Iniciar película. Parar, seguir, parar. Dejarlo para mañana. ¿Es sacrilegio ver las películas a trozos?

El declive de las salas de cine, el auge de las series y de las plataformas y el auge de nuevas plataformas hacen más complicado ver un largometraje sin interrupciones

Una mujer se relaja en un sofá viendo la televisión.Israel Sebastian (Getty Images)

Te tumbas en la cama. Abres el portátil y entras en Netflix. Tardas, de media, 7,4 minutos en elegir lo que quieres ver. Al final una película, la que estrenaron el pasado viernes. Tienes el tiempo justo porque mañana madrugas. A la media hora sale una actriz que te gusta, pero no te acuerdas de su nombre. Le das al pause. To...

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Te tumbas en la cama. Abres el portátil y entras en Netflix. Tardas, de media, 7,4 minutos en elegir lo que quieres ver. Al final una película, la que estrenaron el pasado viernes. Tienes el tiempo justo porque mañana madrugas. A la media hora sale una actriz que te gusta, pero no te acuerdas de su nombre. Le das al pause. Tomas el móvil y lo buscas en Google: “Ah, Tilda Swinton”. Antes de darle al play aprovechas y entras a mirar un guasap que te ha llegado. Como no es importante ni siquiera respondes. Guardas el móvil en su sitio: debajo de las sábanas, más o menos, a unos 40 centímetros de tu cuerpo. Sigue la película. Todavía no ha pasado nada. Últimamente la dirección de fotografía es cada vez más oscura. Da reflejo en la pantalla. Subes el brillo, no es suficiente. Te levantas a apagar la lámpara. Al incorporarte tocas el móvil con la pierna. “¿Cómo ha llegado hasta ahí?” Rebuscas entre los pliegues del edredón y por fin lo encuentras. Tienes 15 mensajes nuevos. Al final sí era importante. Pausas. Dos notas de audio de dos minutos. Las escuchas enteras. Mandas tú otra de tres. Asunto resuelto, ahora sí. Bloqueas la pantalla del móvil, pero un momento: son las once y media. “¿Cuánto le queda a esto?”.

Es imposible culpar a Netflix de que, cada vez más, dejemos películas a medias y las retomemos al día siguiente. Pero la plataforma sí es un poderoso aliado. Las salas de proyección, hoy en franca decadencia, aseguraban un espacio en el que los largometrajes se veían tal y como los habían concebido los creadores. Desde hace unos años, muchas películas como Mank (2020), Sound of metal (2019), Borat, película film secuela (2020), Da 5 Bloods: Hermanos de armas (2020), o Blonde (2022) se estrenan directamente en las plataformas sin pasar por las salas de exhibición. Estas empresas no suelen difundir datos exactos sobre la popularidad de sus programas, pero en 2019, Nielsen, una compañía que se dedica a medir los datos de audiencia, desveló que solo el 18% de los espectadores habían visto El irlandés, estrenada directamente en Netflix, de una única sentada. Un usuario en Twitter llegó a publicar una guía para dividir la obra de Martin Scorsese, de tres horas y 20 minutos, en cuatro episodios. El realizador estadounidense mostró su contundente rechazo en una entrevista: “Absolutamente no. Ni siquiera he pensado en ello. Porque el objetivo de esta película es la acumulación de detalles. Una serie es genial, es maravillosa, puedes desarrollar personajes, líneas argumentales y recrear mundos. Pero El irlandés no es eso”.

En los últimos años se ha difuminado la frontera que divide el cine y la televisión. Libertad, de Enrique Urbizu, se estrenó en 2021 en dos formatos distintos para la pequeña y la gran pantalla. Ese mismo año HBO publicó el montaje de Zach Snyder de La liga de la justicia, estrenada en cines en 2017, y convertida en una miniserie de seis capítulos. Tres años antes, la revista Cahiers du Cinema había declarado la tercera temporada de la serie de Twin Peaks como la mejor película del año. Un nuevo escenario propiciado por la llegada de las plataformas y el control de los creadores televisivos sobre la duración de su trabajo, aunque con ilustres precedentes como Secretos de un matrimonio (1973) y Fanny Alexander (1982) de Ingmar Bergman, que son series remontadas como largometrajes.

Otra de las razones es que la sensación de que ya no hay tiempo para ver películas enteras. Al menos eso es lo que le pasa a Eduardo Bordón, un madrileño de 25 años. Entre semana, después de trabajar, le cuesta encontrar dos horas libres para disfrutar del visionado completo. “De hecho, intento aprovechar todos los huecos que tengo. Mientras estoy desayunando, o si tengo un descanso a la hora de comer, me pongo un cacho de capítulo o de película”, explica. Reconoce que ver largometrajes por trozos no es lo ideal, pero a veces no tiene más remedio. “Acabas saliendo de la dinámica de la historia y eso hace que cuando la retomes ya no estés tan metido”.

