Y, sin embargo, vuela
Esta vez los pillados en falta son los alemanes. No se espera que el resto del pasaje les pegue una paliza. Ellos viajan en primera
Javier Sampedro, científico, periodista y en general hombre insigne, escribió hace algún tiempo en este periódico una frase para describir la investigación sobre la covid-19 y la carrera para crear vacunas eficaces: “Cómo arreglar en pleno vuelo un avión del que todavía están dibujando los planos”.
No se me ocurre una descripción más atinada sobre el funcionamiento de la Unión Europea, un ente cuya unidad es básicamente mo...
Javier Sampedro, científico, periodista y en general hombre insigne, escribió hace algún tiempo en este periódico una frase para describir la investigación sobre la covid-19 y la carrera para crear vacunas eficaces: “Cómo arreglar en pleno vuelo un avión del que todavía están dibujando los planos”.
No se me ocurre una descripción más atinada sobre el funcionamiento de la Unión Europea, un ente cuya unidad es básicamente monetaria, con sistemas fiscales dispares y sin un vértice político y ejecutivo. El invento debería haberse estrellado hace tiempo. Y, sin embargo, vuela.
No sólo eso: ese objeto volador tan extraño aprovecha las tormentas para ensamblar nuevas piezas, fabricadas sobre la marcha para resistir y superar el problema del momento. Sin que nadie tenga una idea concreta de cómo acabará siendo el aparato cuando esté terminado (si es que eso ocurre algún día), van incorporándose elementos.
Durante la crisis pandémica se mutualizó, a través del Fondo de Reconstrucción, un gran pedazo de deuda. Es decir, los países miembros pudieron financiarse por primera vez gracias a la emisión de deuda europea. Eso era impensable una década antes, cuando la gran crisis financiera. Por entonces, lo mejor que se les ocurrió a las mentes pensantes del objeto volador fue lanzar al vacío a los pasajeros griegos.
Al final, en lugar de defenestrarlos, se les dio una paliza. Sigue sin descubrirse para qué sirvió dejarles medio muertos: el arte de construir el avión en pleno vuelo tiene estas cosas, a veces la improvisación sale bien y otras veces no.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia, las sanciones impuestas por Bruselas y la consiguiente escasez de gas ruso podrían aportar otra pieza a la máquina que no debería volar, pero vuela: la mutualización de los recursos energéticos. Esta vez los pillados en falta son los pasajeros alemanes, que habían confiado de forma excesiva en los suministros de Vladímir Putin; no cabe esperar, sin embargo, que el resto del pasaje les pegue una paliza como la que se llevaron los griegos: ellos viajan en primera clase.
Las crisis políticas italianas solían ser un pasatiempo casi familiar. La de ahora, en cambio, entraña el peligro de que se dispare la prima de riesgo en la deuda italiana (y tal vez en la española y otras) y de que unos países tengan que pagar más que otros para financiarse.
La resolución del problema recae en el Banco Central Europeo, una entidad teóricamente técnica e independiente que, como es típico en el avión imposible, tiene que adoptar las más graves decisiones políticas. Cuando el euro se deshacía, le tocó arreglar la avería a Mario Draghi. Ahora le toca a Christine Lagarde. De esto saldrá una nueva pieza eficaz. O una nueva paliza a alguien. Ya veremos.
La Unión Europea me recuerda aquel chiste de Woody Allen en la película Annie Hall: “Doctor, mi hermano se cree una gallina”. “¿Por qué no lo ingresa en un manicomio?”. “Lo haría, pero necesito los huevos”.
La cosa con sede en Bruselas se cree una institución política y económica funcional y democrática. Sabemos que no lo es. El caso es que necesitamos los huevos de la gallina voladora.
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