Cómo las despensas se convirtieron en la última obsesión de internet y en el espacio de deseo en las casas
Transformar la parte más indigna de un hogar en un pequeño orgullo parece ser la respuesta de una clase media aspiracional obligada a vivir en espacios pequeños
“Estoy supercontenta porque hoy True y yo nos vamos a mudar a la casa de nuestros sueños”, dice mirando a cámara Khloé Kardashian, una de las hermanas del clan de celebridades más popular del mundo. De inmediato aparecen imágenes de su nueva mansión en Los Ángeles: un amplio salón en tonos cálidos y apagados, una inmensa cocina con una enorme isla en medio. Y, de pronto, una despensa gigantesca, a la que las cámaras le dedican m...
“Estoy supercontenta porque hoy True y yo nos vamos a mudar a la casa de nuestros sueños”, dice mirando a cámara Khloé Kardashian, una de las hermanas del clan de celebridades más popular del mundo. De inmediato aparecen imágenes de su nueva mansión en Los Ángeles: un amplio salón en tonos cálidos y apagados, una inmensa cocina con una enorme isla en medio. Y, de pronto, una despensa gigantesca, a la que las cámaras le dedican más tiempo que al resto de zonas de la casa. Su madre, Kris Jenner, entra a inspeccionarla con gesto de asombro. Armarios abiertos a un lado y a otro, iluminados como si se tratase de una boutique de lujo en la que, en lugar de zapatos o bolsos, se muestran tarros de cristal con galletas y cereales, latas de conservas, botes de salsas de todo tipo y, al fondo, una vajilla colocada de exposición.
Khloé Kardashian es una amante de las grandes despensas, al igual que otras famosas de la talla de las actrices Reese Witherspoon, Gwyneth Paltrow, Mindy Kaling o Drew Barrymore. Detrás de todas ellas se encuentran las empresarias Clea Shearer y Joanna Teplin, quienes fundaron la empresa The Home Edit en 2015, según su propia página web con “el objetivo de reinventar la organización tradicional y fusionarla con el diseño y el estilo interior para obtener un aspecto específico y exclusivo que ahora se conoce en todo el mundo”. Hoy Shearer y Teplin son autoras superventas y tienen su propio reality de organización de espacios grandes y pequeños en Netflix: armarios, vestidores, estudios, cuartos de la lavadora y, por supuesto, alacenas. Una tendencia en alza, la de la organización extrema del hogar, desde la aparición de Marie Kondo y su método Konmari.
Desde 2015 hasta ahora, las despensas, antaño consideradas el cuarto del desahogo en el que se podían colocar electrodomésticos como la lavadora, utensilios para la limpieza como el cubo y la fregona, la escoba, las latas de conservas o la caja de herramientas, se han convertido en espacios fotografiables. Si el escritor David Sedaris decía en su novela autobiográfica Calypso que lo mejor de llegar a una mediana edad era tener un cuarto de invitados, mostrándolo como símbolo de estatus burgués y muestra de lo bien que le ha ido a uno en la vida (”Seguidme”, decía el escritor, sintiendo “escalofríos de pura satisfacción” al mostrar su habitación de las visitas), ahora las despensas parecen ser el verdadero desahogo de una clase media aspiracional. Pinterest está plagado de tableros que dan ideas sobre cómo organizar con estilo el cuartito de las escobas; y en Instagram sucede más de lo mismo. La aspiracionalidad de una despensa ordenada debe mucho al tiempo invertido en casa durante la pandemia, donde todo el mundo estaba en búsqueda de nuevos proyectos, pero también a las particularidades de los espacios que ahora habitamos.
“La clave es establecer qué es la despensa: en el sentido original del término, era un espacio reducido, ya fuera un armario o una habitación, para conservar los alimentos, y ahora la entendemos como el utility room, que dicen los ingleses, que era más bien el cuarto del servicio de una casa burguesa, donde estaban la plancha, la lavadora, la costura... y todas las tareas que no podían estar a la vista”, explica a EL PAÍS Beatriz Blasco Esquivias, catedrática de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, además de directora, coordinadora y una de las autoras del libro La casa. Evolución del espacio doméstico en España (ediciones El Viso). “¿Símbolo de estatus? Si consideramos el estatus como una determinada forma de vida a la que nos han abocado el tamaño de las viviendas actuales, especialmente si vivimos en grandes ciudades... es más bien un símbolo aspiracional”, apunta la catedrática. En ese sentido hay que organizar una vivienda en muy pocos metros cuadrados y sacarle el máximo rendimiento, además de hacerla aparente: “Es convertir la parte más indigna de la vivienda en un pequeño orgullo”.
