Chicos que hablan a través del maquillaje: “Para mí es igual de artístico que la escultura”
Un incipiente movimiento juvenil destierra la idea de que las sombras de ojos y los pintalabios son solo para mujeres en busca de una identidad propia y libre
Un póster gigante con la imagen de Rosalía vigila a Abel Casado (25 años) cada día mientras se hace los últimos retoques en el espejo antes de salir a la calle. Su habitación, con una mezcla entre el estilo pop adolescente y el punk, es uno de los últimos cambios estéticos que ha incorporado a su vida. Los otros se pueden ver en su rostro, en el lápiz de ojos “limpio, fino y preciso” con el que se maquilla. Esta se ha convertido en su forma de lanzar un mensaj...
Un póster gigante con la imagen de Rosalía vigila a Abel Casado (25 años) cada día mientras se hace los últimos retoques en el espejo antes de salir a la calle. Su habitación, con una mezcla entre el estilo pop adolescente y el punk, es uno de los últimos cambios estéticos que ha incorporado a su vida. Los otros se pueden ver en su rostro, en el lápiz de ojos “limpio, fino y preciso” con el que se maquilla. Esta se ha convertido en su forma de lanzar un mensaje propio al mundo cuando sale por la puerta de su casa, al igual que la de muchos otros jóvenes.
El maquillaje dejó hace tiempo de estar circunscrito al ámbito femenino y él es una muestra de ello. Todo empezó cuando durante el confinamiento se enganchó a Euphoria, la serie de referencia para toda una generación de adolescentes. “Define el espíritu de la juventud de hoy. Sus personajes van en contra de lo normativo. Visten y se muestran en todo momento como quieren”, explica Abel. En este éxito de HBO protagonizado por el nuevo icono juvenil Zendaya, los personajes utilizan el maquillaje como forma de expresión. Sus looks son recreados por miles de adolescentes.
Esta nueva línea de embellecimiento —cuya única regla es que no hay reglas― empujó a Abel a practicar con su rostro desde su cuarto en la localidad madrileña de Móstoles. Para él, la incursión en el maquillaje artístico ha sido “una catarsis”. Y sigue: “Un viaje personal que me ha hecho replantearme si tenía superado o no ciertos miedos”. Aunque dentro de las redes se sienta aceptado y querido, salir a la vida real maquillado siendo un chico supone superar ciertas barreras que ha roto con el tiempo. “He llegado a maquillarme y ponerme unas gafas de sol al salir a la calle, coger el autobús y no quitármelas hasta encontrarme en Madrid con mis amigos”, recuerda, mientras se coloca una pequeñas perlas moradas en torno a los párpados.
Víctor de la Torre (30 años), describe la misma sensación de temor desde Arganda del Rey, otro municipio del extrarradio de la Comunidad de Madrid. “Cuidado por Arganda, que te pueden pegar”, le dice su madre cuando se entera de que se ha maquillado. “A pesar del lastre que supone vivir aquí, es imposible renunciar a esta parte de mí. La vida social la hago en el centro de Madrid. Pero solo cuando llego a Sainz de Baranda me tranquilizo y empiezo a ser yo mismo”, cuenta. Es en la capital donde su álter ego, Jake Makeer, luce un rostro lleno de colores y purpurina con perlas brillantes en los ojos para convertir a Víctor “en una persona más completa y poderosa, como una criatura extraña capaz de hacer lo que quiera”.
A su lado se encuentra su pareja sentimental, Alberto Sobrado (26 años). Juntos se retroalimentan, pero son polos opuestos. Para este último, la premisa no es estar bello, sino desafiar a lo tradicional, que asocia el maquillaje exclusivamente a las mujeres. “La búsqueda que hago es hacia lo imperfecto, no hacia la belleza convencional. Mis referentes son las señoras mayores con abrigo de visón que se pintan el pelo como los Pokémon, las piñatas de los cumpleaños y la hermanastra fea de Shrek. Me gustan los labios grises y las sombras de ojo violetas, aunque me digan que parece que me han pegado”, explica Alberto. “Hortera y entera, ese es mi lema”, sentencia.
