Cuatro propósitos sexuales para 2024
Las resoluciones eróticas para el año que empieza incluyen buscar momentos e invertir más tiempo en el sexo o trabajar en uno mismo para convertirse en esa pareja ideal y potenciar nuestra sexualidad
En los humanos, a diferencia de en los animales, el sexo tiene algo de instinto y mucho de cultura y sociedad. Para que ese impulso no se vea enterrado en los asuntos mundanos hay, pues, que potenciarlo, dedicarle tiempo y buscarle espacios.
Estas son, en mi opinión, algunas tareas sexuales para 2024, destinadas a paliar determinadas carencias con las que la mayoría podemos sentirnos identificados.
Se me ocurre que una definición de alguien elegante es aquella pe...
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En los humanos, a diferencia de en los animales, el sexo tiene algo de instinto y mucho de cultura y sociedad. Para que ese impulso no se vea enterrado en los asuntos mundanos hay, pues, que potenciarlo, dedicarle tiempo y buscarle espacios.
Estas son, en mi opinión, algunas tareas sexuales para 2024, destinadas a paliar determinadas carencias con las que la mayoría podemos sentirnos identificados.
Darse más tiempo para el sexo y las relaciones
Se me ocurre que una definición de alguien elegante es aquella persona a la que le sobra el tiempo. Los que practiquen algún baile en pareja sabrán que, mientras los principiantes corren para poder hacer las figuras y seguir llevando el ritmo, los buenos bailarines no solo tienen tiempo para ejecutar los pasos, sino para sonreír y mostrar su flow. Los minutos y segundos parece que fueran más largos para estos últimos, que van relajados y seguros de que el reloj no es su enemigo, sino su aliado; de lo que se deduce que el tiempo tiene una cierta dimensión relativa, dependiendo de cómo se administre. Así que si el tiempo es fundamental en casi todos los ámbitos, también lo es en el sexual. Y no me refiero solo a lo que se dura en la cama, sino a cómo se gestiona antes de llegar al lecho; desde el momento en que se conoce a alguien que nos atrae hasta que logramos estar con él/ella en posición horizontal.
Una vez más, el/la amante inexperto, como el bailarín, empezará una loca carrera contrarreloj para lograr su objetivo. Le faltará tiempo y, entonces, empezará a cometer errores. No se molestará en invertir horas y días en conocer al otro, se abalanzará sobre su presa en el momento menos indicado y, si no sale bien a la primera, evitará nuevos contactos porque se sentirá torpe, fracasado, un perdedor. O, por el contrario, echará la culpa a su, hasta hace poco, objeto de deseo que, súbitamente, se ha situado en las antípodas, en el universo de las cosas sin sustancia.
No crean que abogo por volver a los tiempos de nuestras abuelas, cuando cortejar a una dama o hacerle caso a un caballero podía durar meses y hasta años; pero observo que la manera de enfocar las relaciones se acelera y adquiere una fuerza centrífuga. Hay que hacer tantas cosas en tan corto espacio de tiempo que nada bueno puede salir de esta ecuación; porque la calidad está enemistada de por vida con la inmediatez.
Estoy segura de que el fracaso de muchas parejas, relaciones, affaires e incluso canas al aire de una sola noche está en la falta de tiempo. No hubo tiempo para conocerse, para profundizar en el otro, para atenderlo como se merecía, para esperarlo, para sorprenderlo, para diseñar la estrategia perfecta, para pensarlo, soñarlo, saborearlo a distancia y comprobar luego si, en la realidad, era más dulce, más agrio o más salado. Muchos responderían a este argumento “es que no tengo tiempo para todo eso”, y yo les contestaría que, como en el baile, hay que practicar y practicar hasta desacelerarnos, hasta que el tiempo vaya más despacio. Así que, en el fondo, no estamos perdiendo el tiempo sino ganándolo.
Ver personas, no estereotipos ideológicos
Habrá muchos a los que les cueste reconocer que las relaciones hombre-mujer se han enturbiado bastante en los últimos años. El concepto HOMBRE y el concepto MUJER, y lo escribo en mayúsculas, parecen estar viviendo un periodo de desavenencias. Ellos se quejan, no sin cierta razón, de ser demonizados por la sociedad y de que el machismo o la misoginia de unos pocos han empañado la reputación de todos. “Garrote al machote” es una pintada que veo en un muro cerca de mi casa. La testosterona, esa hormona tan necesaria para ambos sexos, responsable, entre otras cosas, del deseo, el estado de ánimo, la musculatura y los huesos, vive sus horas más bajas.
