Los solitarios 40 años de Enrique de Inglaterra: sin un propósito, con la confianza rota y con una herencia a punto de llegar
Con trabajos vacíos, acuerdos rotos y un suculento contrato con Netflix a punto de caducar, sin relación con su familia y distanciado de sus amigos del Reino Unido, el hijo menor de Carlos III arranca su quinta década en California de una manera muy distinta a las anteriores
Este domingo 15 de septiembre Enrique de Inglaterra tendrá tarta y soplará las velas para celebrar su 40º cumpleaños. Y hasta ahí llegan los paralelismos con la celebración que vivió hace 10 años. No parece probable ni que el pastel, que en 2014 fue el dulce típicamente británico conocido como Eton cake —un postre de bizcocho, fresas y merengue—, sea el mismo. Tampoco el escenario, cambiando el gris cielo británico por la soleada California, y ni siquiera su familia. No celebrarán con él su hermano Guillermo, su cuñada Kate ni la hermana de esta, Pippa, que preparó la fiesta de sus 30. Esta vez le acompañarán algunos amigos, sus dos hijos y su esposa, Meghan Markle, un nombre que hace 10 años ni siquiera era conocido en la familia real británica, a la que él pertenecía. Una década después, también esa familia se ha esfumado.
Todo es distinto hoy en la vida del príncipe Enrique, como lleva siéndolo los últimos cinco años. Cuando su abuela Isabel II no aceptó su propuesta de vivir a medio caballo una vida civil y seguir siendo miembro de la realeza, y él decidió llevar su decisión hasta el final, todo saltó por los aires. Enrique no solo ha dejado atrás una familia, como haría el resto de los mortales, sino que con ella ha abandonado una institución, unas reglas, un país y un trabajo. Una forma de vivir. Ahora, al entrar en la quinta década de su vida, sigue siendo un príncipe (lo será siempre, desde que nació y hasta que muera) pero ya no tiene ningún reino, ni siquiera mundano. Spotify ha prescindido de sus servicios porque esperaba más de los duques de Sussex (uno de los jefes de audio les llamó “putos estafadores” en un podcast). No hay anuncios sobre nuevos libros. Su responsabilidad como director de impacto en la start up Better Up, según han comentado empleados de la misma a algunos medios, es “cero”. La marca de estilo de vida que Markle anunció hace cinco meses no ha sacado a la venta un solo producto y aún no tiene aprobada su denominación por la oficina de patentes de EE UU. Incluso su fundación, Archewell, llegó a ser declarada como morosa, según ellos por un error administrativo, la pasada primavera.
Más allá de los Juegos Invictus, que Enrique creo hace una década para los veteranos de guerra y que celebra cada dos años, una iniciativa filantrópica que le entusiasma, lo más importante y lucrativo que tiene hoy es su acuerdo con Netflix. Su primera y muy esperada serie, autobiográfica, fue su mayor éxito; han hecho otros dos contenidos (uno sobre líderes mundiales y otro sobre los Invictus) que han pasado sin pena ni gloria. Esta semana la plataforma ha anunciado que en diciembre llegará Polo, un documental desarrollado por Enrique sobre ese deporte, uno de sus favoritos. También se espera, aun sin fecha, un programa de Markle sobre cocina. Su contrato acaba el año próximo. Ninguna de las partes se ha pronunciado sobre lo que pasará. Según informaciones no confirmadas, firmaron por 100 millones de dólares, por lo que perderlo sería un varapalo económico para los duques.
Pero hay algo que puede ir, de momento, compensándoles. Si Enrique ya recibió (en 2009 y 2014) la herencia de su madre, ahora le queda por recibir parte de la de su bisabuela. Según la prensa británica, la Reina Madre dejó dinero apartado para cuando su nieto cumpliera, primero, 21 años (recibió seis millones de libras), y para cuando llegara a los 40. Además, le dejó más que a Guillermo (que ya heredó hace dos años), sabedora de que este recibiría el jugoso ducado de Cornualles, con holgados ingresos anuales. El cheque de cumpleaños de Enrique, según The Mirror o The Daily Mail, ascenderá a ocho millones de libras, unos 9,5 millones de euros, algo que le daría un respiro para pensar en su futuro.
