Imaginación e ideas: ¿a dónde va la izquierda?

El progreso requiere reflexión y la revolución, aún más. La oferta de alternativas y el debate están en la raíz de esta corriente de pensamiento

Una joven sostiene una pancarta durante una marcha a favor de frenar al cambio climático, en Madrid, el 27 de septiembre de 2019.Marcos del Mazo (Marcos del Mazo (LightRocket / Getty Images)

El progreso requiere reflexión y la revolución, aún más. La izquierda ha sido tradicionalmente un espacio político proclive a la discusión de ideas, a la creación de teorías, al debate académico, a la continua generación de textos. Mientras que a la derecha conservadora le basta con fortalecer las lógicas existentes, el progresismo tiene en su raíz la oferta de alternativas. Así, su historia está marcada por conflictos ideológicos, escisiones y confrontaciones por cuestiones teóricas. Incluso ha sido acusada con frecuencia de dejarse llevar en finuras intelectuales y alejarse del sentir popula...

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El progreso requiere reflexión y la revolución, aún más. La izquierda ha sido tradicionalmente un espacio político proclive a la discusión de ideas, a la creación de teorías, al debate académico, a la continua generación de textos. Mientras que a la derecha conservadora le basta con fortalecer las lógicas existentes, el progresismo tiene en su raíz la oferta de alternativas. Así, su historia está marcada por conflictos ideológicos, escisiones y confrontaciones por cuestiones teóricas. Incluso ha sido acusada con frecuencia de dejarse llevar en finuras intelectuales y alejarse del sentir popular (sobre todo en comparación con el antiintelectualismo que tiene por bandera la extrema derecha rampante). No obstante, es un sentir extendido que en estos tiempos la imaginación de la izquierda se ha agotado, y que, como afirma la muy trasegada cita atribuida al filósofo Fredric Jameson, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. El pensador Mark Fisher hablaba de un “realismo capitalista”, es decir, de la idea de que no existe alternativa alguna (algo que ya decía, desde el otro lado del espectro político, Margaret Thatcher).

Por eso, y ante el retroceso político de la izquierda en España y en el tablero internacional, y el crecimiento de opciones de derecha y ultraderecha, es interesante rastrear cuáles son los referentes de la izquierda hoy. La encuesta que hemos realizado en Ideas nos ofrece una lista de los pensadores más influyentes en estos momentos: Karl Marx, Judith Butler, Antonio Gramsci, Thomas Piketty, Michel Foucault, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Jürgen Habermas, Karl Polanyi y Walter Benjamin.

La encrucijada de la izquierda

“La izquierda se basa en la idea ilustrada de progreso humano, en la convicción de que nuestro futuro está en nuestras manos y que debemos involucrarnos”, explica el historiador Juan Sisinio Pérez Garzón, autor de Historia de las izquierdas en España (Catarata), donde funda las raíces de la izquierda en la Revolución Francesa y su lema de “libertad, igualdad, fraternidad” (aunque ahora el concepto de libertad haya sido capitalizado por la derecha). Desde entonces hasta hoy se ha pasado de programas de máximos, ideas revolucionarias en busca de una sociedad nueva y mejor, a programas de mínimos: “Se ha optado por el pragmatismo socialdemócrata, aceptando el libre mercado, la democracia liberal y el marco nacional”, apunta el historiador. “Se ha aprendido que con la violencia revolucionaria no se avanza más rápido en cuanto a logros sociales duraderos que por cauces democráticos”.

Cabe preguntarse cuál es la situación ideológica de la izquierda en la actualidad, por esa tan repetida falta de imaginación para proponer futuros nuevos cuando parece que el futuro no existe. “Más que imaginación, lo que hace falta es sentido de la justicia”, dice la filósofa Laura Llevadot. La justicia, señala siguiendo a Derrida, como exigencia urgente de actuar aquí y ahora, allí donde ocurre la desigualdad, la precariedad, la explotación, la exclusión. “Para eso no hace falta ninguna imaginación, ni utopías reguladoras, ni fabular otros mundos posibles”, añade, “en consecuencia, lo que se espera de eso que llamamos ‘izquierdas’, si es que todavía se espera algo tras tanta traición, es que no se vendan al capital, que le hagan frente y no sucumban a sus imperativos de creatividad e imaginación mercantilizadas”.

