Carlos Latre: “No iba a ponerme a imitar al Papa delante de él, pero sí que pude hacerle un poquito de Messi”
Dentro de él han vivido cientos de personalidades relevantes de la cultura, el deporte y la política. O al menos, sus perfectas imitaciones. Ahora se atreve con una de ficción: el Pseudolus de ‘Golfus de Roma’
Sorprende que sea el propio Carlos Latre (Castellón de la Plana, 42 años), uno de los hombres más ocupados de España, el que responde al teléfono al comienzo de esta entrevista. Si es que es él: dado que en su garganta viven cientos de voces, el público no empezó a saber muy bien cómo sonaba exactamente la suya hasta que programas como Tu cara me suena le permitieron ejercer de sí mismo. Hasta entonces, Latre era solo el imitador m...
Sorprende que sea el propio Carlos Latre (Castellón de la Plana, 42 años), uno de los hombres más ocupados de España, el que responde al teléfono al comienzo de esta entrevista. Si es que es él: dado que en su garganta viven cientos de voces, el público no empezó a saber muy bien cómo sonaba exactamente la suya hasta que programas como Tu cara me suena le permitieron ejercer de sí mismo. Hasta entonces, Latre era solo el imitador más famoso de España, una máquina de cambiar de registros, carácter y expresión corporal que el público conoció en Crónicas Marcianas, al que acompañó en aventuras en solitario ya fueran en forma de programa de entretenimiento (Latrelevisión) o de series de ficción (El mundo de Chema) y que ahora alterna su labor como uno de los rostros más ubicuos de Atresmedia (es fijo de El Hormiguero, aparte de en Tu cara me suena) con sus aventuras teatrales. Para hablar de la última estamos aquí.
“Fue una locura que le dio a [el director] Dani Anglés en 2017. De repente me dice: ‘Quiero que protagonices Golfus de Roma’. Y yo: ‘¿Pero te has vuelto loco? ¿Cómo voy a hacer yo un musical?’. Y aquí estamos”. Latre ya se metió en el papel de Pseudolus, protagonista de la comedia musical clásica con canciones de Stephen Sondheim, en Mérida y desde el 9 de septiembre ofrece siete funciones semanales en el Teatro La Latina de Madrid. Con este papel, al que ya han dado vida gigantes como Nathan Lane en Broadway o Javier Gurruchaga en Madrid, Latre espera que el público vea algo más allá del imitador más querido en todos los salones de España. “Creo que el público se va a sorprender, porque no van a esperar ver a un Latre en un papel actoral. Es cómico, pero histriónico, muy llevado al límite. Indudablemente hay algún guiño a mi propia carrera, pero porque le va bien al personaje, no está forzado. No hay nada de Latre para que el público que cree que va a ver a Latre tenga su pildorita. Sí, hay algún chascarrillo, una vocecita, pero le va bien porque el personaje es un buscavidas, un liante, un clown”.
¿Es este su momento “por fin me van a conocer de verdad”? Sí, sin duda, pero al final estos momentos cruciales son descubrimientos y oportunidades de gente que cree en ti. Si [Xavier] Sardà no hubiese creído en mí, no hubiera hecho Crónicas Marcianas. Si Tinet Rubira no hubiese creído en mí, no estaría en Tu cara me suena. Si Chicho [Ibáñez Serrador] no le hubiese enviado una carta a [Josep María] Mainat y a Sardá, no hubiera tenido el salto hacia delante que tuve. Pero sí, realmente creo que estoy en el mejor momento de mi carrera, el de más madurez, el de mayor reconocimiento por parte del público. No sé si ven en mí a un currante, pero creo que valoran el trabajo que hay detrás de todo lo que hago. Y hacer un musical en este momento de mi carrera llega muy bien porque me siento muy cómodo. Ha sido un trabajo terrible, un desierto, una salida de mi zona de confort… pero es una constante de mi vida. Como me dijo la gran Martirio, hay que ir por caminos sin pisadas. Este es uno de esos trampolines muy altos de los que tirarse.
