Alexander Godunov, el desertor de la Guerra Fría que terminó en nuestros anuncios de espumoso (y en ‘La jungla de cristal’)
Cada Navidad ‘La jungla de cristal’ regresa a las pantallas, pero el bailarín que dio vida a uno de sus villanos tuvo una historia más apasionante que cualquier película: conflictos diplomáticos entre superpotencias, alcoholismo y un romance con una de las actrices más bellas del mundo
Los muchos fans del ya clásico navideño La jungla de cristal (1988) saben que Kal Vreski es enemigo más sanguinario de John McClane, el héroe interpretado por Bruce Willis. Quien maquina el asalto al edificio Nakatomi Plaza es Hans Gruber (Alan Rickman), sí, pero quien persigue implacablemente a McClane durante todo el metraje es Vreski. También saben que tiene el honor de ser el primero en matar y el último en morir, y que es el único que no lo hace a manos de un ...
Los muchos fans del ya clásico navideño La jungla de cristal (1988) saben que Kal Vreski es enemigo más sanguinario de John McClane, el héroe interpretado por Bruce Willis. Quien maquina el asalto al edificio Nakatomi Plaza es Hans Gruber (Alan Rickman), sí, pero quien persigue implacablemente a McClane durante todo el metraje es Vreski. También saben que tiene el honor de ser el primero en matar y el último en morir, y que es el único que no lo hace a manos de un Willis desatado, sino del policía más carismático de la película. Lo que tal vez no sepan todos es que el ruso Alexander Godunov (Isla de Sajalín, 1949 – Los Ángeles, 1995), el hombre tras el sicario, tenía, además de un apellido histórico, una vida todavía más interesante que la de su personaje.
En el verano de 1979, ya de primer bailarín del Bolshoi, Godunov protagonizó uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría el día que desertó aprovechando una gira de la compañía soviética por Estados Unidos. Era lo que ya habían hecho Rudolf Nureyev en París y Mikhail Baryshnikov en Toronto, pero esta vez la historia incluía un elemento melodramático. El desertor estaba acompañado de su mujer, la bailarina Ludmila Vlasova.
Vlasova era mentora de Godunov desde que este fuera nombrado primer bailarín del Bolshoi a los 17. Ambos convirtieron en pareja dentro y fuera del escenario (ella tuvo que dejar a su marido antes) y permanecieron juntos hasta aquella noche en Nueva York. Tras una representación, Godunov no volvió al hotel en el que se alojaba la compañía. Las especulaciones se sucedieron hasta que al día siguiente The New York Post anunció su deserción en portada.
Cuando el Departamento de Estado confirmó la petición de asilo político de Godunov, el gobierno soviético mandó traer a toda la delegación Moscú inmediatamente. La troupe salió del hotel por el garaje y huyó al aeropuerto JFK. Antes del despegue, un coche de la Autoridad Portuaria de Nueva York se plantó delante del avión para impedir el despegue. Vlasova no podía abandonar el país hasta que las autoridades estadounidenses confirmasen que lo hacía por cuenta propia y no intimidada o bajo los efectos de alguna droga. Durante tres días, seis funcionarios norteamericanos y seis soviéticos negociaron en una plataforma anexa al avión (este se consideraba suelo soviético). Pan Am les abastecía de alimentos y productos básicos que dejaban ante la escotilla.
Había 52 pasajeros soviéticos a bordo: el Gobierno no les dejaba salir en solidaridad con la bailarina. En el aeropuerto, decenas de periodistas en todo el mundo aguardaban el desenlace mientras la muchedumbre esperaba a la puerta del aeropuerto con carteles donde se leía: “¡Liberad a Ludmila!”.