Por un lado, se habla de una crisis de la socialdemocracia, que muchos achacan a esa pérdida de las esencias, abandonando su terreno clásico al enrolarse progresivamente en la lógica económica globalizadora, sobre todo después de la revolución neoliberal protagonizada por Reagan y Thatcher en los años ochenta, al tiempo que caía la Unión Soviética y, en Europa, el paradigma keynesiano. “Sin embargo, si esa fuera la causa principal, deberíamos observar que el electorado progresista se desplaza hacia partidos a la izquierda de la socialdemocracia, cosa que sucede en pequeña medida”, señala el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca. En cualquier caso, asistimos a una paulatina desaparición del Estado de bienestar, que podría entenderse como razón de ser de esta corriente. “La socialdemocracia está en crisis si no se desarrollan nuevas ideas manteniendo la esencia”, dice el sociólogo Manuel Castells. ¿Cuál es esa esencia? “El Estado de bienestar y su relación con el sindicalismo. Si eso se abandona, se va a la liquidación”, añade Castells. Para el sociólogo, las nuevas ideas no están en los partidos, sino que brotan de los movimientos sociales, de donde es preciso integrarlas.

Un futuro Estado de bienestar, un nuevo contrato social, no debe calcarse del anterior, que floreció de los llamados Treinta Gloriosos Años de la posguerra europea, donde se combinó la reducción de la desigualdad con el crecimiento económico sostenido. Ahora no se puede contar con una base sindical tan poderosa como en el siglo XX, se deben tener en cuenta los movimientos emergentes (feminismo, antirracismo, LGTB), ahondar en la transparencia y participación democrática, lidiar con el cambio climático y con la revolución tecnológica; y quizás explorar la renta básica según las máquinas vayan acaparando el trabajo.

¿Un falso dilema?

Es llamativo que el primer puesto de la lista de pensadores de Ideas estuviera muy reñido entre Karl Marx, gran padre de la izquierda clásica, y Judith Butler, figura prominente de la teoría queer. Dice mucho de estos tiempos, cuando otra de las causas que se aducen de la crisis de la izquierda es el cisma que se da entre la izquierda material y la izquierda identitaria. La primera (también llamada izquierda clásica, obrerista, etcétera) se preocuparía por lo económico, por lo laboral, por la vivienda, por la redistribución de la riqueza, por las cosas de comer; mientras que la segunda (también llamada izquierda posmaterial, cultural o posmoderna, siempre con cierta controversia terminológica) pondría el foco en reivindicar a las diferentes minorías oprimidas, en el feminismo, lo LGTB, lo poscolonial, el antirracismo, etcétera. Curiosamente el ecologismo suele incluirse en el segundo pack ideológico, tal vez por haberse incorporado al discurso de la (nueva) izquierda en los turbulentos años sesenta, como las citadas luchas identitarias. El movimiento jacobino también considera a los nacionalismos periféricos como parte de una diversidad dañina para la izquierda.

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¿Son ambas causas irreconciliables? “No, y nunca lo han sido hasta hace poco. La izquierda solía querer ayudar materialmente a las minorías, precisamente trabajando para disminuir la desigualdad y así incorporar a las personas como ciudadanos plenos. La izquierda más reciente, en cambio, se enfoca en el reconocimiento, particularmente en el reconocimiento de la ‘diferencia”, explica el politólogo Mark Lilla, profesor de la Universidad de Columbia, uno de los mayores críticos a las corrientes identitarias en Estados Unidos. Precisamente en las universidades de ese país ven muchos críticos un caldo de cultivo de estas ideas fuertemente influenciadas por los filósofos franceses de la segunda mitad del siglo XX (Foucault, Deleuze, etcétera), lo que en aquellas costas se denominó french theory, y que anclaría sus raíces en la filosofía continental posmoderna y en los movimientos sociales de los sesenta. Desde la derecha se ha denunciado este “marxismo cultural” originado en los campus, al que hacen responsable de la “cultura de la cancelación”. Lo woke.

“Lo que se plantea es un falso dilema: las minorías están sobrerrepresentadas entre las clases trabajadoras, y, a la inversa, la proporción de clases trabajadoras es mayor entre las minorías raciales”, explica Éric Fassin, profesor de Sociología y Estudios de Género en la Universidad de París 8, “no hay razón para oponer las políticas de reconocimiento y redistribución tal y como las distinguió Nancy Fraser”. Para Fassin, es la derecha de Trump o Le Pen la principal interesada en oponer la clase a la raza, el género o la orientación sexual, dividiendo así a las clases populares: la izquierda debe rechazar estas falsas alternativas. Según la pensadora feminista Nancy Fraser, el dilema entre la redistribución de la riqueza y el reconocimiento sociocultural es real, aunque no es obligado tomar partido por una de estas dos dimensiones que conforman la justicia: es necesario formar coaliciones para responder mediante luchas “múltiples y entrelazadas” a injusticias “múltiples y entrelazadas” dentro del plano económico y cultural.