Adrián Pascual, de la misma edad, intenta terminar de ver una película siempre que empieza a verla. “Hay que respetar que un producto se haya hecho para consumir de una manera concreta”, opina. También explica que últimamente tiende a buscar films que duren “una hora y veinte o una hora y media”, porque cada vez “cuesta más” ver una obra de tres horas que no sea de un director que le guste mucho. “Es algo que noto incluso en mis padres, y también veo que se comenta en las redes sociales: la gente busca contenido que se pueda consumir en menos tiempo”.

La sensación de escasez de tiempo es un mal endémico de nuestra época. Algunos científicos sostienen que esta percepción se debe a la enorme cantidad de horas que pasamos escroleando cada día. El informe Estado Móvil de 2022 asegura que en España pasamos, como promedio, cinco horas al día arrastrando el dedo por la pantalla del móvil. Las últimas investigaciones neurocientíficas señalan que esta actividad altera nuestra percepción del tiempo, haciéndonos sentir que pasa mucho más rápido, y dando pie a que horas después ni siquiera recordemos en qué lo hemos invertido.

¿Por qué? Al parecer hay varios factores que influyen en nuestra percepción temporal. El primero es la atención. Los eventos duran más tiempo cuando estamos muy atentos. Por ejemplo, mirar los segundos que quedan hasta que el microondas termine de calentar la leche, hace que ese minuto “transcurra” a una velocidad mucho más lenta de lo normal. Otro condicionante es la novedad. Tendemos a acumular más información y a percibir que el tiempo pasa más lentamente cuando hacemos algo nuevo. Los científicos concluyen que la experiencia de escrolear es poco novedosa y requiere poca atención, por eso, cuando estamos con el móvil el tiempo pasa volando.

En los cines está prohibido utilizar el móvil, pero en nuestros hogares solo nuestra capacidad de concentración nos salva de terminar mirando las últimas publicaciones de Instagram. Diferentes estudios revelan que nuestra capacidad de atención sostenida en un mismo estímulo se está reduciendo. Hace dos décadas estaba en doce segundos, después se redujo a ocho y ahora, si el tema que centra nuestra atención no nos interesa, en los primeros cinco segundos desconectamos y a otra cosa. Las empresas están librando una batalla por conseguir retener la curiosidad de los usuarios. La atención se ha convertido en un bien escaso, y cada vez es más complicado que una película de dos horas compita con el algoritmo de TikTok.

¿Sacrilegio cinematográfico?

Para muchos, ver un largometraje por trozos es poco menos que un sacrilegio al séptimo arte. Diego San José, guionista de títulos como Vaya semanita (2003) o Ocho apellidos vascos (2015), afirma que “no hay una manera mala” de ver una película. “Eso me suena a uno de esos cocineros pesados que te dicen exactamente cómo tienes que comer su plato. La única manera de ver mal una película es no verla”, argumenta. “Yo prefiero verlas sin hacer interrupciones”, reconoce. “Porque una historia te va conduciendo emocionalmente hacia un sitio concreto, te va enganchando a los personajes, y se va calentando un tipo de atmósfera y de sensaciones, cuya cocción probablemente se interrumpe cuando uno la detiene. Pero aun así es mejor que no ver una película. Yo no me echo las manos a la cabeza si alguien me dice que ha visto algo mío en varios trozos”.

Para Clara Botas, una de las guionistas de la serie La Ruta (2022), lo que más condiciona la experiencia es ver una obra en una sala de proyección o en casa. “Cuando uno va al cine, solo por el hecho de ir, comprarse la entrada y desconectar del móvil durante esas horas en las que está a oscuras, en silencio y rodeado de tiene algo de ritual, de una liturgia que hace que el visionado adquiera otra dimensión, mayor importancia, una experiencia más rica, más pura y única”, afirma. “Yo estoy casi segura de que recuerdo mucho más las películas que he visto en el cine que las que he visto en casa. Y cuando le recomiendo a alguien ver que me ha gustado mucho, siempre digo: ‘tienes que ir a verla al cine”. También insiste en recordar que antes de la llegada de las plataformas, cuando muchos largometrajes se emitían en abierto, era normal encontrarse con cinco o seis bloques de anuncio “en mitad de una obra maestra”. En esa época, según la guionista, “nadie ponía en el grito en el cielo”. Y por eso se pregunta si lo que ha cambiado es que ahora “es el espectador el que tiene el control sobre la manera en que elige hacer ese visionado”.

Ninguno de los dos escribe pensando en la necesidad de retener la atención del espectador a toda costa: “Yo creo que los guiones hay que escribirlos en función de cuál es la mejor manera de contar esa historia. Qué tiempo o qué tipo de escenas necesitas”, afirma San José. “Hay que aspirar a que el espectador no se pueda distraer con otra cosa. A que no pueda dar al pause“, continúa. Para Clara Botas “el cine es una cuestión de fe, de creer en lo que uno está viendo”. En su opinión no debemos infravalorar la fe ni la atención de las nuevas generaciones. “No puede parecernos mal que haya emisiones de Twitch de no sé cuántas horas y, a la vez, pensar que no aguantan ante una ficción más de quince minutos: creo, en definitiva, que la comunicación entre alguien que cuenta una historia y alguien que la recibe es un vínculo mucho más profundo, irrompible y ajeno a modas de lo que pensamos”, asegura.

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