo está el barrio

Madrid es la suma de sus barrios, de esos de los que no quiere hablar Ayuso

Microconcierto en la plaza de San Ildefonso.BERNARDO PÉREZ

¿Cuál es tu rincón favorito de Madrid? “Mi cama”, responde primero entre risas. Está en la esquina de la librería Tipos Infames, junto al ventanal desde el que se observa el trasiego de la calle San Joaquín. Torpedeante sube y baja. Piensa James Rhodes un poco más y suelta: “El Retiro”. Unos segundos mirando hacia arriba confiesa: “Y la plaza de aquí detrás, es muy bonita”. Son días de orgullo para él, en los que ha visto cómo el Congreso saca adelante la ley de protección a la infancia.

Esa plaza es la de San ...

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¿Cuál es tu rincón favorito de Madrid? “Mi cama”, responde primero entre risas. Está en la esquina de la librería Tipos Infames, junto al ventanal desde el que se observa el trasiego de la calle San Joaquín. Torpedeante sube y baja. Piensa James Rhodes un poco más y suelta: “El Retiro”. Unos segundos mirando hacia arriba confiesa: “Y la plaza de aquí detrás, es muy bonita”. Son días de orgullo para él, en los que ha visto cómo el Congreso saca adelante la ley de protección a la infancia.

Esa plaza es la de San Ildefonso, achaflanada y siempre dando la bienvenida en Malasaña. Con sus bancos llenos de modernitos, abuelos y algunos yonquis, con las papeleras atestadas de cervezas. Siempre bajo el dominio de la estatua de la estudiante, con aires grunge de otras épocas y con la eterna carpeta bajo el brazo. ¿Qué llevaría dentro? A imagen y semejanza de los que entran hoy en las tiendas de alrededor en busca de sus pinceles y cartulinas. De reojo, mira la entrada de la pálida y austera iglesia, que abre sus puertas por las noches para deleite sorrentiniano.

Tiene San Ildefonso una atracción especial, de campanas, palomas, terrazas y adoquines algo mugrientos, donde ondean a la vez la bandera del Vaticano y la tricolor republicana. Y antes que Rhodes ya se la apropió Jim Jarmusch en aquella pequeña gran joya de Los límites de control, en la que puso a pasear a Tilda Swinton, con sombrero de vaquero, por estos lares. Pero hay alguien siempre antes que tú, aquí ya miraba por las ventanas para inspirarse el pintor romántico Leonardo Alenza. “Viva la sanidad pública”, grita una sábana colgada en una de las ventanas, desafiando a uno de los andamios que suelen cotizar al alza entre las cadenas de pago. Ya lo saben: de Parla a Malasaña.

Madrid es suma de barrios, cada uno con su idiosincrasia, un viaje cada pocas manzanas

Pero tiene a estas horas más luz de Generation, de esos jóvenes que piden paso. Desde uno de los balcones, un chico sigue fiel a su cita de sacar su altavoz, poner trap a toda pastilla y bailar como si se fuera a acabar el mundo. Y es que Madrid es suma de barrios, cada uno con su idiosincrasia, un viaje cada pocas manzanas. De esos de los que no quiere hablar Isabel Díaz Ayuso, con sus centros de salud colapsados. ¿Para qué hablar de programa y de gestión? ¿Para qué hablar de la degradación de la sanidad y la educación pública? ¿Para qué hablar de desigualdad? ¿Para qué hablar de lo que pasó en las residencias si lo que importa es la amenaza del comunismo?

La primavera ha echado a la gente a las callejuelas, el mundo no se para. En un cruce me encuentro a Anna Allen, que se ha mudado a Malasaña, ahora reconvertida en referencia pop tras su paso por Paquita Salas. Ella también confiesa sus rincones favoritos de la zona: las tiendas de segunda mano en Velarde, las galerías y las terrazas. Se despide al cruzar la esquina entre los alborozados grupos que apuran los días de abril: “¡Cómo está el barrio!”

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