Quién ha asistido al funeral de Isabel II, quién no y dónde se han sentado
El palacio de Buckingham se ha enfrentado a la tarea titánica de elegir a algunas de las personas más poderosas del mundo y decidir dónde sentarlas en la abadía de Westminster
La abadía de Westminster mide 156 metros de largo y 34 metros de ancho. Su nave central es la nave gótica más grande de Gran Bretaña. Pero parecía pequeña al ver apretujados a tantos reyes, reinas, presidentes y autoridades de todo el mundo este lunes en el funeral de Isabel II, que ha reunido a unas 2.000 personas. Quién acudiría, quién no y cómo se sentarían ha sido uno de los temas de conversación en los últimos días, y esta mañana, cuando s...
La abadía de Westminster mide 156 metros de largo y 34 metros de ancho. Su nave central es la nave gótica más grande de Gran Bretaña. Pero parecía pequeña al ver apretujados a tantos reyes, reinas, presidentes y autoridades de todo el mundo este lunes en el funeral de Isabel II, que ha reunido a unas 2.000 personas. Quién acudiría, quién no y cómo se sentarían ha sido uno de los temas de conversación en los últimos días, y esta mañana, cuando se iniciaba la ceremonia a las 11.00 de la mañana (a las 12.00 en hora peninsular española) se ha ido revelando, fila a fila.
No se esperaban grandes sorpresas, el protocolo manda. Pero los expertos consultados aclaran que el anfitrión, en este caso Carlos III, puede hacer excepciones y romper el orden de precedencia y las reglas por diversos motivos: por deferencia a alguien, por cariño, por cercanía, incluso por parentesco. Tampoco había precedentes recientes a los que aferrarse. No ha habido un funeral de un monarca en la abadía desde el siglo XVIII, aunque el funeral de la Reina Madre se celebró allí en 2002. Pero al final, el organizador y anfitrión puede hacer como considere. Y así lo ha hecho.
Una de las dudas era si Guillermo de Inglaterra y Kate Middleton, flamantes príncipes de Gales, se sentarían al lado de Enrique y Meghan Markle, alejados de la familia real desde que decidieran mudarse a EE UU entre acusaciones de racismo. Finalmente, se ha optado por sentarlos en extremos opuestos de la nave principal de la abadía, con los príncipes en primera fila a la izquierda y los duques de Sussex en la segunda a la derecha. Otra de las incógnitas que se comentaba estos días era si el rey emérito de España, Juan Carlos I, y su mujer, doña Sofía, se sentarían junto a los Reyes Felipe VI y doña Letizia, protagonizando una foto que incomoda en Zarzuela. Padre e hijo han llegado por separado, pero se han sentado juntos, coincidiendo por primera vez en un acto público desde enero de 2020, cuando se vieron en funeral de la hermana del emérito, la infanta Pilar.
El ataúd de Isabel II estaba adornado con cuatro objetos que la han acompañado a lo largo de su reinado: el estandarte del monarca británico, el Cetro de la cruz, el Orbe del soberano y la Corona del Estado imperial. Además de estos objetos ceremoniales, había una corona de flores y un detalle mucho más humilde y personal, una carta de su hijo Carlos III, escrita a mano, en la que podía leerse: “En memoria amorosa y devota” junto a su firma: “Charles R”. El ataúd se encontraba en el crucero de la abadía de Westminster, lo cual ha permitido que hubiera dos primeras filas enfrentadas, en cada una de las naves laterales. En una de las mismas se ha concentrado la familia real británica y en la opuesta, las distintas casas reales y mandatarios llegados de todos los rincones del mundo.
El interés internacional se ha centrado en estas últimas, donde se mezclaban reyes, reinas, príncipes y princesas de países amigos. Es en este lugar donde se demuestra la mayor o menor cercanía de algunas familias reales, aunque aquí, también, se puede echar mano del protocolo para evitar problemas. Y este prevé que los reyes reinantes se sienten por orden de coronación, de más antiguos a más nuevos. Se llama orden de precedencia. A la hora de ubicarles, el orden suele depender de la antigüedad en el cargo. Es el criterio que se suele aplicar en grandes actos como este. Y más o menos se ha respetado en el funeral de la reina Isabel.
En primera fila: Margarita de Dinamarca, coronada en 1972. Tras la muerte de Isabel II, es la única reina reinante por derecho propio de Europa, y acaba de celebrar 50 años en el trono danés. Al ser la monarca en ejercicio más antigua, tenía que estar en primera fila y lo estuvo, junto a su hijo y heredero al trono, el príncipe Federico.
A su lado, el rey Carlos Gustavo de Suecia, coronado en 1973, junto a su mujer, la reina Silvia. También la princesa Beatriz de Holanda, coronada en 1980. Junto a ella, los actuales reyes de los Países Bajos, Guillermo Alejandro, coronado en 2013, y su mujer, Máxima. Seguramente sentados en primera fila para no separarlos de Beatriz, aunque esto rompiera el orden de precedencia, porque son familia.
