“A los Stahl les gustaba beber champán pero solo tenían para cerveza”: historia de la casa que casi no fue y hoy es un clásico de la arquitectura
La foto que Julius Shulman hizo del hogar de Buck y Carlotta Stahl –que ha aparecido en decenas de películas, anuncios, videoclips y hasta en ‘Los Simpson’– se ha convertido, con el tiempo, en el símbolo más evocador del estilo de vida moderno y relajado de la Costa Oeste de los años cincuenta
Es una fotografía con una composición exquisita. Tiene un punto dramático, muy expresivo, pero a la vez todo está en equilibrio: puntos, líneas y planos se conjugan para construir una perspectiva nítida hasta el infinito. Se reconoce una arquitectura sencilla, rotunda y abstracta. Pero, ¿dónde se apoya? ¿Está volando? No, no puede ser. Aunque sí, el edificio vuela. Vuela sobre una alfombra urbana perfectamente regular que se extiende hasta donde alcanza la vista. Vuela sesenta metros por encima de Sunset Boulevard, a un paso...
Es una fotografía con una composición exquisita. Tiene un punto dramático, muy expresivo, pero a la vez todo está en equilibrio: puntos, líneas y planos se conjugan para construir una perspectiva nítida hasta el infinito. Se reconoce una arquitectura sencilla, rotunda y abstracta. Pero, ¿dónde se apoya? ¿Está volando? No, no puede ser. Aunque sí, el edificio vuela. Vuela sobre una alfombra urbana perfectamente regular que se extiende hasta donde alcanza la vista. Vuela sesenta metros por encima de Sunset Boulevard, a un paso del Chateau Marmont. Dentro de esa cajita no hay nada. O casi nada. Solamente algunos muebles de diseño y unas esferas de luz, que juegan al despiste con las luces exteriores. También hay dos chicas, de blanco inmaculado.
La fotografía nocturna de la casa Stahl “se ha convertido quizá en el símbolo más evocador de Los Ángeles de posguerra y del estilo de vida moderno y relajado de la Costa Oeste”, dice Will Paice, coproductor de Visual Acoustics. The Modernism of Julius Shulman, un documental que nos acerca a la fotografía de Julius Shulman, autor de esta y de cientos de instantáneas inolvidables de la arquitectura moderna californiana de mediados del siglo XX. Una imagen mágica que nos teletransporta a una cálida noche angelina en la primavera de 1960. Un blanco y negro delicioso, como el del cine clásico de la Era Dorada de Hollywood, y resplandeciente como las aletas traseras de un Cadillac Eldorado descapotable. Sabe a Martini seco con vodka y suena con la calma y elegancia de un disco de Dave Brubeck, Gerry Mulligan o Chet Baker.
Pura ficción. La realidad, como suele suceder en estos casos, era mucho menos cool. Aquella casa fue el capricho de Buck y Carlotta Stahl, un joven matrimonio de clase media que buscaba un lugar en el que construir su propio hogar para formar una familia. En 1954 compraron un pequeño terreno en un risco de una zona aún sin urbanizar en las colinas de Los Ángeles, desde donde las vistas de la ciudad eran espectaculares. Fue amor a primera vista, un sueño hecho realidad.
El sueño pronto se convirtió en pesadilla. Allí arriba no solo no había ninguna otra casa construida, sino que ni siquiera existía una carretera debidamente asfaltada que permitiera llegar en coche. Por si fuera poco, el solar que habían comprado era demasiado escarpado, y apenas contaba con unos pocos metros cuadrados de superficie plana sobre los que poder asentar una vivienda. Cada vez que visitaban el solar con algún arquitecto, se repetía la misma historia. “Creían que estábamos completamente locos”, recordaba Carlotta Stahl en una entrevista reciente publicada en Curbed. “Nunca podréis construir nada aquí arriba, nos decían”.
Justo cuando estaban a punto de tirar la toalla, dieron con Pierre Koenig, un jovencísimo arquitecto con ganas de revolucionar el panorama inmobiliario local. “Mi intención era hacer arquitectura anónima para gente normal: construir casas que fueran mejores que las que se estaban haciendo en Los Ángeles en aquella época, pero construirlas más rápidamente y más baratas, utilizando el acero y todos los nuevos materiales que la industria podía ofrecerme”, recoge el libro Pierre Koenig, de James Steele. Sin embargo, aquella cajita de cristal se convirtió en una fuente inagotable de quebraderos de cabeza: la topografía del terreno era demasiado complicada, los plazos de ejecución convenidos demasiado ajustados y el presupuesto demasiado escaso. “A los Stahl les gustaba beber champán, pero solo tenían dinero para comprar cerveza”, dijo Koenig con amarga ironía años más tarde.
