Año y medio de trabajo y más de 500 piezas inéditas: el Museo del Traje reabre sus puertas
La fragilidad de los materiales expuestos y el amplio fondo custodiado por la institución hacen que la colección permanente se renueve con frecuencia, pero nunca antes había cambiado de golpe más de la mitad de sus vitrinas
La indumentaria es capaz de modificar las formas del cuerpo, sirve tanto para rebelarse como para someter, para conservar tradiciones o para posicionarse. Todas esas características, entre otras muchas, así como su valor cultural, quedarán reflejados en la nueva exposición permanente del Museo del Traje de Madrid, que se inaugura el próximo miércoles. Nueva y permanente no es un oxímoron en el caso de este museo de propiedad estatal que ...
La indumentaria es capaz de modificar las formas del cuerpo, sirve tanto para rebelarse como para someter, para conservar tradiciones o para posicionarse. Todas esas características, entre otras muchas, así como su valor cultural, quedarán reflejados en la nueva exposición permanente del Museo del Traje de Madrid, que se inaugura el próximo miércoles. Nueva y permanente no es un oxímoron en el caso de este museo de propiedad estatal que abrió sus puertas al público en 2004 y ahora vuelve a hacerlo tras más de año y medio de reformas. “Se expone menos de un 1% de todos los fondos que custodiamos”, explica su directora, Helena López de Hierro, “proponemos exposiciones permanentes que vayan rotando, tanto por la fragilidad de los materiales textiles como por el público, para que pueda seguir viendo novedades”. Nunca antes la muestra se había renovado tanto. “Vamos a exponer 1.000 piezas, de las que más de la mitad son inéditas, jamás se habían visto”. No es habitual, pero el paréntesis de la pandemia ha permitido una transformación más extensa. “Pretendemos dar una visión renovada de lo que ha sido vestirse y las modas, así en plural, en España”, añade. Un recorrido que se escapa de la mera visión cronológica para proponer temas transversales como la difusión o la producción. Será posible encontrar unas bailarinas de Manolo Blahnik junto a unos escarpines del siglo XIX o un chándal de Jeremy Scott enfrentado a un traje de luces.
A pocos días de que se abra a los visitantes, el edificio bulle ultimando detalles. Un grupo de operarios nivela un cartel mientras un conservador comprueba un pantalón. El suelo está cubierto con los esquemas de colocación de las vitrinas. La directora recorre las salas saludando a cada uno por su nombre. “Paula, a ver si me puedes echar una mano con las gandayas, que no sé cómo ponerlas”. Para sumergirse en las entrañas del museo hay que descender hasta los mastodónticos almacenes sobre los que se cimienta, con salas de más de seis metros de altura. La arquitectura es consecuencia de la historia de la propia construcción, que se diseñó a finales de los sesenta para albergar el Museo de Arte Contemporáneo, pero que se vació tras la apertura del Reina Sofía. “Todos los espacios son muy grandes, aunque custodiamos piezas que no lo son tanto”. Indumentaria pero también cerámicas, carteles, juguetes, instrumentos musicales, electrodomésticos… un total de 180.000 referencias.
“El nombre completo es Museo del Traje. Centro de Investigación del Patrimonio Etnológico y tiene su origen en una exposición que se hizo en 1925, en lo que ahora es la Biblioteca Nacional. Se llamó Exposición del Traje Regional Histórico y recogió toda esa diversidad de la indumentaria tradicional que hay en España”. La prensa de la época publicaba que el polifacético artista Mariano Fortuny y Madrazo vendría de Venecia a iluminar. Difícilmente podría imaginar entonces el genio de Granada que muchas de sus creaciones, así como su colección personal de tejidos, acabarían en los fondos de esta colección casi un siglo después. “Custodiamos una de las mayores colecciones de Fortuny. Se compró en 2003 a la coleccionista suiza Liselotte Hóhs y después se ha ido incrementando con nuevas piezas”. Como las dos túnicas Delphos donadas por la familia Chaplin, que en su día fueron regalo de Charles Chaplin a su mujer Oona O’Neill. Este vestido con nombre propio, inspirado en la vestimenta clásica, se conserva tal y como dictaba Fortuny, enrollado para mantener sus plisados.
Guardianes textiles
Cuando una nueva pieza llega al museo lo primero que recibe es un número identificador para catalogarla. Antes de subir a la planta de exhibición pasa por conservación o por el taller de maniquíes. “Aquí invertimos el proceso: si normalmente son nuestros cuerpos los que se visten, en este punto creamos cuerpos para las vestimentas”. La institución es distinguida por su saber hacer en este campo, fabricando maniquíes a medida que buscan que las prendas sufran lo menos posible mientras están expuestas: “Se cuecen y después se forran con Ventulón o guata, y seda en las zonas en las que apoyará la ropa”, cuenta López de Hierro.
La fragilidad de las telas marca cada procedimiento: “En restauración textil, a menos que sean tejidos contemporáneos, no se plancha”, apunta Silvia Brasero, restauradora de tejidos e indumentaria, “usamos vapor frío para hidratar y con alfileres estiramos cada arruga”. Los 1.000 elementos de la exposición han pasado por sus manos. “Todos llevan, al menos, microaspirado para la limpieza y alineado para eliminar deformaciones. Es lo mínimo para que puedan salir con seguridad”. Irónicamente, dan más problemas de conservación las creaciones más recientes, expone la directora del museo: “Por ejemplo, la decoración en el siglo XVIII estaba hecha a la vez que el tejido, en un juego de trama y urdimbre; sin embargo, en el XIX hay muchas aplicaciones que dificultan la conservación”.
El cambio en la manera de entender el guardarropa en las últimas décadas —no como perdurable, sino como fácilmente reemplazable— hace que el museo guarde en perfecto estado un jubón de entorno a 1560, una de sus prendas más antiguas, pero ciertos vestidos contemporáneos nunca cumplirán tantos años. “Tenemos algunos que sabemos que van a desaparecer, porque están hechos de plástico”, dice López de Hierro. El material artificial no se puede recuperar, “llega un momento en que se rompe el polímero que los forma y se volatiliza”. Se puede prolongar el proceso con cuidados, pero el futuro es pesimista para algunos: “En la primera vitrina de la exposición hay un vestido de lentejuelas de Versace que, a menos que se invente algo, está abocado a desaparecer”.