Anne Case: “La pandemia quizá abra una puerta a la reforma sanitaria en EE UU”

La catedrática emérita de Princeton alerta en su nuevo libro de la ola de suicidios y muertes por sobredosis entre los blancos norteamericanos sin estudios

Anne Case en su casa de Princeton en febrero de 2020.Leeor Wild / The Canvas Agency

Los estadounidenses blancos de clase trabajadora se están matando por desesperación. Desde hace 20 años, los suicidios, las muertes por cirrosis o por sobredosis (de drogas legales e ilegales) de blancos sin estudios se han disparado. Dado su peso relativo en el conjunto de la población (65 del total de 330 millones), la esperanza de vida en Estados Unidos se ha reducido tres años consecutiv...

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Los estadounidenses blancos de clase trabajadora se están matando por desesperación. Desde hace 20 años, los suicidios, las muertes por cirrosis o por sobredosis (de drogas legales e ilegales) de blancos sin estudios se han disparado. Dado su peso relativo en el conjunto de la población (65 del total de 330 millones), la esperanza de vida en Estados Unidos se ha reducido tres años consecutivos por primera vez desde que hay registros (desde 1933). La evolución de su tasa de mortalidad contrasta con la de cualquier otro grupo, incluidos los negros de clase trabajadora, cuya mortalidad sigue siendo más alta, pero ha seguido reduciéndose. Si la de los blancos sin licenciatura hubiera evolucionado según lo previsto, como ha ocurrido en todo Occidente, se habrían evitado 600.000 muertes entre 1999 y 2017. Anne Case, catedrática emérita de Economía de la Universidad de Princeton, y su marido, Angus Deaton, catedrático emérito en Princeton y premio Nobel de Economía 2015, enmarcan esa tragedia colectiva en la desaparición del mundo del trabajo y las comunidades de sentido (matrimonios, sindicatos, Iglesias). Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo (Ediciones Deusto) describe la sanidad privada como el síntoma de una economía capturada que redistribuye las rentas hacia arriba. ¿Es Europa la siguiente? Anne Case responde por videoconferencia desde su casa, donde está confinada.

PREGUNTA. Ustedes detectaron el fenómeno de lo que llaman muertes por desesperación en 2014. ¿Por qué resultó tan difícil ver algo tan grande y que estaba tan cerca?

RESPUESTA. Nosotros manejamos dos explicaciones. Una es que en el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la gente que trabaja sobre el suicidio estaba separada de la que trabaja sobre enfermedades del hígado y el alcohol, que a su vez estaban separados de quienes trabajaban sobre muertes por sobredosis. Y no hablaban entre ellos. La otra es que los blancos siempre han sido el grupo más privilegiado de Estados Unidos. Y la gente no se preocupaba de su salud o su mortalidad de la misma manera que de la de los negros, cuyas tasas de mortalidad en general siguen siendo más altas. Los blancos no eran una prioridad.

P. La noche de las elecciones, un senador republicano, Josh Hawley, dijo en Twitter: “Ahora somos un partido de clase trabajadora”. Y ustedes afirman que el Partido Republicano se está convirtiendo en el partido de quienes no tienen estudios. ¿Comparte la afirmación de Hawley?

R. Creo que lo que ha pasado —desde finales de los sesenta— es que el Partido Demócrata se ha convertido en una alianza entre las minorías y la élite educada. Y eso no dejaba espacio para los blancos de clase trabajadora. El Partido Republicano ha hecho muy poco para ayudar a esa clase trabajadora, pero ésta se ha acercado más a los republicanos en parte porque sienten que las minorías les han quitado los trabajos que una vez fueron suyos —sea cierto o no— y que la élite educada los mira por encima del hombro. Yo creo que [en 2016] pensaron que Donald Trump sí los respetaba y que trabajaría por ellos. Pero si miras a lo que ha pasado con legislación laboral o con los intentos para desmontar la reforma sanitaria [de Obama], de la que ahora dependen muchos trabajadores blancos, o las reducciones de impuestos para los ricos, el Partido Republicano por sí mismo no ha demostrado que es el partido de la clase trabajadora.