Usted tiene un tipo de fama muy particular: al colocarse siempre en la piel de otro, el personaje de Carlos Latre es, después de dos décadas, todavía un lienzo en blanco. La de imitador era una pseudodisciplina, una cosa menor, poco menos que arrinconada en la radio y con algún éxito gracias a artistas del pasado que son los que pusieron la imitación en boga, como Pedro Ruiz o ese gran referente que es Julio Sabala. Luego estaba el humor de los Morancos, Martes y Trece, Cruz y Raya, Alfonso Arús… pero de unos años aquí se ha profesionalizado mucho más, se ha llevado a una disciplina más artística. Y hemos conseguido, entre unos cuantos, poder llenar teatros en la Gran Vía, algo que hace tiempo era impensable. Aparecen imitadores e imitadoras buenísimos: tenemos a Leonor Lavado, que es la mejor imitadora de España, a Raúl Pérez, que es un referente…. Y ahora se ve como una disciplina más. Como el stand up comedy, por ejemplo, que hace 20 años llegó de la mano de El Club de la Comedia, pero antes solo teníamos a Gila. Ahora todos son monologuistas: levantas una piedra y te salen tres.
Hablando de nuevas y viejas generaciones, hay una brecha que divide hoy a los humoristas de ayer y de hoy marcada por lo que es o no es políticamente correcto. A usted, con 42 años, le pilla justo en medio. ¡Pero clavao! Estoy entre las dos generaciones, porque además tengo una relación maravillosa con muchos de mis maestros y a la vez me llevo muy bien con los jóvenes. Estoy en medio, sí, y ahora mismo estamos viviendo una especie de bienquedismo en el que todo es polite [educado], todo es maravilloso, no se puede decir nada subiendo el tono, no existe la buena fe. Por culpa de las redes sociales cualquier cosa que digas va a ser usada en tu contra, así que tienes que cuidarte muy mucho de lo que dices, de cómo lo dices y de no ofender a nadie.
Pero precisamente usted nunca se ha visto en esas. No, nunca he tenido problema, mi humor siempre ha sido familiar y blanco y nunca ha pretendido herir a nadie, a ningún colectivo… Pero sí, es más difícil hacer humor actualmente, sin duda, tenemos la piel mucho más fina.
Concluyo que está más cerca entonces de esos humoristas de ayer. Sí, porque hemos perdido la buena fe en los humoristas. Antes, cuando hacían un gag Martes y Trece en el Un, dos tres, por ejemplo… Si tú haces memoria, jurarías que en el Un, dos, tres nunca hubo humor que pudiese herir sensibilidades. Pero si te pones a revisar, fliparíamos.
A usted ningún imitado se le ha ofendido,. ¿Cómo lo ha conseguido? Creo que soy un observador nato, un poco psicólogo, y considero que no es necesario herir a nadie para hacer reír. Yo no voy a ser más Raphael que Raphael o más Boris que Boris o más María Jesús Montero que María Jesús Montero. Los propios personajes te dan tanta riqueza que no hace falta añadir nada. Y tampoco hay que tener saña. La clave es hacer humor con el personaje, no del personaje.
¿Hay alguno en concreto con el que se sienta tan cómodo y feliz que se quedaría a vivir dentro de él? Hay muchos, me encantan Julio Iglesias, Manolo García… Últimamente me lo he pasado genial con María Jesús Montero, Pedro Sánchez o con el alcalde de Madrid, que es tan divertido y tan simpático. Tengo mucho cariño a todos mis personajes.
¿Y alguno le da mala vibra, le hace querer salirse de ese disfraz cuando antes? No tengo ningún problema con los personajes, solo hay algunos que cuestan más, que rascan más, que suelo decir yo. Fernando Simón es un personaje adorable, pero para hacerlo hay que rasgar la garganta y es más costoso.
Contó usted aquí mismo, en EL PAÍS, que su foniatra se había sorprendido al comprobar como su garganta cambiaba físicamente con cada imitación y que estaba empezando a comprobar si ocurría lo mismo con el cerebro. ¿Ha avanzado en eso? Estamos en ello. Estamos haciendo las pruebas previas para, en enero, tener un estudio neurológico completo y ver qué sale de ahí. Realmente estamos muy esperanzados, es algo nuevo. Estamos trabajando con el equipo de Marcelo Berthier, neurólogo de la universidad de Málaga, para ver qué sale de ahí porque no lo sabemos. Ellos creen que podemos sacar cosas muy interesantes a nivel neurológico y científico. Es un estudio muy serio, por increíble que parezca. Ciencia pura.
