El barrio de Prosperidad se despide de Esteban, el hombre que hacía posibles los roscones más famosos
A sus 61 años el propietario de la conocida pastelería Valle Olid pertenecía a la cuarta generación de su familia que se ponía detrás del mostrador
A los roscones de buena calidad se les caza por el olor. Aquella era la máxima de Esteban Fernández, quien aseguraba que la presentación de la fruta o el glaseado podían engañar a cualquiera, pero lo de olor era otra historia. Así lo demostraba Navidad tras Navidad en Valle Olid, una pastelería del barrio de Prosperidad, cuando la fila de clientes atraídos por el olor a azahar y naranjas daba la vuelta a la esquina. Cada vez que Piedad López iba a comprar el pan con su perrita, el dueño le sacaba un poco de agua y de galletas, y des...
A los roscones de buena calidad se les caza por el olor. Aquella era la máxima de Esteban Fernández, quien aseguraba que la presentación de la fruta o el glaseado podían engañar a cualquiera, pero lo de olor era otra historia. Así lo demostraba Navidad tras Navidad en Valle Olid, una pastelería del barrio de Prosperidad, cuando la fila de clientes atraídos por el olor a azahar y naranjas daba la vuelta a la esquina. Cada vez que Piedad López iba a comprar el pan con su perrita, el dueño le sacaba un poco de agua y de galletas, y después, no había forma de sacar al animal. La noche del 3 de julio, alrededor de las once, la vecina aprovechó que había amainado el calor madrileño para salir a estirar las piernas. Al pasar por Valle Olid le extrañó ver luz y la persiana medio bajada. En ese momento asegura que sintió un pálpito que le hizo llamar al dueño, aunque no obtuvo respuesta. Fue al día siguiente, a las nueve de la mañana, cuando un amigo suyo lo encontró muerto al subir la persiana, guiado más por la costumbre de tomar un café con él que por la curiosidad. Esteban había fallecido a los 61 años.
El resto de la mañana aquella persiana se llenó de flores, velas, mensajes de despedida, y hasta una foto del pastelero con su característico pelo blanco peinado hacia atrás. Otro residente de Prosperidad, Leopoldo Teruel, se encontró el obituario cuando salió a comprar. Lo primero que le vino a la mente fueron los chupitos que el propio Esteban sacaba para amenizar las largas filas navideñas, pero aclara que la espera merecía la pena incluso sin licor. El roscón era un clásico de buenas costumbres, mucha nata y muchas figuritas para que nadie se quedara sin una. En el barrio también era de sobra conocida la decoración de los escaparates de Esteban, en lo que era el rey indiscutible. El despliegue variaba en función de la festividad, en San Isidro lo llenaba todo de chulapos y en el puente de Todos los Santos con calabazas. Aunque para el vecino Juan Valdivieso el secreto de este negocio familiar, que Esteban había heredado como cuarta generación, era su filosofía. “Prefería tener calidad aunque fuera difícil competir con las cadenas. Por eso lo elegíamos siempre”.
Más allá del contexto gastronómico, Esteban formaba parte de los fundadores de las Asociaciones de Vecinos y de Comercios de Prosperidad, por lo que siempre aportaba ideas para mejorar el barrio. Se implicaba mucho cuando llegaba la cabalgata de reyes o los premios de hostelería de Chamartín, para los que no dudó en enfundarse el traje de presentador. Tampoco el de fotógrafo de eventos, por lo que a veces costaba encontrar fotos suyas. Para las fiestas de la Virgen del Carmen creó unas rosquillas recubiertas de un glaseado lila, en alusión al mantón de la patrona, que en el fondo, no eran más que otra excusa para juntarse a celebrar.
El conocido pastelero era muy querido en su prospe de toda la vida y el sentimiento era mutuo. Hace cuatro años se vio obligado a prescindir del personal a su cargo y cambiar la ubicación del legendario local situado en la plaza de Prosperidad. Fue debido a problemas económicos derivados de la crisis, pero sus clientes intentaban seguir comprándole, aunque se tuvieran que desplazar. Durante la cuarentena, permaneció abierto, e incluso repartía el pan a aquellas casas donde había personas mayores temerosas de salir a la calle.
Su amigo Eduardo Morán admite que ha sido un golpe muy duro para todos. “Aquí no puedes dar un paso sin saludar a alguien, nos preocupamos los unos por los otros”, explica. Él cuenta que el verano no es muy buena época para las pastelerías porque las ventas caen, pero que Esteban había luchado muy duro y las cosas empezaban a mejorar. Sobre todo ahora, que acababa de nacer su nieto. “Era una persona magnífica que se desvivía por los problemas de los demás, aunque para los suyos era muy reservado. Es una injusticia lo que ha pasado, no hay explicación”, lamenta.
Durante los días siguientes, todo aquel que pasaba por Valle Olid se paraba para leer los carteles, ya algo emborronados debido a la lluvia. A algunos se les escapaban frases como: “No puede ser, pero si lo vi ayer”, o “Qué pena tan grande”. Otros, en cambio, miraban en silencio el escaparate donde las rosquillas y pasteles permanecían expuestos, listos para la venta. Piedad también volvió a pasar por la pastelería con su perrita, pero esta se negaba a avanzar por mucho que la mujer tirara de la correa. “Vámonos que no está. No va a salir, mi vida”, se justificaba la dueña.
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