Una Heidi matanazis y un Winnie the Pooh asesino en serie: ¿por qué los clásicos infantiles se han vuelto ultraviolentos?
La liberación de licencias amplía la corriente subversiva del cine de terror de recuperar personajes para niños e inyectarles violencia, también como reacción a las versiones supuestamente edulcoradas del siglo XX
Una pareja retoza desnuda en un bucólico paraje en medio de los Alpes. La mujer le pide al hombre que se quede un rato más, pero él lo desestima: “Las cabras también necesitan amor. Por algo me llaman Pedro el Cabrero”. Esta escena, que parece el inicio de una parodia porno de la serie de dibujos animados Heidi, es realmente la introducción de una película que se estrena en salas de toda España este jueves: Mad Heidi, versión g...
Una pareja retoza desnuda en un bucólico paraje en medio de los Alpes. La mujer le pide al hombre que se quede un rato más, pero él lo desestima: “Las cabras también necesitan amor. Por algo me llaman Pedro el Cabrero”. Esta escena, que parece el inicio de una parodia porno de la serie de dibujos animados Heidi, es realmente la introducción de una película que se estrena en salas de toda España este jueves: Mad Heidi, versión gore del clásico infantil donde la entrañable huérfana de las montañas es ahora una guerrillera antifascista que planta cara al régimen totalitario establecido en Suiza en torno al monopolio del queso, con el que Pedro trafica clandestinamente.
Con un marcado estilo de película grindhouse (como se denominaba a las salas de cine estadounidenses que proyectaban títulos de explotación llenos de sexo y violencia, normalmente en programas dobles), Mad Heidi establece para su protagonista una historia de venganza a medio camino entre Kill Bill y Malditos bastardos, de Quentin Tarantino, donde la señorita Rottenmeier, como no podía ser de otro modo, es reimaginada como directora de un campo de concentración y Clara pierde sus piernas en una pelea.
De producción suiza y financiada con tres millones de euros obtenidos por crowdfunding, la película, además de en España, se estrena simultáneamente en su país, en Alemania, en Austria y en Francia. El villano, un dictador que extermina a los intolerantes a la lactosa por traición a la patria suiza, lo interpreta un desatado Casper van Dien, el protagonista de la cinta de culto Starship Troopers: Las brigadas del espacio (Paul Verhoeven, 1997). La operación puede recordar lejanamente a Our Robocop Remake (2014), una versión de Robocop sacada adelante por decenas de fans que reescribía el clásico ochentero con comedia, animación y más acción (por ejemplo, el momento en el que el protagonista detenía un intento de violación disparando al agresor en el pene se convertía aquí en una escena de peli de zombis, donde Robocop tenía que eliminar a cientos de violadores neutralizándolos a todos con tiros en la entrepierna).
Sin embargo, aquella película se distribuyó sin ánimo de lucro al no contar con los derechos del personaje. En el caso de Mad Heidi, la adaptación sí se puede comercializar porque no se remite al anime, sino al libro original de la suiza Johanna Spyri, del siglo XIX y, por tanto, en dominio público.
Es la misma razón legal que ha hecho posible Winnie the Pooh: Blood and Honey (en español, “Sangre y miel”), película de terror con estreno previsto para 2023, donde el oso de peluche del Bosque de los Cien Acres se convierte en un asesino psicópata a causa del abandono que sufre por parte de Christopher Robin. El público general recuerda a Winnie the Pooh por los dibujos de Disney, pero se trata de una creación procedente de una novela de A.A. Milne de 1926 y, desde enero de este año, su utilización en Estados Unidos es libre.
Piglet, el cerdito amigo de Pooh, también aparecerá; no así otros personajes como Tigger, aún bajo licencia exclusiva de Disney por haberse desarrollado años después. La nueva adaptación emana del modelo original y no puede recordar en caracterización o en diálogos al de la factoría, que sigue siendo una obra privada. Es un caso similar al de Mickey Mouse, cuya entrada en el dominio público estadounidense está prevista para 2024, pero ello no significa que vaya a poder reproducirse allí de cualquier manera, sino exclusivamente a partir de su imagen primigenia en blanco y negro (la del cortometraje original, Steamboat Willie, de 1928) y sin usar el nombre, que sigue siendo una marca registrada.
Las variantes en clave de terror de clásicos infantiles son todo un subgénero. En la última década, por ejemplo, se han producido hasta seis largometrajes para adultos basados en Hansel y Gretel, el cuento que los hermanos Grimm recogieron y publicaron en 1812, entre los que destacan la sangrienta Hansel y Gretel: Cazadores de brujas (2013), producida por el cómico Will Ferrell y realizada por el director de Zombis nazis, o Gretel y Hansel: Un oscuro cuento de hadas (2020), una propuesta de terror seria que gozó de cierto culto gracias al impulso que le dio el streaming durante el confinamiento por el coronavirus. El slasher estadounidense La venganza de Pinocho (1996), en lo que parecía una reacción contra la hegemónica versión edulcorada del cuento ofrecida por Disney en 1940, ponía en boca de varios personajes un argumento para justificar su propia existencia: que, en el original publicado por el italiano Carlo Collodi entre 1882 y 1883, Pinocho no era todo bondad, sino que, entre otros, asesinaba al grillo (su conciencia) nada más conocerlo.