En esa carta de la que habló que Chicho Ibáñez Serrador envió a Sardá, ¿qué decía? Chicho es un ángel de la guarda que apareció en mi vida. Sardá me fichó para Crónicas Marcianas y fue muy bien la primera temporada. Yo hacía de la becaria Bea. Era un colaborador que salía esporádicamente y muchas veces en la pantalla no ponían ni mi nombre. Un día Sardà, [Toni] Cruz y Mainat me llamaron a su despacho y me dijeron: “Mira, hemos recibido esta carta de Chicho”. En esa carta, Chicho decía que a aquel chaval que hacía de becaria, que hacía tantos otros personajes, lo cuidaran mucho. Que veía un gran potencial humorístico en él y que le recordaba a Peter Sellers. Y que merecía mayor reconocimiento y presencia dentro del programa. En aquella reunión, Mainat, Cruz y Sardà me dijeron: “El maestro Chicho siempre tiene razón, así que estamos encantados de que tengas un mayor papel, vamos a potenciar tu carrera, te vamos a ayudar y te vamos a cuidar”. Y así fue. Sardà siempre me ha abrazado, hablamos muy a menudo y comento con él mis proyectos. Luego con Chicho [fallecido en 2019] tuve la gran suerte de mantener una relación de amistad, comíamos de vez en cuando, vino a ver mi show… fue un gran padrino.
Y cuando uno, tan joven, recibe la admiración de una leyenda de la televisión y se hace famoso, ¿no se vuelve un poco loco? ¡Yo tenía 19 años cuando empecé en Crónicas! Es inevitable, sí, que si estás con 20 años en el programa más importante de la televisión y ganando dinero, te vuelvas un poco tonto. Pero por suerte siempre estuve muy bien rodeado: tuve a mi mujer al lado, que ha sido un pilar muy importante, he estado rodeado de mánagers que me han enseñado lo bueno y lo malo, amigos que son los mismos de toda la vida… Creo que he sido bastante intuitivo. He intentado siempre tener los pies en el suelo, pero a veces es inevitable despegar. La vida siempre se encarga de darte un guantazo para que vuelvas al suelo. Cuando alguien se queja yo siempre le pregunto: ‘¿Te acuerdas de cuando soñabas con estar donde estás ahora?’. Tengo la gran suerte de recibir mucho cariño y lo llevo con naturalidad. Es una maravilla que te quieran y te respeten, aunque siempre haya alguno por ahí que ni te quiere ni te respeta.
Apostaría a que es usted una de esas poquísimas personas que cae bien a todos los españoles. ¡No te creas! También me desean cosas muy malas a través de las redes. Hay un estudio científico que dice que a un 15 % de la gente no le vas a caer bien nunca, pase lo que pase, hagas lo que hagas. Aunque seas la Madre Teresa de Calcuta. Yo he aprendido eso. Es lo que hay, no pasa nada.
Aparte de a Ibáñez Serrador, ¿a qué otros ídolos ha podido acceder gracias a su trabajo? ¡La lista no me la acabaría nunca! He tenido la oportunidad de trabajar con James Corden, que es un referente, de conocer a Hugh Jackman, que es otro, a Jimmy Fallon, al Papa Francisco, a Julio Iglesias, a Tom Jones, a Raphael, a Antonio López...
¿Cómo llegó hasta el Papa? Tuve audiencia con él gracias a mi amigo, [el pintor] Domingo Zapata, que pintó con él, y a través de la fundación Scholas, que colabora con el Vaticano, tuve la oportunidad de estar con él. Fue amabilísimo, cercano y una persona que te mira a los ojos y te escucha, algo tan difícil en estos días.
¿Tuvo el valor de imitarlo delante de sus narices? ¡No! Lo he hecho alguna vez en la radio, pero no iba allí para ponerme a imitarlo. Sí que tuve oportunidad de hacerle un poquito de Messi, aunque él es muy del San Lorenzo.
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