Cuando Julius Shulman fue a la casa para fotografiarla, seguía en obras. A su alrededor todo estaba lleno de barro y herramientas de construcción y en el interior solo había polvo y unas pocas piezas de mobiliario que una tienda había prestado para la sesión. Shulman era conocido por preparar sus fotografías con una meticulosidad escrupulosa, un ritual previo al ‘disparo’ que podía durar horas. Aquel día iba a tener que emplearse a fondo. Maquilló aquel desastre con lo que él llamaba el ‘jardín portátil’, un manojo de plantas que guardaba en el maletero de su coche y utilizaba para conseguir diferentes efectos de profundidad y frondosidad vegetal. Colocó muebles, macetas y alfombras en puntos estratégicos. Montó su cámara de gran formato Sinar 4x5 sobre el trípode y empezó a disparar.
El salón empapelado con las vistas de Los Ángeles… clic. La cocina en isla... clic. La piscina... clic. Shulman no encontraba lo que estaba buscando, así que las horas pasaban hasta que se hizo de noche. Entonces llegaron Ann Lightbody y Cynthia Tindle. Ann salía con Jim Jennings, un estudiante de arquitectura que colaboraba en el estudio de Koenig y que aquel día estaba trabajando como asistente de fotografía. Cynthia era una de las mejores amigas de Ann, y sabía que allí también estaba Don Murphy, el compañero de habitación de Jim, de quien estaba enamorada. Cuando terminara aquella sesión de fotos que parecía interminable, los cuatro se irían a una fiesta de gala a bailar y pasarlo en grande. Iba a ser una velada inolvidable, así que las chicas se habían arreglado con unos preciosos vestidos de noche de color blanco. Cuando las vio, Shulman decidió sobre la marcha invitarlas a sentarse en la esquina de la casa.
Ahora sí, todo parecía encajar. Mantén la respiración, Julius. Y que nadie se mueva. Ha llegado el momento. 3, 2, 1… clic. Se disparan las luces estroboscópicas que iluminan el interior. El obturador permanece abierto durante siete minutos para revelar las luces de la ciudad. Por favor, que nadie se mueva. Un poco más y… ya. Buen trabajo, Julius. Acabas de tomar una de las fotografías más bonitas de la historia de la arquitectura.
“La casa propiamente dicha, como solía decir mi mujer, no es más que una caja de vidrio con dos chicas sentadas dentro. ¿Qué más hay ahí?”, recordaba Shulman en 2001, cuatro décadas después de aquel momento mágico. “Aquel día hice otras fotos preciosas, pero no tienen el dramatismo ni la carga icónica que tiene esta. Yo enseñé los cimientos, la manera en la que esa casa está suspendida sobre el vacío… ¡se convirtió en un clásico!”.
No solo la historia de la fotografía, también la de la casa tuvo un final feliz. Tan pronto los trabajos de construcción concluyeron, los Stahl se mudaron a su residencia, donde vivieron durante casi cincuenta años y criaron a sus tres hijos: Bruce, Sharon y Mark. Dos ellos son los autores de The Stahl House: Case Study House #22, The Making of a Modernist Icon (Chronicle Books, lanzamiento previsto para el verano de 2021), una autobiografía de esta obra maestra de la arquitectura escrita desde la perspectiva personal de una típica familia de clase media de la California de mediados del siglo XX que nada tiene que ver con la imagen de glamur capturada por Shulman.
Sim embargo, a pesar de que la vida en la casa Stahl respondía a la de una familia normal y corriente, la fotografía de Shulman descubrió un potencial inmenso para el mundo del espectáculo. Los primeros en darse cuenta fueron unos productores de cine italianos, que apenas un año después de la finalización de las obras se pusieron en contacto con los Stahl para rodar algunas escenas de una película titulada Smog. La casa aparece en numerosas ocasiones a lo largo del largometraje, pero la escena nocturna en la que la protagonista camina desde el borde de la piscina hasta el interior de la casa con la ciudad de Los Ángeles al fondo es la más memorable: es como ver la foto de Shulman en movimiento.
Los Stahl entendieron entonces que abrir sus puertas a los rodajes les supondría un interesante empujón económico. Estaban en Hollywood, y vivían en un decorado de cine. De hecho, gracias a los ingresos que obtuvieron alquilándola como localización, pagaron la hipoteca en solo dos años. A pesar de haber recibido ofertas de hasta quince millones de dólares, actualmente la casa sigue en propiedad de la familia, que se encarga de gestionar su imagen y explotación comercial. Desde su construcción en 1960, la casa Stahl ha aparecido en decenas de películas y series de televisión, spots publicitarios, campañas de imagen de marcas, videoclips, reportajes de moda y hasta en Los Simpson.
Y eso que nunca ha ocurrido ‘nada’ en la casa Stahl. Ni siquiera ha vivido en ella algún personaje importante, rico o famoso. Simplemente fue la casa de una familia que se enamoró de un risco en las colinas de Los Ángeles.