Sam Clemmett, un plebeyo en la corte de ‘Los Bridgerton’: “Pacté que se me viera el culo, claro”
De familia trabajadora, el actor se curtió en el teatro, sufrió el parón de la pandemia en el elitista mundo de la interpretación y ahora su fortuna puede cambiar con el estreno en Netflix de ‘La reina Carlota’
“Y tú, ¿de qué casa de Hogwarts serías?”, es una frase habitual en cualquier conversación entre dos mileniales, pero no tanto en una entrevista con un actor. A menos que, como es el caso, el actor haya metido la mano en el auténtico Sombrero Seleccionador. Sam Clemmett (Norfolk, Reino Unido, 29 años) interpretó al hijo de Harry Potter en la obra de teatro El legado maldito que arrasó en el West End londinense en 2016 y que saltó a Broadway dos años después. Ahora, el actor participa en ...
“Y tú, ¿de qué casa de Hogwarts serías?”, es una frase habitual en cualquier conversación entre dos mileniales, pero no tanto en una entrevista con un actor. A menos que, como es el caso, el actor haya metido la mano en el auténtico Sombrero Seleccionador. Sam Clemmett (Norfolk, Reino Unido, 29 años) interpretó al hijo de Harry Potter en la obra de teatro El legado maldito que arrasó en el West End londinense en 2016 y que saltó a Broadway dos años después. Ahora, el actor participa en La reina Carlota, spin-off del fenómeno de Netflix Los Bridgerton, que se estrenó el jueves.
Esta precuela cuenta la aparatosa llegada de la alemana Carlota a la corte británica para someterse a un matrimonio concertado con un heredero al trono, que no tiene el menor interés en ejercer ni de rey ni de marido. Clemmett hace del único aliado de la joven reina, su secretario personal, Brimsley. En Los Bridgerton, el papel lo interpreta el veterano Hugh Sachs (Andor). “Hugh me contó la historia que se había creado para interpretar al personaje, pero el director de La reina Carlota me dijo que mejor partiese de un lienzo en blanco, que me daba permiso para crear mi propio personaje. Así que empecé por su físico. El deber hacia la reina es lo que más le importa, lo cual lo obliga a reprimir sus emociones y pensamientos. Pero encontramos momentos en los que Brimsley se permitía mostrar su interior. En el plano interpretativo, era cuestión de equilibrio”, indica Clemmett.
En la serie, Brimsley actúa como cómplice del espectador. Su cara subraya la comedia, gravedad o emoción de cada escena. Hay que fijarse muy bien, eso sí, porque ese sentido del deber y del decoro le prohíben expresarse. En la alcoba, es otra historia: Brimsley mantiene una relación secreta con Reynolds, el secretario del rey, y, entre revolcón y revolcón, trazan un plan para manipular a los recién casados, que el matrimonio funcione y la corona británica prospere. La primera escena sexual entre Clemmett y el actor Freddie Dennis planteó un reto coreográfico: mientras se van desnudando, besando y acariciando, tratan de sonsacarse información mutuamente, porque lo que a ellos les pone a tono es conspirar.
Los coordinadores de intimidad, esa figura que de unos años a esta parte ha cobrado más importancia en los rodajes, resultaron esenciales para que ambos intérpretes se sintieran cómodos. “Su labor consiste en crear un ambiente respetuoso, seguro y cómodo para que podamos hacer nuestro trabajo adecuadamente. Hay que estar muy relajado: la cámara percibe si no lo estás”, explica. Antes de rodar la escena, las coordinadoras conversaron con Clemmett y con Dennis juntos y por separado para establecer los límites de lo que estaban dispuestos a hacer y lo que no. El resultado final revela estos límites: hay besos (sin lengua), hay tocamientos, hay desnudos de cintura para arriba y un plano fugaz del trasero de Clemmett que casi parece accidental. Pero no lo era. “Ese plano estaba pactado, claro”, confirma.
Un desnudo requiere mucho más ensayo que una escena con ropa. La sensualidad debe fluir, la conversación discurre al ritmo del cuerpo y esos movimientos supuestamente impulsivos deben coordinarse con precisión. “Por muy sexies que queden, estas escenas pueden ser muy aparatosas”, señala. “Estás pensando en el diálogo, hay mucha gente mirándote y además tienes resultar creíble. Debes coordinar el ritmo: cuándo te mueves a este lado mientras escuchas, cuándo te mueves al otro lado mientras dices esta frase. Tiene su ciencia. Y al final debes centrarte en lo que tu personaje quiere decir y lo que quiere ocultar”.
El coordinador de intimidad está presente en todo momento, porque incluso si el actor cambia de opinión durante el rodaje o si de repente prefiere no hacer algo que inicialmente había accedido, es importante que se sienta libre para expresarlo. “Además, se acercan a preguntarte antes y después de cada toma cómo te sientes o si necesitas un caramelo de menta. Esas pequeñas cosas te ayudan a relajarte. Es normal que te preocupe tener mal aliento. Todo está rigurosamente planificado, lo cual permite que el trabajo sea mucho más fácil cuando llega el momento”.
La reina Carlota supone una gran oportunidad profesional para Sam Clemmett. Con esta serie, Netflix convierte en franquicia una de sus series más populares: las dos temporadas de Los Bridgerton son el cuarto y quinto contenido más visto de la plataforma, solo por detrás de la cuarta de Stranger Things, la miniserie Dahmer y la primera temporada de Miércoles, todas de 2022. Millones de personas en casi 200 países están descubriendo a Clemmett durante el primer fin de semana de mayo. Y él es consciente de que aquello podría cambiarle la vida.