Miedos latentes
Sobre la idea de que estas películas vuelvan a insuflar elementos de terror que supuestamente estaban en la fuente y se habían perdido o desvirtuado por la influencia de Disney, María Victoria Sotomayor, profesora titular de Literatura Española y Literatura Infantil en la Universidad Autónoma de Madrid, tiene sus reservas. “No creo que el espíritu de estos cuentos fuera aterrorizar. En general, los cuentos populares, de autor anónimo y procedentes de la tradición oral más primitiva, no fueron creados para los niños sino para un público que incluía a todos”, explica a ICON. “Naturalmente, la vida está llena de peligros, problemas, alegrías y temores, encuentros y desencuentros, amigos y enemigos, y aquí está representado ese contenido negativo, difícil o conflictivo, que a veces se hiperdesarrolla en algunas lecturas y adaptaciones, cuando su verdadera función, a mi modo de ver, es enseñar a afrontarlo y superarlo”.
En este sentido, la docente descarta la idea de que Hansel y Gretel o Pinocho buscasen disuadir a los niños de salir de casa a base de mostrar las inquietantes amenazas del mundo exterior, como la bruja que quiere cocinar a los hermanos del primer cuento o la conversión en burro que sufre el protagonista del segundo por escaparse con un amigo. “Hansel y Gretel no abandonan su casa, sino que son sus padres los que les abandonan a ellos en el bosque. Y Pinocho es también una historia de aprendizaje que va mucho más allá de advertir a los niños de los peligros. Según muchas interpretaciones, Pinocho es una fiel representación del ser humano imperfecto, contradictorio y débil, pero también bueno y noble, que camina a trompicones hacia su maduración. Como todos, al fin y al cabo”, reflexiona Sotomayor.
De Pinocho, precisamente, Netflix estrenará una nueva versión animada el próximo mes de diciembre, dirigida por Guillermo del Toro y Mark Gustafson. No estrictamente de terror, esta adaptación se inscribe de manera fiel, no obstante, en el imaginario fantástico del cineasta mexicano, que presenta a Gepetto como una suerte de trágico doctor Frankenstein desbordado por su creación. Del Toro, que también coescribe el guion, reubica además el contexto de la historia de Carlo Collodi en la Italia fascista de Mussolini, lo que da un sentido nuevo al tema de la educación en la obediencia.
Aunque, como es obvio, Mad Heidi o, a juzgar por su trailer y título, Winnie the Pooh: Blood and Honey son proyectos basados en las risas y el morbo que a una parte del público le produce ver a personajes de su infancia empapados en sangre y descuartizando a sus víctimas de las maneras más atroces, los elementos netamente infantiles insertados en un entorno de terror son algo casi consustancial a todo el género: está en el tropo del falso amigo invisible que tiene prácticamente todo niño que sale en una película de terror (y que, en realidad, resulta ser un fantasma o un demonio) y está en la encarnación de muchas famosas amenazas, como el payaso de It (Eso) o la muñeca de porcelana Annabelle, de la saga Expediente Warren.
“Podría haber una cierta conciencia de que los miedos de la infancia siguen presentes de una u otra forma en los miedos del resto de la vida y en los nuevos mitos que nos forjamos en un sistema cultural que nos interpela y condiciona. La infancia es el origen de todo: del miedo, de la vida y de la propia identidad personal. Es lógico que se vuelva a ella con los significados y propósitos más variados”, opina Sotomayor. Y recuerda una cita del escritor H.P. Lovecraft: “De todas las emociones humanas, la más antigua y más poderosa es el miedo, y de todos los miedos, el más antiguo y más poderoso es el miedo a lo desconocido”.
Si Winnie the Pooh: Blood and Honey tiene éxito, el director Rhys Frake-Waterfield ya ha anunciado su intención de poner en marcha un universo cinematográfico donde el segundo eslabón será Peter Pan: Neverland Nightmare (“La pesadilla de Nunca Jamás”), ya que el cuento de J.M. Barrie también es casi de dominio público, exceptuando un canon para un hospital infantil que el autor dispuso en su testamento y que el gobierno británico extendió. Y si, en un momento dado, la explotación de estos personajes no da más de sí, la profesora María Victoria Sotomayor señala otro posible yacimiento a explorar: “En España eran muy leídas y apreciadas por niños y mayores las aleluyas y otras lecturas populares que circulaban en los estratos sociales más bajos, muchas de las cuales eran truculentas a más no poder, con relatos de crímenes, muertes y toda clase de historias narradas en los pliegos de cordel y romances de ciego. Los niños disfrutaban de estas historias para horror de los pedagogos ya en el siglo XIX. Me parece que esto es lo más cercano al gore que tenemos en nuestra producción autóctona”.
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