El día que Marilyn Monroe advirtió a Joan Collins sobre “los lobos de Hollywood”
La protagonista de ‘Dinastía’ publica una biografía explosiva donde relata el acoso que vivió en sus propias carnes por parte de actores, directores y productores, de los que da nombres y apellidos
Escribe Joan Collins (Londres, 90 años) que cuando entró en aquel bar no reconoció a la rubia que bebía a solas en la barra. Había aterrizado en Hollywood tan solo unos meses antes, después de firmar un contrato con la 20th Century Fox en 1955. Ese mismo año había protagonizado La muchacha del trapecio rojo, una película basada en hechos reales donde Collins interpretaba a la modelo, corista y actriz Evely...
Escribe Joan Collins (Londres, 90 años) que cuando entró en aquel bar no reconoció a la rubia que bebía a solas en la barra. Había aterrizado en Hollywood tan solo unos meses antes, después de firmar un contrato con la 20th Century Fox en 1955. Ese mismo año había protagonizado La muchacha del trapecio rojo, una película basada en hechos reales donde Collins interpretaba a la modelo, corista y actriz Evelyn Nesbit, cuyo marido, el multimillonario Harry Kendall Thaw, terminó asesinando al amante de esta, el arquitecto Stanford White, en un escándalo que conmocionó a la sociedad estadounidense en 1906. “Querían que yo protagonizara La muchacha del trapecio rojo, pero era demasiado mayor para el papel”, le reveló con voz triste la rubia de la barra. Solo entonces se percató Joan Collins de que estaba sentada al lado de Marilyn Monroe.
“Era extremadamente amigable, así que comenzamos a charlar. Después de un par de martinis, me advirtió sobre el acoso en Hollywood y me habló de los lobos de esta ciudad”, confiesa ahora la mismísima Joan Collins en sus nuevas y explosivas memorias, Behind The Shoulder Pads: Tales I Tell My Friends (Detrás de las hombreras: las historias que les cuento a mis amigos), que se publicarán el próximo 28 de septiembre en inglés y de las que el diario británico Daily Mail ha publicado un adelanto. En ellas no solo relata sus encuentros con figuras de la talla de la reina Isabel II, Elizabeth Taylor, Diana de Gales o su exnovio, el también actor Warren Beatty, sino que bajo la nueva mirada que trajo el caso Weinstein y el movimiento Me Too, habla de algunos de los episodios de abuso sexual y de poder que vivió en el pasado. Pero volvamos a Marilyn Monroe, a los martinis y a aquellos lobos: “Respondí que estaba muy acostumbrada a ellos después de varios años en la industria cinematográfica británica”, relata en su libro la veterana actriz; “Todas nosotras tuvimos que soportar que nos dieran palmaditas en el trasero y que nos miraran el escote”.
“Eso no es nada comparado con los poderosos jefes de los estudios, cariño”, respondió Marilyn. “Si no consiguen lo que quieren, cancelarán tu contrato. Le ha pasado a muchas chicas”. Entonces Monroe le hizo una advertencia: “Ten mucho cuidado con Zanuck. Si no consigue lo que quiere, te despedirá”. Collins tomó nota. Cuál fue su sorpresa cuando, tan solo unos días más tarde, Darryl Zanuck, productor de películas de gran éxito como Las uvas de la ira (1940), ¡Qué verde era mi valle! (1941) o Eva al desnudo (1950), se abalanzó sobre ella en los estudios, atrapándola contra la pared, y le dijo que era “el más grande y el mejor” y que podía aguantar “toda la noche”. La ahora verborreica y sagaz Collins se quedó entonces sin palabras y se escabulló como pudo del poderoso productor de vuelta al set: “Escuché que una joven estrella había sido despedida porque cuando él le dijo ‘Soy el más grande de este negocio’, ella le respondió; ‘No sé yo, mides 1,47″, recuerda.
Esta no es la primera ni la última historia sobre abuso de poder que Joan Collins recuerda de la época dorada de Hollywood, de la que ahora habla, como acostumbra, sin pelos en la lengua y, en ocasiones, dando nombres y apellidos, siempre con la graciosa coletilla “sé que está mal hablar de los muertos... pero lo voy a hacer”. “A raíz del escándalo de Harvey Weinstein, el alcance total de la depravación al que las actrices se vieron sometidas para conseguir papeles finalmente salió a la luz y ya no se tolera. O eso espero. Pero esto sucedió durante demasiadas décadas. Lo sé porque estuve allí”, escribe, a modo de justificación, la intérprete.
La “brujilla frígida”
“Mi primer encuentro desagradable fue mientras hacía pruebas para la película británica de 1952 I Believe in You”, rememora la actriz. “Uno de los productores había hecho insinuaciones tan obvias que tuve que esquivarlo escondiéndome en un armario del departamento de vestuario, ayudada por los estilistas, y esperando hasta que él saliera del estudio para tomar el autobús y el metro a casa”. Sin embargo, un día aquel productor la interceptó en el camino a casa, y la animó a subirse a su Bentley para acercarla a su hogar: “Durante el viaje, me agarró la mano y la puso en su bragueta abierta. Grité horrorizada y aparté la mano. ‘¿Qué pasa? ¿No quieres el papel?’, me dijo lascivamente. ‘No tanto’, grité, rompiendo a llorar de manera casi infantil cuando me di cuenta de que había desperdiciado mis posibilidades”. Aquello sorprendió al productor que, ignorando cualquier otra posibilidad, preguntó a Joan Collins si era frígida.