Tras 73 horas y 38 minutos, el avión despegó con Vlasova a bordo, para desconcierto de Godunov. Su amante, hija de una trabajadora del Teatro del Ejército Rojo, se había decantado por su patria. “Se le preguntó si había alguien a quien deseara ver o algo que deseara hacer antes de irse”, aseguró a la prensa Donald F. McHenry, diplomático y hombre de confianza del presidente Jimmy Carter en este asunto. Su respuesta, según el Washington Post, fue: “Nyet”. Ante la pregunta de si aquella epopeya había merecido la pena, McHenry fue tajante: “Defender el derecho de un individuo a expresar sus puntos de vista vale la pena”.
Vlasova fue recibida en Moscú como una heroína mientras los medios norteamericanos la acusaban de ser una espía. “Me pidieron que me quedara, pero insistí en que debía volver con mi madre, ella no habría podido soportarlo”, explicó ella. Dos años después se divorciaron oficialmente a través de la embajada. Godunov había ganado la libertad, pero había perdido al amor de su vida.
Le tocaba reinventarse en un país extraño. Su principal apoyo fue Baryshnikov, amigo durante dos décadas, que le nombró primer bailarín del American Ballet Theater que dirigía. El nombramiento duró seis semanas: algo combinó mal entre el gigantesco ego de uno y el carácter explosivo del otro. La declaración oficial de la compañía tras el despido fue que el repertorio de Godunov era demasiado limitado.
Godunov se estaba adaptando a su nuevo hogar: “Cuando sales de la escuela del Bolshoi eres un bailarín profesional. Puede que no seas una estrella, pero puedes trabajar en cualquier lugar. Pero en la actuación, donde quiera que vayas, París, Londres, Los Ángeles, especialmente Los Ángeles, casi todos son actores. Ya sean taxistas o camareros, la conclusión es que son actores que buscan un trabajo. Lo que significa que las puertas están abiertas para cualquiera, pero eso no significa que las atravieses”, se lamentó en 1991 en The Los Angeles Times, cuando recordaba su primeros años en la industria.
En 1984 recibió la llamada que cambiaría –momentáneamente– su vida. La directora de casting de Único testigo, el clásico de Harrison Ford y Kelly McGillis en la comunidad amish, había pensado en él para interpretar al lacónico secundario enamorado de la protagonista. Peter Weir, que se había quedado impresionado por el bailarín después de ver el especial Godunov: El mundo para bailar, estaba de acuerdo.
Una semana después estaba desayunando con el director. “Pensaba que me iba a hacer una prueba y, como no tengo ni idea, me diría: ‘Esto es un gran fracaso, un placer hablar contigo”, dijo en su día. Pero no hubo prueba. Weir se despidió de él con un “nos vemos en Pennsylvania”, donde iba a tener lugar el rodaje. Godunov entraba en el cine por la puerta grande: Único testigo, que también supuso el debut cinematográfico de Viggo Mortensen y confirmó a Harrison Ford como actor dramático, recibió ocho nominaciones al Oscar y ganó dos. La película fue un éxito de taquilla y crítica. “El señor Godunov muestra una seguridad en sí mismo que roba cada escena en la que aparece”, escribió Vincent Canby en The New York Times.
Godunov tenía potencial. Ya llevaba un año estudiando interpretación en la academia de Stella Adler y con su siguiente película cambió totalmente de registro: en Esta casa es una ruina (1986) se apuntó a la comedia disparatada interpretando a un petulante director de orquesta que intentaban interponerse entre el amor de Tom Hanks y Shelley Long. Esta vez las críticas no fueron amables, pero pronto pudo enjugarse el llanto con él éxito de su siguiente y más exitosa película: La jungla de cristal.
Al éxito laboral se había sumado el sentimental. Desde mediados de los ochenta salía con la actriz Jacqueline Bisset, a la que Newsweek había llamado “la actriz mas atractiva de todos los tiempos”. Se convirtieron en pareja estrella. “Su sensual belleza los han convertido en un fijos en el circuito de fiestas y en una alegría para los paparazzi. Ellos hacen alarde a menudo con trajes escandalosos que parecen una parodia de la sexualidad. Un deslumbramiento físico que a menudo ha eclipsado su talento” escribió David Wallace sobre la pareja en el número de People cuya portada ocuparon en 1985.
