De Schiaparelli a Dior: simplificar la ecuación de la alta costura
Las grandes firmas cuestionan en París la función de la moda y se refugian en la contención
Los desfiles de alta costura de París comenzaban este lunes con una reflexión del diseñador Daniel Roseberry que resumía la atmósfera que se percibe sobre y alrededor de la pasarela, y que, de Dior a Chanel, se traduce en una vuelta a la contención y a la elegancia clásica. “La moda lleva insistiendo en su relevancia durante los dos últ...
Los desfiles de alta costura de París comenzaban este lunes con una reflexión del diseñador Daniel Roseberry que resumía la atmósfera que se percibe sobre y alrededor de la pasarela, y que, de Dior a Chanel, se traduce en una vuelta a la contención y a la elegancia clásica. “La moda lleva insistiendo en su relevancia durante los dos últimos años, pero puedo sentir como algunos de sus actores principales ya no están tan convencidos. ¿Qué significa la moda en una era en la que todo cambia constantemente?” Su respuesta —en forma de colección— trata de contestar también a un dilema que atañe solo a la marca que capitanea, Schiaparelli, fundada en 1927 y heredera de la iconografía de Salvador Dalí y Jean Cocteau: cuando la vida cotidiana, todo, es surrealista, ¿qué es el surrealismo? Para Roseberry, líneas simples y la ausencia de color.
El diseñador estadounidense renuncia a “los trucos que generalmente se utilizan para resaltar la grandeza y la artesanía”. Las complejas siluetas, los volúmenes teatrales y las ingentes cantidades de tela son recursos que ahora se antojan vacíos para el estadounidense. Todo el peso dramático de su propuesta recae en los complementos: bolsos con forma de cabeza humana, pendientes catedralicios que requiere contrafuertes en forma de diademas y bustiers que parecen sistemas solares. Despojadas de estos artefactos, sus prendas son depuradas y, en ocasiones, hasta racionales. Pero su desfile —el primero presencial en pandemia— grita alta costura y confirma por qué Roseberry es uno de los creadores cuya imagen y relevancia ha crecido más en estos dos últimos y distópicos años.
También en Dior, Maria Grazia Chiuri se centra en el blanco y negro, y simplifica sus siluetas. Incluso sus ya famosos vestidos de diosa griega y faldas de tul se declinan en una versión más esquemática. El interés de su colección para la próxima primavera/verano reside en el contraste entre esa pureza de líneas y los bordados, en los que la diseñadora pone el foco y a través de los que construye ricos tejidos o con los que jalona de cristales algunas piezas. Este trabajo con abalorios dota a las telas de una estructura casi arquitectónica —como explican en su nota de prensa— y les confiere “un movimiento coreográfico”, que los sitúa más allá del mero ornamento. Los cristales también decorar las medias, que dialogan con bodies de lamé plateado, etéreos vestidos de tul o trajes sastre.
En palabras de la italiana, la alta costura constituye “una herramienta de experimentación” y una plataforma desde la que cuestionarse las reglas más arraigadas de la moda. Pero para obtener una respuesta sustancial, la pregunta debe ser pertinente. Con esta colección, Chiuri plantea su deseo de abolir la frontera entre arte y artesanía “de una vez por todas” y subraya esta intención tapizando la pasarela con las obras de los artistas indios Madhvi y Manu Parekh, que emplean, precisamente, una técnica autóctona de bordado para dar forma a sus coloristas cuadros.
La lupa también resulta imprescindible para apreciar el trabajo manual y las destrezas técnicas que escondía la colección de Chanel: contenida, respetuosa con el legado de la casa y elegante. Un Chanel nada estridente —pero no por ello aburrido—, donde los vestidos años veinte con transparencia y las faldas de tweed con cortes quirúrgicos aportan el pulso eléctrico al desfile con la puesta en escena más ambiciosa desde que Virginie Viard llegase a la dirección artística de la marca hace casi tres años. Lejos de las pasarelas con cohetes a punto de despegar o cascadas de agua con las que Karl Lagerfeld, su antecesor, le gustaba epatar y conquistar las redes sociales, la diseñadora francesa ha apostado por formatos mucho más discretos. Pero el martes hubo golpe de efecto: Carlota Casiraghi abría el desfile recorriendo a lomos de un caballo la pasarela diseñada por el artista Xavier Veilhan. Salvo por esa pequeña licencia —más poética que efectista—, no hay ostentación ni obviedad. El lujo reside en la artesanía y los detalles únicamente apreciables por un ojo sensible o versado en este saber hacer.
Al contrario de lo que sucede en Alexandre Vauthier, donde los brillos de los rasos y las lentejuelas setenteras deslumbran para esconder que no hay mucho más que mirar. El francés busca divertir, y Chanel y Dior, ofrecer una belleza sin complicaciones. Si eso es lo que los clientes esperan de la moda en 2022 lo dirán las cifras de ventas. Solo hay que esperar al verano.
Mientras Roseberry, que demuestra una visión tan estratégica con la aguja como con la palabra, resume así la que para él es la razón de ser de la alta costura hoy: “Nuestro fin no son las celebrities, ni los Me Gusta, tampoco las críticas. Lo hacemos porque cuando está bien hecho todavía tiene el poder de mover algo dentro de nosotros”. Pero, cuando sucede esto último, las celebrities, los Me Gusta y las críticas vienen detrás. En la alta costura, al revés que en la aritmética, el orden de factores sí altera el producto.