Madrid, y el barrio de Chueca como ejemplo más claro, es para muchos de estos jóvenes la referencia en inclusión y normalización del maquillaje y sus nuevas formas de expresión. Por toda la ciudad proliferan las escuelas y academias de maquillaje, que acogen la demanda de profesionalizar este fenómeno surgido en las redes sociales. Óscar Arenas, cofundador y profesor en la escuela profesional BÔGART Makeup analiza el fenómeno desde un punto de vista social. “El ser humano busca la aceptación colectiva, la identificación con algo que le represente. El maquillaje también cumple esa función”, explica. “Es un grito reivindicativo ante los devaneos que la sociedad nos plantea”. Arenas recuerda que las nuevas generaciones han vivido de cerca una evolución social de las tendencias sexuales, que ha ampliado la visión de los géneros de una forma más amplia e inclusiva. “Todo esto se ha visto reflejado en la autoexpresion”, reflexiona.
El rostro de Óscar Hernández (21 años) se ha convertido en un lienzo desde que comenzó la licenciatura en Bellas Artes. Todas sus propuestas artísticas giran en torno a su cara, hasta el punto de que se depila completamente las cejas para poder pintárselas él mismo. “El maquillaje ha roto mis prejuicios de lo que es o no artístico”, asegura. “Llegué a Madrid después de ver Drag Race (un reality protagonizado por drag queens) y durante mi primer paseo por Chueca comprobé que lo que veía en él era real. Para mí lo que ellas hacen es igual de artístico que esculpir en yeso”, cuenta. Su identidad está asociada precisamente al movimiento drag, y se basa en el contraste entre la palidez de la cara y un sombreado intenso, además de pestañas postizas con el lagrimal afilado. “Intento investigar para crear mi propio concepto. Un cuadro se expone en las galerías y yo lo hago interactuando con los demás”, afirma.
El ego y las redes
A Alejandro Orellana (24 años) no le gustan las prisas ni llegar tarde. Por eso se reserva las dos horas antes de salir de casa para maquillarse con tranquilidad. Lo hace casi a diario. Empezó siendo un niño, cuando jugueteaba en la peluquería de su madre con productos cosméticos, muchos de los cuales desconocía su utilidad. Pero fue hace dos años cuando se produjo el estallido. “Durante el confinamiento, la explosión de vídeos y tutoriales en las redes sociales donde la gente experimentaba buscando nuevos conceptos me hizo atreverme a cambiar”, cuenta. Compró su primera paleta por Amazon y aprovechó los meses de encierro para practicar solo en su cuarto.
“Pronto empecé a estar satisfecho con los resultados, pero no me sentía completo, necesitaba ser visto. Si no lo compartes, no existe lo que haces”, relata. Subió un post a su cuenta de Instagram y fue creando una comunidad entorno a su rostro. “El maquillaje alimenta mi ego. Lo hago para gustarme a mí, pero si me halagan me gustaré más todavía”, reconoce.
En la cúspide de la pirámide de todos estos jóvenes se encuentran la denominada Beauty Community, una élite de influencers por los que las marcas suspiran para anunciar sus cosméticos. Algunos como Jeffrey Star o James Charles acumulan millones de seguidores en internet, marcando las tendencias actuales en el mundillo. Esa aspiración es la que persigue Emilio Miralles (22 años), estudiante de Publicidad que ha adquirido un control casi perfecto de su propia imagen. “Voy a abrir la ventana, la luz ahora está perfecta para el selfie”, indica en su habitación de un piso compartido en Vallecas, desde donde genera el contenido que posteriormente sube a las redes. Instagram y Tik-tok son sus favoritas, en esta última ha alcanzado ya los 11.000 seguidores y más de 396.000 me gusta. Se lo toma como un trabajo para que en un futuro pueda convertirse en una salida laboral real. “He llegado a exigirme subir tres vídeos diarios, que en su momento era lo necesario para ser viral y tener seguidores. Pero el algoritmo no termina de funcionar así y ahora solo publico cuando tengo algo relevante que compartir”, explica.
—¿No satura tanta exposición intencionada de la propia imagen?
―Honestamente, tengo sentimientos contradictorios. Por un lado hay un poco de inseguridad porque me siento muy observado. Llegas a darle mucha importancia a lo que los demás esperan de ti. Pero al mismo tiempo me empodera muchísimo, yo decido en todo momento cómo salgo a la calle y he llegado al punto de aceptarme como soy.
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