En 2018, un reportaje de The Guardian resaltaba que la industria audiovisual británica tiende a favorecer a los actores que provienen de familias adineradas, como Eddie Redmayne o Tom Hiddleston (ambos estudiaron en Eton). Clemmett está al tanto de esta desigualdad: las vocaciones artísticas requieren un respaldo económico que su familia no tenía. Su madre era bailarina de joven, pero tuvo que ponerse a trabajar como secretaria cuando se casó. Su padre es director de ventas. Su hermano trabaja en un pub de Norfolk. “Entrar en esta industria es más difícil para alguien como yo”, lamenta. “Mi madre viene de una familia de clase obrera, porque mi abuelo tenía un puesto de fish & chips y él mismo pescaba los peces y los vendía en una camioneta. Yo crecí en Norfolk, en la campiña inglesa, a unas tres horas de Londres. Es una comunidad preciosa, pero muy pequeña y algo aislada. Ahora me encanta volver a Norfolk para ver a mis padres. Bueno, a mis padres y al perro… sobre todo al perro. Cuando me tomé en serio lo de ser actor, a los 16 años, me di cuenta de que me tenía que ir a Londres y mi madre me dijo que harían todo lo posible por ayudarme. Mis padres hicieron muchos sacrificios para que yo cumpliera mis sueños”.
A los 22 años, cumplió el primero: consiguió el papel de Albus, hijo de Harry Potter, en la obra que continuaba las aventuras de la dinastía. “Entrar en una franquicia tan grande y que significa tanto para tanta gente es terrorífico, pero el director John Tiffany mantuvo a la prensa y la fanfarria que rodeaba al estreno a raya en los ensayos. Eso disipaba la presión. Lo que sentíamos era que preparábamos una obra de teatro normal”, recuerda. Pero no lo era. La expectación de los fans era enorme y los trucos de magia requerían una preparación, una coordinación y una logística nunca vistas en el West End. “Recuerdo perfectamente la primera función. Estaba a punto de entrar en el escenario para mi primera aparición, me giré hacia Jamie Parker [el actor que interpretaba a Harry] y le dije: ‘Yo creo que tenemos algo bueno, pero lo descubriremos en los próximos 10 segundos’. Salimos ante aquel público de 1.600 fans y ocurrió la primera ilusión, en la que corríamos contra un muro y de repente estábamos en el andén 9 y 3/4. Ahí sentí un cambio entre el público. No puedo explicarlo, pero hubo un cambio de energía”.
Aquellos dos años en cartel fueron los más intensos de su vida. Tenían talleres de magia (“No solo teníamos que asegurarnos de que las ilusiones funcionaban”, explica, “sino de que había un plan de contingencia en caso de que no funcionasen”), hacían ocho funciones de dos horas y media cada semana y tres días había función doble. El director les puso una tabla de entretenimientos para aguantar el ritmo y las exigencias físicas de la producción: hacían estiramientos cada mañana, tenían yoga los miércoles, cardio los jueves y ejercicios de fuerza los viernes. “La disciplina es importantísima en un show como ese. Es agotador para el cuerpo, estaba muy cansado al final de cada semana, pero gracias a los ejercicios ninguno de los siete actores principales nos lesionamos en ningún momento. Pero sí, era agotador, absolutamente agotador. Yo tenía que comer mucho porque soy muy delgado y tenía que asegurarme de no desmayarme”, confiesa.
El primer día de ensayos, todos los participantes en la obra pasaron el test del Sombrero Seleccionador que indicaba a qué casa pertenecían. “Todo el mundo quiere ser un Gryffindor y salvar el mundo, pero yo sabía que me iba a tocar Hufflepuff. Y me encanta. Los Hufflepuff son gente fantástica”.
Después de terminar las representaciones, Clemmett se encontró con una sequía profesional. Pasaban los meses y ningún casting prosperaba. Y entonces llegó la pandemia. “Después de cada trabajo, siempre asumo que no voy a volver a trabajar nunca más”, confiesa. “Durante la pandemia nadie trabajaba, así que cuando se reanudaron los procesos de casting había más gente que nunca intentándolo. Era 10 veces más difícil que antes, no solo conseguir trabajo, sino conseguir una segunda convocatoria, conseguir que el director te viese por Zoom o en persona. Llegó un punto en el que sufría tanto y me obsesionaba tanto con los castings, que me di cuenta de que necesitaba cambiar mi relación con todo el proceso. Así que empecé a tirar el guion a la basura después de enviar la audición en vídeo. Quería olvidarme del papel: les daba mis ideas, les mostraba cómo veía el personaje y luego me alejaba de él. Si me llamaban, fantástico”.
Clemmett vive con su pareja en el sudeste de Londres. Hay que mantenerse cerca del trabajo. En su Instagram hay varias fotos en las que aparece vestido de novio ensangrentado. ¿Se trata de una broma, de un rodaje o es que se casó cubierto de sangre? “Me casé cubierto de sangre”, confirma. “Mi ahora esposa y yo nos casamos en Halloween y se nos ocurrió vestirnos de novios cadáver. Fue muy divertido, un día muy especial”. Cuando junta varios días libres, se escapa a Norfolk y aprovecha para hacer lo que más le gusta en el mundo: pescar. “Me enseñó mi abuelo. Es lo que más me relaja. A menos que haya fútbol, claro. Si hay partido del Norfolk City, puedes apostar el culo a que lo estaré viendo”.
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