Cómo Turquía se fue volviendo antioccidental
Una alianza entre islamistas, derecha nacionalista e izquierda eurasianista define la política exterior del país, cada vez más enfrentado con la OTAN y más cercana a Rusia. Su promotor: Dogu Perinçek
Tras el golpe de Estado de 1980, que terminó con todos los líderes políticos del momento entre rejas, uno de los dirigentes de la ultraderecha turca pronunció la frase: “Nosotros en prisión, nuestras ideas en el Gobierno”. Obviando el encarcelamiento, Dogu Perinçek podría decir algo parecido. Este anciano de trato afable en privado y virulentos discursos públicos lidera la formación extraparlamentaria más influyente de Turquía. Su Partido de la Patria (antes Partido Obrero) no obtiene más del 0,25% de los vo...
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Tras el golpe de Estado de 1980, que terminó con todos los líderes políticos del momento entre rejas, uno de los dirigentes de la ultraderecha turca pronunció la frase: “Nosotros en prisión, nuestras ideas en el Gobierno”. Obviando el encarcelamiento, Dogu Perinçek podría decir algo parecido. Este anciano de trato afable en privado y virulentos discursos públicos lidera la formación extraparlamentaria más influyente de Turquía. Su Partido de la Patria (antes Partido Obrero) no obtiene más del 0,25% de los votos, su diario Aydinlik vende menos de 2.000 ejemplares y sólo el 0,3% de la audiencia sintoniza su canal, Ulusal TV. Pero deja huella en la política exterior turca del último lustro, cada vez más enfrentada con la OTAN (de la que forma parte) y más cercana a Rusia.
¿Qué hace un laico a ultranza, que procede del comunismo maoísta y aún se define como “socialista científico”, aliado con un presidente como Recep Tayyip Erdogan, de ideología islamista? Perinçek lleva medio siglo acaparando titulares y pasando por prisión al menos una vez por década desde 1971. Fue uno de los líderes de la fragmentada izquierda socialista turca en los sesenta y setenta. A finales de los ochenta visitó los campos de entrenamiento de Abdullah Öcalan, entonces líder en activo dell grupo armado Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), para luego convertirse en un ultranacionalista turco que ve la mano de EE UU detrás de cualquier reivindicación de cierta autonomía o derechos culturales para los kurdos. A finales de los noventa, entró en contacto con el filósofo Aleksandr Dugin, ideólogo del neoeurasianismo cercano al Kremlin, y se convirtió en principal promotor en Turquía de esta teoría que amalgama elementos antiimperialistas y tradicionalistas y busca combatir la globalización liberal y la influencia estadounidense.
En 2008 Perinçek fue detenido, acusado de participar en un complot para derrocar a Erdogan y que, a la postre, se demostró basado en pruebas falsas. Cuando salió de la cárcel, aquellos que habían orquestado su detención —policías, jueces y fiscales adscritos a la secta político-religiosa de Fethullah Gülen— habían dejado de ser aliados de Erdogan para convertirse en enemigos, y el mandatario se volvió hacia su antaño adversario en busca de ayuda para neutralizarlos. Perinçek justifica la alianza alegando que Erdogan ha cambiado su programa: “Antes era atlantista y estaba aliado con los gülenistas, ahora no. Antes negociaba con el PKK, ahora lo aplasta”.
Un fallido golpe de Estado de 2016, orquestado en parte por los gülenistas, fue el momento embrionario de la nueva Turquía. Erdogan no solo aprovechó el shock para modificar la Constitución y aunar poderes. También purgó la Administración. Se tiende a ver el poder de Erdogan como monolítico, pero lo cierto es que siempre se ha apoyado en otras facciones, partidos y grupos religiosos para sustentarse. “El Estado lo maneja una coalición de islamistas, ultraderechistas y eurasianistas. Y los eurasianistas tienen más poder del que creemos”, sostiene Halil Karaveli, experto en la derecha turca. La mayoría parlamentaria de Erdogan depende del Partido de Acción Nacionalista (MHP), formación de ultraderecha cuyos simpatizantes se han hecho fuertes en el Ministerio de Interior. En las Fuerzas Armadas, más de 25.000 militares fueron despedidos o encarcelados, en su mayoría gülenistas y/o favorables a la OTAN, y su lugar fue ocupado por oficiales de tendencia eurasianista. El razonamiento de Perinçek, aplicando a su manera algunos conceptos maoístas, es que Turquía no está madura para la revolución proletaria y, por tanto, debe ir de la mano de la burguesía y los militares para librarse del yugo imperialista y profundizar en las revolución iniciada por Mustafá Kemal Atatürk en 1923.
