Marta Peirano: “No sabes si puedes dejar a tu hijo de 15 años solo con las redes”

La periodista, especializada en tecnología, propone en un nuevo libro una reorganización en comunidades vecinales en las que las redes tengan un papel relevante y distinto al actual

Marta Peirano, ensayista, fotografiada en Madrid el 24 de mayo.Claudio Alvarez

La periodista Marta Peirano (Madrid, 1975) informa sobre tecnología desde hace 30 años. Fruto de esa dedicación, en 2019 publicó El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención (editorial Debate), que ha sido un éxito con sus 10 ediciones. Ahora, en su cuarto libro en castellano —...

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La periodista Marta Peirano (Madrid, 1975) informa sobre tecnología desde hace 30 años. Fruto de esa dedicación, en 2019 publicó El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención (editorial Debate), que ha sido un éxito con sus 10 ediciones. Ahora, en su cuarto libro en castellano —Contra el futuro. Resistencia ciudadana frente al feudalismo climático (lo publica el 9 de junio la misma editorial)— analiza cómo la ciudadanía puede hacer mucho más para frenar y adaptarse al cambio climático: por encima de todo, repensar cómo nos organizamos como comunidades, empezando por los vecinos. Las redes sociales, afirma, deberían desempeñar un papel distinto en esa batalla.

PREGUNTA. ¿En qué se parecen las plataformas digitales y la industria de la alimentación?

RESPUESTA. Han desarrollado una adicción con estrategias que no son tan distintas. Con el azúcar hay una fórmula, mezclándola con sal y grasa, que se usa para engañar al cerebro y que piense que consume algo nutritivo sin que sea verdad. Eso lo combinan con empequeñecer el producto: que sean muchas patatas fritas en lugar de una patata gorda. Es muy parecido a lo que pasa con el móvil, que ha copiado estrategias de la industria del juego. Dependen de tus datos, quieren que generes más. Es crucial entender ese mecanismo para tener otra relación con comida o tecnologías.

P. Antes veíamos la tele cuando no sabíamos qué hacer.

R. Sí, pero no en el trabajo, en el instituto. Una capa de complejidad que añaden los móviles es que, a diferencia de una máquina tragaperras, están bien considerados. Puedes estar todo el día en el móvil y nadie dirá: “Mira ese ludópata”. Dirán: “Cuánto trabaja”.

P. Eso ha cambiado.

R. Depende del contexto. Hay familias que dicen: “Móviles en la mesa, no”. Pero veo en cumpleaños sobre todo de niñas adolescentes a todas con el móvil. Se enseñan o mandan cosas. Podrían estar cada una en su habitación. Se pierde algo en esa mediación de una herramienta que solo permite un tipo de actividades. Tu lenguaje social se rediseña y no sabes desarrollar uno propio que depende de las personas con quienes estás. Como si perdieras colores en la vida. Vivimos en un mundo dominado por algo que no es internet: las redes sociales.

Nuestra fragilidad política está vinculada a nuestra incapacidad de relacionarnos.

P. Es como estar dominados por comida con mucho azúcar.

R. Sí. En España menos, aunque nos afecta. Pero la comida está regulada. Las redes, todavía no. Cuando compras una bolsa de algo en un supermercado, sabes que ha pasado por un proceso que te asegura que no te vas a morir. Mientras que con las plataformas, como su comportamiento real y estrategias son opacas, no sabes si puedes dejar a tu hijo de 15 años solo con esas plataformas. No sé cuánto tardará la regulación.

P. Habla de “feudalismo”: digital y climático. ¿Por qué?

R. Ha habido un proceso de privatización de las infraestructuras de telecomunicaciones, han invadido todas las industrias. Todo es industria de los datos. Ahora la parte más importante de esas infraestructuras está siendo mimetizada, comprada o desarrollada por un número pequeño de empresas que son además no europeas. Durante la pandemia se han integrado aún más: sanidad, educación, medios de comunicación. Cuando pienso en el feudalismo, pienso en este secuestro de infraestructuras críticas que necesitamos para los retos del futuro, sobre todo para los climáticos.