Es inevitable que cuando quedamos con alguien que no conocemos bien quedemos también con todos los tópicos que le rodean. El hombre, educado en el dominio del varón que no podrá evitar caer en algún que otro micromachismo, en el mejor de los casos. La mujer eternamente enfadada que ha denunciado la dictadura patriarcal; pero lo que, en el fondo, quiere es instaurar el matriarcado. Como soy sexóloga, muchos conocidos del sexo masculino acaban comentándome que les da miedo salir con mujeres, que están muy empoderadas, que no te pasan una y que si pasa algo, la ley estará siempre de su parte. Los comentarios femeninos son más variados y derivan en dos vertientes. Generalmente, las maduras denuncian el machismo todavía imperante, se quejan de que ya no quedan hombres disponibles y, luego, como me comentó una amiga de 55 años, esperan “encontrar a uno que me ponga de vuelta y media”. Las más jóvenes, sin embargo, se quejan de que los chicos ya no les entran y son ellas las que deben dar el primer paso. Mi consejo siempre es el mismo: debemos intentar abstraernos de estos tópicos cultural-ideológicos y conocer a las personas que hay detrás de ellos. La masa suele ser odiosa, pero dentro de ella hay personas realmente fascinantes.
Agendar espacios y tiempos para el sexo
Si planificamos el trabajo, el tiempo con los amigos o la familia y las vacaciones; ¿por qué nos cuesta tanto planificar las citas o los encuentros sexuales? La respuesta a esta pregunta es que mucha gente relaciona el sexo y el placer con lo espontáneo, el azar, lo irracional; lo emocional, que está exento de reglas y horarios. Seguramente piensan en aquella vez que conocieron a alguien en un bar y acabaron echando el mejor polvo de su vida. “¡Bah! ¡Cuándo se programan tanto estas cosas nunca salen bien!”, nos susurra al oído ese pequeño diablillo puritano que ridiculiza todos nuestros esfuerzos porque parte de nuestras vidas sean clasificadas X.
Tal vez debamos reconocer que si nuestra dimensión sexual no es tan boyante como nos gustaría, seguramente es porque no invertimos tiempo en ella y la dejamos al azar, o en el último puesto del ranking de cosas a hacer, tras el trabajo, la intendencia, la interacción social o familiar o las horas frente al televisor y en las redes sociales. No la abonamos, ni la regamos y luego, cuando echamos mano de ella, le exigimos el máximo rendimiento.
Un buen ejercicio para el año que entra es proponerse algún quehacer sexual a la semana (ya se esté en pareja o en solitario). Algo divertido, sorprendente, distinto. Se me ocurre, por ejemplo, jugar al escondite en una parte de la ciudad hasta encontrase, ir al campo a hacer un pícnic con final feliz… Eche a volar la imaginación y no haga caso al diablillo que le dice que es un cursi, un depravado o demasiado mayor para esas cosas. En el fondo, lo que le pasa es que le tiene envidia.
Si quiere encontrar pareja, conviértase en el mejor candidato
Paradójicamente, la dificultad para encontrar pareja crece al mismo tiempo que las apps de citas se multiplican y se especializan. ¡Tanta gente disponible y deseando encontrar a su media naranja y tanta gente sola, que cada día que pasa ve cómo sus expectativas de emparejarse caen en picado! La cuestión está en que cuando buscamos algo nuestras energías están puestas en encontrar, en seleccionar a los mejores candidatos, en dar con esa persona que cumpla con nuestras expectativas. Es decir, en todo menos en nosotros mismos. Y nos fijamos poco en si lo que ofrecemos es tentador o no.
No niego que si alguien busca compañía deba invertir algo de tiempo en ello. Sin embargo, donde habría que invertir las fuerzas es en convertirnos en la pareja perfecta, en ser mejores, en potenciar nuestra sexualidad, en poder llegar a esa futura relación de manera elegante, sin la necesidad desesperada del otro, que nos convierte en mendigos. Esa sería la mejor inversión, porque cuando el otro/otra esté frente a nosotros verá a alguien altamente interesante, y no a un demandante.
Nos han enseñado mal algo muy importante que expone el libro Espacio Interior. La aventura de ser uno mismo, de Antonio Jorge Larruy (Ediciones Luciérnaga). “La vida no es un proceso de adquisición sino más bien un despliegue”, dice. Y continúa: “Habitualmente partimos de la creencia de que no somos nada y que cuanto más nos llenamos, más somos. Cuando resulta que es al revés, que al inicio ya tenemos un potencial, y la vida, en vez de ser un proceso de incorporación, es un proceso de despliegue”. En relación con el tema que nos ocupa, el libro especifica: “Esta actitud de entrega se percibe con cierta claridad en el aspecto energético, pero en otros aspectos no es tan evidente. Por ejemplo, si uno quiere estar en buena forma física, no se le ocurre pensar que por relacionarse con deportistas de élite va a estar fuerte; está claro que ha de empezar a ejercitarse en el deporte que haya elegido. Pero esto que resulta tan obvio, a nivel afectivo no lo vemos tan claro, porque a este nivel pensamos que rodeándonos de personas especiales para nosotros, de alguien que nos quiera, de gente simpática, guapa, etcétera, nos vamos a sentir felices; y no es así. Aquí se aplica la misma regla y es que mi afectividad crece en la medida en la que la ejercito. La felicidad depende no de la circunstancia en la que nos encontramos, sino de nuestra capacidad de ejercitar la afectividad”.