“Una izquierda amplia e incluyente no puede actuar de espaldas a la realidad, movida por una nostalgia de un tiempo que ya no volverá”, dice Sánchez-Cuenca. Si las izquierdas han tenido como objetivo proteger a los vulnerables y aumentar la igualdad social, no debería haber diferencia entre colectivos mayoritarios o minoritarios, o entre la identidad y la clase, porque la clase también es una identidad. “El desafío consiste en establecer vínculos entre colectivos que son culturalmente muy heterogéneos”, expone el politólogo. En algunos países eso no se ha conseguido, y sectores de la clase trabajadora, tradicional base de la izquierda, han caído en los cantos de sirena de la ultraderecha y la guerra cultural, muchas veces votando contra sus intereses.

Miradas decrecentistas y poscapitalistas

Algunos sectores de la izquierda miran al futuro aún con esperanza, o con ánimo de evitar un colapso sistémico, como en el caso de los movimientos por el decrecimiento (uno de sus pioneros fue Serge Latouche), que defienden una disminución del consumo y la producción global, en un planeta al límite, contra el crecimiento continuo en torno al cual se vertebra la economía. “Sabemos que las principales causas del bienestar humano son tener acceso a una sanidad pública, a una educación pública y a una seguridad económica a través de una renta vitalicia. Son las cosas que importan. Y para lograrlas no necesitamos crecer”, dijo recientemente a Ideas el antropólogo Jason Hickel, autor de Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo (Capitán Swing). Entre sus propuestas está aumentar los impuestos a la riqueza (las clases altas, señala, son las responsables del 72% de las emisiones) o establecer una ratio entre ingresos máximos y mínimos.

El consumo masivo es clave en esta situación, tanto cuantitativa como cualitativamente: “Si el capitalismo ha triunfado es porque, a diferencia del comunismo, ha sabido apropiarse del deseo narcisista de los sujetos. Les ha prometido realización, visibilidad, creatividad, lujos pequeñoburgueses, adicciones controladas, mientras que las izquierdas moralistas se limitaban a sermonear”, explica Llevadot, en relación con el carácter “libidinal” del capitalismo, tal y como han señalado los pensadores Mark Fisher, Nick Land y, previamente, Deleuze y Guattari. Propone un “deseo poscapitalista”, que podría explicarse como una resistencia a ese deseo que nos impone el capital: una casa más grande, un coche más rápido, pornografía gratis, unas cervecitas en la terraza, un deseo que tiene la insidiosa particularidad de que nunca acaba de satisfacerse y, mientras tanto, corroe la esperanza de las nuevas generaciones.

Las corrientes aceleracionistas proponen pensar en cómo acelerar las contradicciones del capitalismo, tecnológicas o sociales, con el fin de llegar a una nueva fase histórica. Nick Srnicek es uno de los máximos exponentes del aceleracionismo de izquierdas. Cree que no es cierto que el pensamiento de izquierda esté agotado, aunque pudiera parecerlo en las décadas del cambio de siglo, cuando se aceptó la posición dominante del capitalismo y se descuidó el pensamiento poscapitalista. “Sin embargo, esa situación ha cambiado en los últimos 15 años, y desde la crisis de 2008 creo que ha habido un florecimiento de ideas sobre cómo podríamos organizar la sociedad de mejores maneras”, dice. Se refiere a las corrientes del ecosocialismo, el socialismo de plataforma, los proyectos sobre el postrabajo y la renta básica, la preocupación por el aumento del tiempo libre, etcétera, importantes para visualizar alternativas de futuro.

Ante un futuro lleno de retos, en una época de desconcierto y pesadumbre, conviene, según Pérez Garzón, recordar que la historia de la izquierda no es necesariamente la historia de una derrota y que la sociedad actual es, en buena medida, el resultado de las luchas de los que nos precedieron. Mirando hacia atrás podemos comprobar que se ha conquistado el sufragio universal, la abolición de la esclavitud, la jornada de ocho horas, el salario digno, la mejora en las condiciones de trabajo, el subsidio de desempleo, el seguro por enfermedad, el derecho a huelga, la lucha contra la violencia machista o el derecho al aborto. “Todo eso son conquistas de la izquierda. Así que no creo que estemos ante una falta de ideas: es que aparecen nuevas conquistas por realizar en el horizonte”, concluye el historiador.

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