P. Ustedes afirman que el sistema sanitario americano no sólo no hizo lo suficiente para evitar la epidemia de muertes por desesperación, sino que contribuyó a su propagación. ¿Cómo puede ser eso?

R. En el origen de la epidemia está la pérdida de buenos trabajos que provoca todo lo demás: la falta de matrimonios, de lazos comunitarios. Y parte de esa pérdida se debe a que en Estados Unidos quien paga los costes del seguro sanitario de sus trabajadores es el empresario. Y gastamos en salud más del doble por persona que casi cualquier otro país rico. Un empresario que tiene que pagar casi 20.000 dólares al año por un trabajador poco cualificado piensa que puede tirar sin él y subcontrata los empleos de limpieza, comida, transporte. Y esos trabajadores dejan de formar parte de una empresa, de una comunidad en la que tienen estabilidad, en la que si enferman saben que su trabajo seguirá ahí cuando regresen. Los empleos externalizados son un mercado mucho más feroz. Los precios tan altos de médicos, medicamentos y hospitales acaba afectando al empleo. Es un sistema ridículo.

P. Sólo el 19% de los estadounidenses se siente seguro con su sistema sanitario. ¿Por qué, entonces, es tan difícil cambiarlo?

R. Yo creo que hay dos factores ahí. Uno es que la industria sanitaria es tan grande —casi el 20% del PIB, uno de cada cinco dólares— que tiene demasiado poder: tienen cinco lobbistas por cada miembro del Congreso, que están donde se hacen las leyes y para proteger los intereses de las grandes farmacéuticas, de los hospitales y de la Asociación Médica Americana —que ayuda a limitar el número de médicos—, así que son realmente poderosos. Por otro lado, hay trabajadores asegurados que, temerosos, piensan: “Yo no quiero dejar mi seguro médico por otro que a lo mejor no es tan bueno”.

P. Tampoco quienes más necesitan ese otro sistema son quienes más influencia política tienen, en ninguno de los dos partidos, para intentar cambiarlo.

R. Exactamente. Aunque hay una posibilidad, crucemos los dedos, una brizna de esperanza dentro de toda esta horrible pandemia de covid-19 y es que bastante gente en Estados Unidos acabe encontrándose con facturas que no puedan pagar. O que, habiendo contraído el virus —unos 10 millones de estadounidenses se han contagiado ya—, ahora se considera que tienen una enfermedad preexistente y las compañías aseguradoras podrían rechazar asegurarlos u ofrecerles una cobertura a unos precios que nadie se puede permitir. Si eso ocurre a bastantes personas, entonces quienes están en mitad de la tabla pueden pensar que hay que hacer algo. Y quizás eso abra una puerta a la reforma.

P. En Europa, las divisiones políticas se parecen cada vez más a la polarización de Estados Unidos. ¿Las muertes por desesperación y el populismo están relacionados, existe el voto por desesperación?

R. Yo creo que una de las corrientes de fondo aquí es que a nivel global el crecimiento económico se ha ralentizado enormemente. Después de la II Guerra Mundial hubo varias décadas de fuerte crecimiento, pero luego empezó a ralentizarse de manera que lo que está ocurriendo, y está ocurriendo en todas partes, es que la tarta crece mucho más despacio. Y eso hace que la gente empiece a mirar con mayor recelo el trozo de tarta del otro y a compararlo con el suyo. Si la tarta creciera rápidamente, todo el mundo podría tener un trozo más grande y eso daría mayor estabilidad. Pero desde el momento en que las grandes empresas empiezan a funcionar todas de la misma forma y todas empiezan a mirar solo a la parte más alta de la tabla, está aumentando el riesgo de causar mayores turbulencias a todas las economías.

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