En segunda fila: Harald de Noruega, junto a su mujer, Sonia, coronado en 1991. En este lugar se encontraban también el rey de España, Felipe VI, junto a doña Letizia, y los eméritos. Felipe fue proclamado en 2014, y Juan Carlos en noviembre de 1975. Nuevamente, lo más probable es que no se les haya separado por deferencia y porque son familia. Se rompió una vez más el orden de precedencia por el vínculo familiar. Don Juan Carlos y doña Sofía asistieron por invitación familiar (tienen lazos familiares con los Windsor), mientras que Felipe VI y Letizia fueron en representación de España, pero al final ha prevalecido el parentesco.
En tercera fila: Felipe de Bélgica, coronado en 2014, y su mujer, Matilde. El gran duque Enrique de Luxemburgo, proclamado en 2000, acompañado de su esposa. Alberto de Mónaco, proclamado en 2005, y su mujer, la princesa Charlene, que en los últimos años no se prodiga demasiado en actos públicos debido a sus problemas de salud.
Detrás de todos ellos, miembros de familias reales no reinantes: la reina Ana María de Grecia y su hijo, el príncipe Pablo y su mujer, Marie-Chantal, y la princesa Margarita de Rumania. Curiosamente, también detrás, un rey reinante, Abdalá II de Jordania, y su esposa, Rania.
En el extremo opuesto del ataúd se han colocado los miembros de la familia real británica. Pero aunque todo quedara en casa, las viejas rencillas y la caída en desgracia de alguno de sus miembros han centrado el interés del público y los medios de comunicación, y una vez más, el protocolo ha servido para amortiguar posibles polémicas y facilitar las cosas.
La primera fila era el lugar que menos dudas suscitaba, aquí el protocolo es claro: estaban el rey Carlos III y la reina consorte Camilla, sentados en los prominentes sillones del Canada Club, que fueron donados a la abadía después de la II Guerra Mundial por Canadá y cuyo uso se reserva a los monarcas británicos. A su lado se encontraban los tres hermanos del nuevo rey y sus respectivas parejas: la princesa Ana y su marido, el vicealmirante sir Timothy Laurence, el polémico príncipe Andrés, el príncipe Eduardo y su mujer, la duquesa de Wessex.
En el otro extremo del pasillo se encontraban Guillermo y Kate, nuevos príncipes de Gales, junto a sus hijos mayores (el menor, Luis, de cuatro años, no ha asistido por ser demasiado pequeño). Jorge, de nueve años, y Carlota, de siete, son los miembros más jóvenes en participar en una procesión fúnebre real. A su lado, Peter Phillips, hijo de la princesa Ana, junto a su hermana, Zara Tindall, y el marido de esta, el exjugador de rugby Mike Tindall.
En el lado opuesto de la nave —a una distancia de unos 30 metros— y en segunda fila se encontraban el príncipe Enrique y Meghan Markle. El hijo menor de Lady Di ha acudido vestido de civil. En la vigilia celebrada en honor a su abuela este fin de semana se le permitió acudir en uniforme militar, haciendo una excepción, pues al renunciar a ser un príncipe en activo se le retiraron todos los honores militares.
Los presidentes, primeros ministros y representantes de embajadas se han sentado unas filas atrás. Así, para encontrar al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, había que alejar la vista hasta la fila 14 del crucero sur, detrás de Andrzej Duda, presidente de Polonia. Otros líderes internacionales que asistieron al funeral fueron el emperador Naruhito y la emperatriz Masako de Japón, en su primer viaje al extranjero desde que asumieran el trono en 2019, rompiendo con la tradición nipona por la que raramente el monarca asiste a funerales. Frente a los emperadores de Japón, se han sentado los reyes de Jordania. Además, también han estado presente los reyes de Bután, el primer ministro australiano, Anthony Albanese, la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, así como líderes europeos como el presidente francés Emmanuel Macron, junto a su mujer, Brigitte Macron, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
Tan importante como quién (y dónde) estuvo en la ceremonia religiosa fue comprobar quién no acudió a la recepción. Mohammed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudí, había sido invitado, pero a última hora del domingo confirmó que no asistiría. Su ausencia ha supuesto un alivio, pues su figura se encuentra muy cuestionada internacionalmente por su vinculación con el asesinato en 2018 del periodista Jamal Khashoggi.
El Reino Unido ha optado por invitar a embajadores, no a jefes de Estado, de varios países con los que mantiene una relación tensa, incluidos Irán, Nicaragua y Corea del Norte. En el caso de Rusia y Bielorrusia, países con los que las relaciones son complicadas desde la guerra de Ucrania, se ha optado por no invitar a ningún representante, una decisión que el Kremlin ha calificado de “inmoral” y “blasfema”.
Para aquellos que sí fueron invitados, el Foreign Office británico impuso un límite en el número de asistentes. Se envió un memorando a todas las embajadas a principios de esta semana: “Debido al espacio limitado en el funeral de estado y los eventos asociados, no se puede admitir a ningún otro miembro de la familia, el personal o el séquito del invitado principal”, rezaba. Se calcula que unos 500 jefes y exjefes de estado han acudido a la capital británica para dar el último adiós a la Isabel II. También lo han hecho más de un millón de ciudadanos anónimos.