Tal y como apunta Blasco, es posible que el fenómeno se esté dando más en internet que en las viviendas: “Instagram, por ejemplo, es una ventana al mundo exterior donde todos colocamos elementos aspiracionales, el fenómeno de redes manipula la imagen, la magnifica y la convierte en un desideratum más que en una realidad”.
“La mayoría de la gente no vive así. Pero es tan desproporcionado lo que ves en las redes sociales que empiezas a pensar que eres tú quien está haciendo algo mal. Es un ciclo muy dañino”, apuntó Rachel Hoffman, autora del libro Unf*ck Your Habitat: You’re Better Than Your Mess (Deshazte de tu hábitat: eres mejor que tu desastre, en español), en un artículo en ICON Design. Para Hoffman, que defiende no compartir en redes aquello que resulta perfecto, detrás de muchas de esas publicaciones hay también “muchos temas de clase y de dinero”. Incidía especialmente en las fotografías de despensas en las que todo está fuera de su embalaje original, en recipientes a juego y bien etiquetados. “Es muy atractivo visualmente, pero el almacenamiento es extremadamente caro. Comprar todas esas cosas a juego no está al alcance de mucha gente”.
La razón del auge de las despensas en internet, donde cualquiera puede, ya en sentido literal, meterse hasta la cocina de otro hogar, tiene que ver con la evolución que han vivido las cocinas en los últimos años: “La cocina, antes de que se produjese la revolución industrial y la social, fue un elemento exclusivo de trabajo: era un lugar poco habitable”, explica la catedrática Beatriz Blasco Esquivias. No era un espacio agradable y, a menudo, los olores eran insoportables puesto que se almacenaban conservas, escabeches, vinagres. Se recogían al final del día las cosas sobrantes de la casa, desde las inmundicias corporales hasta las cenizas de los braseros y las lumbres. “Después, en el siglo XX, hemos dado paso a un espacio abierto, menos segregado, gracias a la incorporación de las mujeres al trabajo y a la vida pública y social”, explica Blasco. La cocina urbana, curiosamente, vive una revolución y termina convirtiéndose en el corazón de la casa: un punto de encuentro, donde se come, se recibe y se hace vida social.
Estas nuevas cocinas llenas de vida tienen ya tanto espacio de almacenamiento mediante armarios que las pequeñas alacenas se han vuelto espacios inútiles: “Las despensas en las ciudades eran pequeñas y se fueron volviendo innecesarias desde finales del XIX, sobre todo porque en muchas ciudades, como Madrid, estaba prohibido hacer acopio masivo de determinados alimentos para evitar el desabastecimiento”, añade Blasco. Con los años, quien tenía una a menudo se libraba de ella para ganar espacio en la cocina y, ahora, quien la conserva, a menudo la ve como un tesoro, sobre todo si se fija en las maravillosas alacenas de internet.
Sucede con ellas como con los cuartos de baño pequeños, que la gente transforma en espacios de disfrute, buscando esa sensación de un spa en casa. Al final, son bonitas resignaciones de quienes viven en espacios limitados: “La necesidad obliga y lo que se vende es más imagen: una forma moderna de confortabilidad es la apariencia, la búsqueda de lo bello y, el desahogo, en este caso, la despensa”. Como apunta la catedrática, la casa, al final, es algo vivo y cambiante. “Cuando alguien entra en un nuevo hogar lo primero que hace es transformarlo en un reflejo de lo que uno es o de lo que uno aspira a ser”, matiza. Un espacio que debe cumplir con unas necesidades, pero también dejar ver el brillo de las personalidades. “Seguidme”, decía David Sedaris, quizás queriendo decir: “Vedme, conocedme”.