Para el 39 cumpleaños de la actriz, Godunov voló a México, donde en ese momento Bisset rodaba Bajo el volcán (1984) y la felicitó con un pastel de chocolate gigante. En su 40 aniversario sembró de pétalos de rosa la habitación del hotel en el que se alojaba la actriz y contrató a un trío de violinistas. En 1986 se pusieron por primera vez juntos ante las cámaras para protagonizar el anuncio navideño de Freixenet, por donde en otros años ya habían pasado estrellas internacionales, de Shirley McLaine a Raquel Welch, y se había convertido en un evento internacional.
Durante su estancia en España los periodistas pudieron comprobar el carácter complicado del bailarín, algo que sumado a sus excesos alcohólicos ya empezaba a cerrarle puertas (las que no se había cerrado él mismo con su carácter). “Tenía ofertas para interpretar bailarines y desertores, mi propia historia. Pero no quise hacerlo. No digo que las películas de ballet sean malas y no deban hacerse, pero no las harán conmigo”, afirmaba probablemente como una pulla a Baryshnikov, cuya película más popular, Noches de sol (1985), contaba la historia de un bailarín soviético que tras desertar se veía obligado a regresar a la URSS.
Tampoco quería ser eternamente Kal Vreski. La película lo había encasillado. “Después de La jungla de cristal, obviamente, me ofrecían interpretar a los malos. Me llegaba un guion, y llamaba para que me contaran sobre mi personaje y la respuesta era: ‘Oh, vas a usar un largo abrigo negro, entrarás en un restaurante y sacarás de tu bolsillo una pistola y dispararás. Y, Alexander, por favor no lo olvides, mantén la misma expresión en tu cara de La jungla de cristal”, se lamentaba en The Los Angeles Times.
Godunov se plantó ante aquel rol. También los de todos los de granjeros amish y directores de orquesta insoportables que le ofrecieron después de sus dos primeras películas. Para sorpresa de su agente sí aceptó protagonizar, Waxwork II: El misterio de los agujeros (1992), de Anthony Hickox, en el que interpretaba a un “alma atormentada que está enamorado de su propia hermana y desciende a los infiernos de su propia locura” y donde coincidía con otras estrellas que también habían perdido el paso en los ochenta como David Carradine, Drew Barrymore y el bajista de Spandau Ballet, Gary Kemp. Era una producción barata que pasaría sin pena ni gloria, pero había rechazado tantos proyectos que su teléfono había dejado de sonar.
A principios de los noventa su carrera en el cine estaba en su momento más bajo y su relación con Bisset se había roto. La actriz le había suplicado que acudiera a una clínica para recibir tratamiento por adicción, pero él se negó. Se separaron sin escándalos y siguieron siendo buenos amigos. Tras la ruptura mantuvo un romance con la protagonista de Embrujada, Elisabeth Montgomery, pero a medida que incrementaba el abuso de alcohol se aislaba de todo el mundo.
Encontraron su cuerpo la mañana del 18 de mayo de 1995 en su apartamento de Los Ángeles. El artista al que The New York Times había definido como un “ángel prerrafaelita que se hace pasar por un ídolo del punk-rock” tenía sólo 45 años, pero ya estaba totalmente destruído por el alcohol. Su amiga y publicista Loree Rodkin, una de las pocas personas junto a Bisset que siempre permaneció a su lado, contó en Entertainment Weekly que desde los 14 años Godunov bebía al menos una botella de vodka al día. “Alexander era un maníaco depresivo petulante, taciturno y apasionado que se había metido en su papel de ruso loco”. Fue el último papel de la estrella que una vez tuvo a dos potencias mundiales en vilo.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.