“La izquierda se ha hundido y los restos del naufragio los utiliza la ultraderecha, que está vampirizando su terminología, conceptos y discursos. Vemos un Mayo del 68 a la inversa, con antisistemas de derecha provocando disturbios, una ultraderecha que lee a Gramsci… La confusión es total”, apunta Francisco Veiga, coautor de Patriotas indignados (Alianza Editorial), donde analiza cómo ya en los ochenta partidos comunistas del Este incorporaron elementos del nacionalismo para evitar perder apoyos; por ejemplo, en Rusia tras la caída de la URSS. “En una transición no puedes tirar todo el pasado por la borda porque te pondrías en contra a parte de la población”, apunta Veiga. “Putin hizo la cuadratura del círculo reivindicando lo bueno del pasado soviético e imperial y generando un marco integrador para la ultraderecha y la extrema izquierda”. Erdogan, sostiene, hace algo parecido, reivindicando tanto el pasado otomano como el legado de Atatürk y exaltando un patriotismo donde caben “islamistas, ultraderecha, incluso kurdos fieles. Los que no caben son los traidores y lo extranjero”.
La conexión con Rusia y China
Otra razón del pacto entre Erdogan y Perinçek es la vía de comunicación que le ofrece con Rusia y China, en una Turquía cuyo Ejército y diplomacia han mirado tradicionalmente a estos países con recelo. Cuando las relaciones entre Ankara y Moscú llegaron a un punto crítico con el derribo de un caza ruso en 2015, Perinçek ayudó a Erdogan a reconciliarse con Putin gracias a la mediación, entre otros, de Konstantín Maloféyev, promotor de webs que difunden ideas ultraderechistas y prorrusas. No es el único contacto de Perinçek con la extrema derecha: también se ha reunido con Alternativa para Alemania y defiende la colaboración con otros partidos de este ámbito siempre que sean “antiestadounidenses y contrarios a la globalización”. La simbiosis ha influido considerablemente en Turquía. El partido de Erdogan, el islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y el ultraderechista MHP han pasado a utilizar lenguaje antiimperialista y a ser muy críticos con EE UU y la UE mientras se niegan a condenar en el Parlamento el trato de China a los musulmanes uigures, a los que antaño consideraban “hermanos turcos oprimidos por el comunismo”.
“En el marco atlántico, Turquía sólo puede esperar endeudamiento económico y apoyo a quienes intentan dividir su territorio. Turquía necesita mirar a Asia para poder respirar”, arguye Perinçek. Esto tampoco significa que la opción eurasiática vaya a ser la definitiva. Ankara ha planteado la posibilidad de integrarse en la Organización de Cooperación de Shanghái, liderada por Pekín y Moscú, pero sigue siendo candidata a la adhesión a la UE y miembro de la OTAN. Es más, recientemente Erdogan dijo: “El lugar de Turquía es Europa y con Europa deseamos construir nuestro futuro”. El presidente ha sabido moverse entre varias aguas y periódicamente prescinde de unos aliados para apoyarse en otros, dentro y fuera del país. Burhanettin Duran, del think tank progubernamental SETA, recomienda “competición y cooperación” tanto con el eje occidental como con Rusia, China e Irán, una suerte de nueva política no alineada en un tiempo de coaliciones cambiantes y difusas.
Incumplidas las promesas de los sistemas ideológicos universalistas (el socialismo, el liberalismo y también el islamismo) y cuando muchos vuelven a sentirse tentados por el viejo nacionalismo, alquimistas como Perinçek parecen haber hallado el momento propicio para ensayar sus extrañas recetas.