P. Escribe que cambiar la dieta es una medida esencial para combatir el cambio climático.

R. Intento entender por qué somos incapaces de tomar las medidas necesarias para reducir nuestras posibilidades de subir 2 grados la temperatura global. Renunciamos a las soluciones más interesantes: son más baratas, requieren menos cambios sistémicos, menos desarrollo de infraestructuras y tendrían menos impacto. La dieta cumple estos requisitos.

P. Pero hay que cambiar la voluntad de millones de personas.

R. No es una infraestructura y es muy barato: solo tienes que dejar de comer carne. Todos nos lo podemos permitir. Con que solo comiéramos la mitad, el impacto sería enorme.

P. Una ventaja clave sería la gestión de recursos en comunidad. Usa el ejemplo del cuarto de lavadoras comunitario en Dinamarca como lugar de encuentro.

R. Trasciende la gestión de recursos porque lo que hacen esos cuartos es lograr que te coordines con tus vecinos, que es lo que hemos perdido. Este cuarto te devuelve al lugar donde estás. Fabrica un marco adecuado para que hables con el vecino y que no es “me hace bien” o “sus hijos van con los míos al cole”, sino “tenemos un objetivo común y a ver cómo llegamos”. El problema es que ya no vivimos en una comunidad de recursos, sino en una sociedad de servicios. Somos frágiles y estamos vendidos a que Elon Musk nos mande a Marte a trabajar.

P. ¿Qué papel deberían tener las redes sociales en ese mundo nuevo?

R. Veo en las criptocomunidades una energía que no veo en las redes sociales. De repente, montan un meme y se convierte en algo en lo que hay que creer, decir que es muy guay, que te vas a comprar un Ferrari con ese dinero para que suba. Esa comunidad, que es puramente especulativa y no favorece en nada al resto, se puede crear en torno a la gestión de recursos. Me recuerda a los foros al principio de internet, había gente que sabía mucho de ordenadores y programación y gente que no y quería aprender. Se pueden generar comunidades de cosas locales.

P. ¿Cómo?

R. Las redes son imprescindibles. Las tecnologías que permiten las redes pueden cumplir otras funciones. No podemos depender de Twitter para gestionar una crisis política, climática o energética. Son plataformas publicitarias cuyo objetivo no es ayudarnos a resolver esos problemas.

P. ¿Por qué las comunidades no mejoraron en la pandemia?

R. Era la circunstancia perfecta, aunque terrible, para que los bloques de edificios generaran comunidades. Sin embargo, lo único que pasó fue que la mayor parte de la gente salió al balcón a hacer ruido y todo el mundo acabó pasando más tiempo online.

P. ¿Cómo recuperar esos espacios?

R. Se ha vuelto muy difícil ser comunidad. Es difícil romper el hielo, tienes que intentarlo muchas veces. Todo el mundo está parapetado en su individualidad, eso que hacen los móviles que es aislar. Todo esto elimina tus habilidades para comunicarte o se reducen. Ahora con la pandemia se ha visto. Tu única habilidad era salir al balcón y hacer el imbécil o aplaudir a otros porque es un amago de comunidad. La gente ponía notas en los ascensores, les hacía una foto y las subía a Instagram. Hemos perdido un lugar donde encontrarnos con los vecinos y negociar algo concreto, no abstracto.

P. Los vecinos son un reto.

R. Yo he tardado siete años en conocer a todos mis vecinos. Lo convertí en un proyecto personal. No es cuestión de caerse bien. No va de eso. Nuestra fragilidad política está vinculada a nuestra incapacidad de relacionarnos con las personas que viven en el mismo espacio que nosotros.

P. En las redes encontramos a gente como nosotros. Lo preferimos.

R. En el proceso —que algunos ven como progreso y yo no— a una sociedad de servicios, hemos perdido la responsabilidad sobre nuestras propias vidas. Hemos ganado otras cosas, pero perdiendo mucho. Sobre todo, la capacidad de conocernos y ayudar; tu comunidad no es la gente a quien le gusta ese disco de The Smiths, sino la gente que se queda sin luz a la vez que tú.

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