Porque ese futuro no deja de ser, como reflexionaba un antiguo ayudante suyo en un artículo con varios de sus conocidos en The Times, “un poco confuso”. “Siempre pensé que quería más de la vida, y no puedo evitar pensar que debe estar preguntándose: ‘¿Y ahora hacia dónde voy?”, afirmaba este allegado de manera anónima al diario británico. El quinto en la línea de sucesión al trono británico ha realizado recientemente un viaje —pseudoficial, casi de Estado, pero sin ningún objetivo concreto— a Colombia. A finales de septiembre participará en actividades paralelas a la Asamblea de la ONU, dando una charla organizada por la fundación de Bill Clinton junto a Matt Damon y el chef José Andrés. Cosas sueltas, picoteos. No parece que el príncipe tenga hoy un propósito vital, una tarea. Sus proyectos son efímeros, sin centrarse en una línea concreta que seguir durante un tiempo. Volcado en sus hijos Archie, de seis años, y Lilibet, de tres, él mismo reconoció en su documental que echa de menos el Reino Unido y a sus amigos, los de siempre. No tiene relación con su padre, al que visitó en un escueto encuentro de 45 minutos en un viaje relámpago Los Ángeles-Londres de apenas 24 horas cuando anunció su cáncer. No se habla con el príncipe Guillermo, el heredero; según la prensa británica, sus mensajes para interesarse por el estado de salud de la princesa Kate nunca fueron respondidos. En su entrevista con Tom Bradby, en ITV, hace año y medio, confesó: “Me gustaría volver a tener a mi padre, a mi hermano, pero no han mostrado ningún deseo de reconciliación”.
Guillermo es el más dolido con él; además, este año ya ha tenido bastantes preocupaciones como para pensar en su hermano. Como bien rezaban sus memorias, la vida del hijo pequeño de Carlos III de Inglaterra y la difunta Diana de Gales siempre iba a ser la de ser el repuesto (Spare, como se llamó en inglés su polémico libro). Era su condena y su ventaja. Excepto reinar, podía hacer lo que quisiera, como ocurrió durante años. En los primeros, más díscolos, eran novias, fiestas, marihuana y dudas. En los siguientes, ya más maduro, llegaron las labores propias de su cargo: representativas, de viajes, centradas en su amada África, creando iniciativas como Invictus, aplicando sus intereses a la familia y al Estado, que eran lo mismo, al fin y al cabo. Como tantos otros miembros segundones de las familias reales en el siglo XXI, un papel no muy sencillo, pero manejable una vez encontrado el sitio. Pero ese sitio resultó estar fuera y, lo más doloroso para los suyos, mordiendo la mano que le daba de comer. Su entrevista con Oprah Winfrey, su miniserie y sobre todo su biografía fueron demasiado para el rey y especialmente para el heredero, con quien no habla desde hace dos años, cuando murió su abuela.
Enrique también ha perdido a muchos de sus amigos, su sostén. Lo ha dicho él y lo han dicho ellos. En ese artículo de The Times aseguran que no le entienden, que le ven perdido y lejano, con una nostalgia constante que le hace mirar siempre hacia atrás. Tampoco comprenden lo que ven como una traición con sus entrevistas, libros y reportajes. “El problema es que el rey y otros miembros de la familia están preocupados porque si charlan con Enrique todo eso podría aparecer en otro libro de memorias. ¿Cómo recuperas la confianza? No creo que Enrique pueda”, aseguraba un amigo personal del monarca, que cree que Carlos III puede perdonarle, pero no tanto algunos otros familiares. Además, el hecho de que tenga abierta una guerra judicial contra Inglaterra para conseguir que le paguen la seguridad implica que batalla contra el Gobierno de su padre, lo que tampoco facilita la postura del rey a su favor.
California es el último refugio de la pareja, donde están más cerca de ser ciudadanos corrientes que estrellas de Hollywood. No son objeto de conversación, ni en Santa Bárbara (junto a la que está Montecito, donde residen) ni mucho menos en Los Ángeles, donde nadie se acuerda de ellos: no acuden a fiestas, reuniones, eventos. Su nombre solo se oye cuando buscan publicistas, algo que ocurre con frecuencia, porque no les duran demasiado; su último jefe de personal, Josh Kettler, apenas estuvo tres meses en el cargo. De hecho, algunos antiguos empleados se autodenominan “El club de los supervivientes de los Sussex”, como ha contado The Hollywood Reporter. A Enrique le queda Montecito, un refugio lejos de las guerras, ya sean contra el Gobierno, los tabloides, la familia y el mundo. Se le ve inaugurando librerías, montando en bicicleta con los niños o saliendo con nuevos amigos a caminar por la montaña. “Estaba ansioso por los 30, estoy emocionado por los 40″, afirmaba en un comunicado enviado el pasado viernes a la BBC. “Cualquiera que sea la edad, mi misión es seguir apareciendo y haciendo el bien en el mundo”, añadía. Será un príncipe sin reino, quizá sin un propósito concreto, pero al menos hoy con una tarta para soplar.