Aullidos de punk y feminismo para la plaza del pueblo
Colmenar de Oreja acoge los primeros conciertos de Sesión Vermú, el ciclo de matinés para bandas emergentes en municipios con encanto
Miguel “El Bonifa” y José “El Pescadero” han comenzado el día como acostumbran, de animada tertulia y purito en las mesas altas del restaurante Café de Checa. Solo que esta vez deben alzar la voz o interrumpir la cháchara a cada rato porque justo enfrente de ellos, al pie de la casa consistorial, las chicas de Aiko el Grupo y las de Lisasinson se desgañitan sin piedad en sus respectivas pruebas de sonido. Nunca un Día del Trabajo habí...
Miguel “El Bonifa” y José “El Pescadero” han comenzado el día como acostumbran, de animada tertulia y purito en las mesas altas del restaurante Café de Checa. Solo que esta vez deben alzar la voz o interrumpir la cháchara a cada rato porque justo enfrente de ellos, al pie de la casa consistorial, las chicas de Aiko el Grupo y las de Lisasinson se desgañitan sin piedad en sus respectivas pruebas de sonido. Nunca un Día del Trabajo había amanecido tan ecléctico, intergeneracional y pintoresco en la Plaza Mayor de Colmenar de Oreja, pueblito de hechuras castellanas, tradición taurina y cantería ilustre que este sábado se convirtió en circunstancial e insólito epicentro indie gracias al arranque de la edición primaveral del ciclo Sesión Vermú.
Serán esta vez 53 bandas las que recorran plazas y enclaves emblemáticos de algunos de los municipios más hermosos de la región, desde Alcalá de Henares a Nuevo Baztán, Buitrago, Villarejo de Salvanés, Torrelaguna, San Lorenzo de El Escorial, Lozoya, Aranjuez o Rascafría. Solo uno de ellos, Alcobendas, colinda con la metrópoli. Todas las demás alternativas invitan a redescubrir esos pueblitos que teníamos a tiro y de los que a menudo, por la madrileñísima (y españolísima) costumbre de no apreciar aquello que nos compete, lo ignorábamos casi todo.
Para algo tenían que servir los dichosos confinamientos perimetrales. Para eso y para, con las mismas, conocer y respaldar a bandas jóvenes, emergentes y corajudas, con muchas ganas de contar alguna que otra verdad del barquero. Porque estas chavalas no se caracterizan precisamente por las medias tintas.
“Nosotras no sabíamos absolutamente nada de este pueblo, la verdad. Lo veníamos comentando por el camino: te sacan de la típica excursión a Buitrago y a los madrileños se nos agotaban los planes”. La confesión proviene de Bárbara (teclados), Lara, Teresa (guitarra y voz, en ambos casos) y Jaime (batería), los cuatro integrantes, de entre 23 y 24 años, de Aiko el Grupo. Las guitarristas son cántabras y “Barbie”, cordobesa, pero los estudios universitarios las condujeron hasta Madrid y ahora ya lidian con la idiosincrasia regional. “Cosas como encadenar tres trabajos de becaria y un contrato de formación”, anota la muchacha de Lucena, con tono nada resignado.
El único al que le marchan algo mejor las cosas es a Jaime, que en un par de semanas se incorpora al CSIC, ¡ojito!, como investigador de Física Nuclear. “Soy el rarito en todos los sentidos”, asume. “Me dedico a algo que no sirve para nada en el día a día y que aburre a quien me pide que se lo explique...”. Se interrumpe porque alguien le acaba de acariciar la coronilla. Es Pablo, su padre, que ejerce como “el ‘groupie’ número 1 de Aiko”. No había avisado de su presencia, pero qué mejor plan para este raro sábado festivo de solete incierto y chubascos súbitos.
La proporción femenina es aún mayor en el caso de Lisasinson: las valencianas Paula, Miriam y María y la alicantina María completan un orgulloso cuatro de cuatro. Si en Aiko se abonan a la sorna y un sentido del humor a menudo hilarante (su oda a la copa menstrual fue recibida hacia las 12.45 con una mezcla de sonrisas, estupor y brazos en alto con el meñique y el índice extendidos), las levantinas optan por un punk más expeditivo y furibundo. “Provenimos de colectivos feministas, antifascistas, anarcos y escuelas libres. Y no, no tenemos ningún interés en ser ambiguas ni tibias. Más bien nos molestaría que alguien pensara una cosa así de nosotras”, anota su batería, que conjuga música y compromiso social con la horticultura. “Intenté sobrevivir vendiendo motosierras en la sección de jardinería de unos conocidos almacenes, pero... no era lo mío”, se carcajea.
Durante sus dos buenas horas, los aullidos de inconformidad, socarronería expeditiva y rebeldía milenial se adueñan de una plaza porticada en tiempos famosa por los espectáculos taurinos o aquellos disparatados concursos de gritos que incluso Almodóvar inmortalizó en una escena de La flor de mi secreto. Aiko el Grupo coinciden en tiempo y espacio con una congregación de moteros; Lisasinson, con la comunión de una chiquilla que seguramente no imaginaba esta banda sonora a la salida de la esplendorosa iglesia de Santa María la Mayor. Así son las matinés indies que promueve la consejería de Cultura y Turismo después de que la edición otoñal, más heterogénea estilísticamente, sirviera casi como el primer impulso para el sector de la música en vivo tras los meses más severos y desoladores del confinamiento.
El 60 por ciento de los integrantes de las bandas programadas en este nuevo Vermú son chicas, pero las protagonistas de esta mañana en suelo colmenarete avisan de que todavía queda muchísima tela que cortar. “Todo en el pop era un campo de nabos hasta hace muy poco. Ahora somos muchas chicas sobre los escenarios, pero aún no se ven entre los productores o técnicos de sonido, que son siempre tíos y te tratan como si fueras gilipollas”, protesta Teresa, una de las guitarristas de Aiko. Miriam, la cantante de Lisasinson, quiere pensar que la evolución del pensamiento es imparable. “Mi madre era muy obrera y de derechas, y ahora ha tenido que habituarse a una hija bollera y otra que casi, casi”, ríe. Mientras tanto, “El Pescadero” y “El Bonifa” se despiden por gestos, incapaces ya de hacerse oír en mitad de la tormenta de decibelios. “Nos encanta que hagan cosas en el pueblo, pero esto es demasiado ruido para nosotros”. Mañana habrá una nueva ocasión de pegar la hebra.