“Era la primera vez que un hombre me llamaba así, pero lamentablemente no la última. Los hombres que, por ser ricos o poderosos, pensaban que las mujeres eran juguetes podían ser muy crueles”, cuenta ahora la intérprete. “Por suerte, este productor fue despedido, así que conseguí ese papel a pesar de sus amenazas. Sin embargo, él todavía me perseguía, y cuando le dije que no estaba interesada y que todavía era virgen, me llamó ‘brujilla frígida”.
La larga lista de depredadores a la que se refiere en su libro incluye a intérpretes, productores y directores: “La mayoría de los actores con los que trabajé consideraban que tenían el derecho divino de acostarse con la actriz principal”, escribe Collins. “A mis 21 años, tuve que decir que no, en repetidas ocasiones, a un famosísimo y guapísimo (aunque bajito) actor con el que estaba trabajando. Una noche, me siguió hasta mi coche solo para gritarme: ‘¡Vaca estúpida! ¡Estarás acabada antes de los 23!’. Por fortuna, tenía un contrato con el estudio hasta los 27 años, edad a la que los jefazos consideraban que las mujeres perdíamos el interés sexual”.
Actores, productores y directores
Cuenta Joan Collins que le ofrecieron, en más de una ocasión, interpretar a la reina Cleopatra en la película de título homónimo dirigida a principios de los sesenta por Joseph L. Mankiewicz, y a quien terminaría dando vida la actriz Elizabeth Taylor, convirtiéndose en la actriz mejor pagada de la época. “Tanto el director de Fox, Buddy Adler, como el presidente de la junta directiva (un caballero griego con edad suficiente para ser mi abuelo) me habían bombardeado con proposiciones y flores, culminando con promesas de elegirme como Cleopatra si era lo suficientemente ‘buena’ con ellos. Ambos utilizaron este eufemismo, bastante frecuente en Hollywood en aquel momento”. Collins afirma que la sola idea de que “ese par de viejos” pusieran una mano sobre ella le repugnaba: “Así que me escabullí, inventé excusas y me escondí de ellos mientras el estudio me hacía pruebas para Cleopatra”. Todo terminó en una “glamurosa fiesta”, según describe, en la que Adler la sacó a bailar y le propuso darle el papel y un buen apartamento a cambio de que pudiera visitarla tres o cuatro veces por semana. Collins le respondió que en esa misma fiesta se encontraba su agente, con quien quizás era mejor compartir los detalles. “Muy graciosa”, respondió Adler.
“Elizabeth Taylor terminó consiguiendo el papel junto a Richard Burton, otro depredador con el que había coincidido en la película de guerra de 1957, La esposa del mar”. Burton, siempre según Collins, le dijo que debían acostarse para no “acabar con su récord”. El récord de Burton consistía en tener relaciones con todas las actrices con las que protagonizaba una película. Collins le rechazó y no volvieron a dirigirse la palabra en todo el rodaje.
“Igualito a George Peppard”, continúa la actriz. Peppard, quien pasaría a la historia por interpretar al interés romántico de Holly Golightly en Desayuno con diamantes y a Hannibal en El equipo A, coincidió con Collins en la película El ejecutor, de 1970. Durante la fiesta de inicio de rodaje, Peppard la acompañó a casa e intentó acostarse con ella. Joan Collins le dijo que estaba casada y tenía hijos, a lo que él respondió que era “demasiado cuadrada de mente”. La cosa no terminó ahí, sino que después le hizo imposible el rodaje, aprovechándose de ella en las escenas de cama y dándole besos con lengua en las escenas románticas: “Cuando muy cortésmente saqué su lengua de mi garganta la cuarta vez, me cabreé”, escribe la actriz, quien se quejó de aquel comportamiento al director, que no hizo nada por impedirlo. “¿No te ha gustado?”, preguntó Peppard. “Lo he odiado”, respondió Collins. “Eres una puritana. A todas les encanta”, sentenció él. “Bueno, pues a mí no”. Después de aquello, los actores dejaron de hablarse, comunicándose entre ellos, cuando era necesario, a través de sus respectivos maquilladores.
Esta historia, para Collins, tiene un final feliz: “Cuando George fue escogido para interpretar al protagonista en una nueva serie llamada Petróleo, resultó ser tan insoportable que el productor, Aaron Spelling, le despidió. En su lugar contrataron a John Forsythe, cambiaron el título a Dinastía y el resto es historia. Jamás hubiese aguantado nueve años trabajando con George Peppard”.
A sus 90 años, Joan Collins es una de las pocas reliquias que quedan del viejo Hollywood. En sus también años dorados, la actriz participó en más de 60 películas y 15 obras de teatro, aunque fuese el personaje de la malvada Alexis Colby en Dinastía la que la devolviera a la palestra y le otorgase una fama mundial. Sin embargo, es posible que el mejor papel de Joan Collins sea, sencillamente, ser Joan Collins. Con más de una docena de libros de no ficción publicados, ha conseguido convertirse en una excelente cronista de un tiempo y un lugar que, en cuanto a algunos temas, y por fortuna, ya han quedado en el pasado. Eso no significa que no merezca la pena mirar atrás y contarlo, como bien explica Collins: “Aquello sucedió durante demasiadas décadas. Lo sé porque estuve allí”.