La bandera de la austeridad que Aznar vuelve a agitar

El expresidente anuncia que habrá que volver al “rigor fiscal”, cuando lo que hay que hacer es evitar la catástrofe social

El expresidente de Gobierno José María Aznar en un mitin del Partido Popular, en Málaga, el pasado 8 de junio.Jesus Merida (SOPA Images/ LightRocket/ Getty Images) (SOPA Images/LightRocket via Gett)

El expresidente de Gobierno José María Aznar, que habla como si fuera quien mandase en el Partido Popular, ya ha adelantado su opinión: tras el próximo domingo tocará apretarse el cinturón; habrá que regresar a la “disciplina” y al “rigor fiscal”. Como esos mensajes van inevitablemente unidos a los principios del programa electoral de ese partido -bajar los impuestos y el déficit público- y no existen los milagros aunque ...

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El expresidente de Gobierno José María Aznar, que habla como si fuera quien mandase en el Partido Popular, ya ha adelantado su opinión: tras el próximo domingo tocará apretarse el cinturón; habrá que regresar a la “disciplina” y al “rigor fiscal”. Como esos mensajes van inevitablemente unidos a los principios del programa electoral de ese partido -bajar los impuestos y el déficit público- y no existen los milagros aunque Aznar lo crea (una vez declaró a The Wall Street Journal: “El milagro soy yo”) solo queda una salida: reducir el gasto público. Y en España reducir de verdad el gasto público significa disminuir el gasto social (por ejemplo, los 190.000 millones de euros en pensiones). Achicar el Estado de Bienestar.

Ello no importa a Aznar. Se conoce desde hace bastantes años su opinión. Lo dejó escrito en uno de sus libros (Libertad y solidaridad) en 1991, antes de llegar al Gobierno: “El Estado de Bienestar es incompatible con la sociedad actual. Tenemos que tenerlo muy claro; el Estado de Bienestar se ha hundido por su propia insuficiencia y anacronismo”. Y del mismo modo que hoy subraya que existe un estilo político muy claro, la arrogancia y el narcisismo inútil que representa Sánchez frente a la competencia útil de Nuñez Feijóo, en el libro citado dijo que el debate mantenido por los socialistas sobre el welfare por desear un modelo dirigista, encubría “un complejo de inferioridad”. Narcisismo, inferioridad: Aznar hablando siempre de los complejos de los demás.

La austeridad, se ha demostrado todavía hace poco, es una idea muy peligrosa mal aplicada. O aplicada a quienes no deberían sufrirla. Ha escrito el analista alemán Wolfgang Münchau que la austeridad no es un compromiso entre el dolor a corto plazo y el beneficio a largo plazo, sino que también empeora la situación de los ciudadanos a la larga. Con el regreso de las reglas fiscales a Europa vuelven también las restricciones presupuestarias rigurosas.

Pero hoy el terreno de juego es distinto del de la Gran Recesión de 2007-2008. Europa no se juega su futuro inmediato en mantener unos equilibrios macroeconómicos artificiosos (3% de déficit, 60% de deuda pública) sino que sus prioridades son otras: primero, evitar una catástrofe social (en buena medida derivada de la política de la Gran Recesión) por las consecuencias de la pandemia de covid y del confinamiento de todo el mundo (cada vez hay más pobres con trabajo y con vivienda que no llegan a fin de mes, pensionistas que pelean calle por calle sus derechos de jubilación, y jóvenes que han devenido en el “proletariado emocional” de nuestros días) y política (explosión de las fuerzas de extrema derecha, la mayor parte de ellas en contra de este proyecto europeo).

Segundo, la transición ecológica. La emergencia climática no es de mañana sino de hoy. El objetivo de neutralidad de las emisiones de gases de efecto invernadero está situado en 2050. El economista Olivier Blanchard cuenta una historieta en un tuit: la Tierra está arrasada; un anciano le dice a un joven: “Sí, la mala noticia es que la Tierra está arrasada, pero la buena es que la deuda está por debajo del 60% del PIB”. Tercero, la transición digital y las industrialización; los conflictos bélicos han desvelado los problemas de estrangulamiento de los abastecimientos e inseguridad en todo tipo de componentes y de industrias, incluidas las alimentarias. Y cuarto y no menos importante, el haberse convertido en el escenario de una guerra, la de Ucrania, a la que habrá que seguir apoyando financiera y militarmente, sin que a estas alturas sea posible pronosticar por cuento tiempo.

Ante la emisión de señales por parte de los halcones europeos o de la Comisión Europea -en distintos grados y fórmulas- sobre la necesidad de ajustes fiscales y la disputa en términos de la futura gobernanza económica de la zona, más la política de una política monetaria restrictiva protagonizada por el Banco Central Europeo, cuidado. No sea que el rigor termine en rigor mortis, y haya que comenzar de nuevo. Como ayer.

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