El pánico al coronavirus provoca un acaparamiento de agua, desinfectante y papel higiénico en EE UU
El metro y los autobuses de Washington viajan desiertos y la gente se abstiene de ir a los cafés o los cines tras la declaración del estado de emergencia por la alcaldesa
El pánico a la expansión del coronavirus se expande cada día de forma exponencial en la ciudad de Washington, que declaraba el estado de emergencia el miércoles pasado. Si los vagones de metro o los autobuses viajan prácticamente vacíos y las principales arterias de la ciudad no sufren atascos en las horas punta, los grandes supermercados viven enormes colas antes de abrir en la mañana y alguna que otra pelea debido al tiempo de espera para pagar y los nervios acumulados.
Porque la aventura de lograr papel del baño (que la gente adquiere de forma masiva), desinfectante o un alimento tan...
El pánico a la expansión del coronavirus se expande cada día de forma exponencial en la ciudad de Washington, que declaraba el estado de emergencia el miércoles pasado. Si los vagones de metro o los autobuses viajan prácticamente vacíos y las principales arterias de la ciudad no sufren atascos en las horas punta, los grandes supermercados viven enormes colas antes de abrir en la mañana y alguna que otra pelea debido al tiempo de espera para pagar y los nervios acumulados.
Porque la aventura de lograr papel del baño (que la gente adquiere de forma masiva), desinfectante o un alimento tan básico como el arroz no comienza en el interior del centro comercial, en este caso una superficie que vende casi al por mayor como es la norteamericana Costco. Desde hace días, las barreras de acceso al parking del Costco de Arlington, el más cercano a la ciudad de Washington, están levantadas y no se cobra el estacionamiento, básicamente porque el acceso es un mar de vehículos más de una hora antes de que abra el centro, a las 10 en punto de la mañana.
Trabajadores de Costco, algunos con mascarilla, ofrecen a quienes acceden con su carro de la compra toallitas desinfectantes. Hay quién pide más de una porque desinfecta incluso el interior del habitáculo donde va a colocar las mercancías. “Hombre prevenido vale por dos”, dice Ayaan, en lo que sería una traducción libre del inglés “better safe than sorry”.
Cualquier otro jueves anterior al Covid-19, hacer la compra en Costco habría sido un paseo, con tres o cuatro cajas abiertas para pagar y los empleados deambulando lánguidos entre los pasillos a la espera de que alguien necesitara ayuda. Este jueves de coronavirus (un día después de que el presidente Donald Trump anunciara en un discurso a la nación la suspensión de los viajes desde Europa, con excepción del Reino Unido, por un periodo de 30 días para tratar de frenar la expansión de la epidemia en el país) en Costco se vive un consumismo apocalíptico.
Son las 10.30 de la mañana y los lineales de productos están repletos. “Lo que no significa que en menos de una hora no quede nada”, asegura Jennine, empleada del centro comercial. “No hay desabastecimiento, es cierto que estos últimos días nos hemos quedado sin agua, jabón y papel higiénico, pero todo se vuelve a reponer”, explica esta joven que cuenta que están haciendo turnos dobles para garantizar el buen servicio. Costco ha limitado en su centro de Arlington la adquisición de agua, azúcar, arroz y lejía a dos unidades por cliente. “La semana pasada un hombre se llevó 3 carros cargados de papel del baño”, relata la empleada, en lo que para ella es un caso claro de reventa. Reventa de papel higiénico, esas son las cotas que alcanza la avaricia humana ante una situación incierta y comprometida para la salud.
Hoy han acudido a Costco desde matrimonios mayores a jóvenes con la boca tapada con pañuelos y mamás cargadas de niños a los que no han llevado al colegio por miedo, a pesar de lo cual se hacinan entre los pasillos acaparando en el carro cajas y cajas de cereales. “No entiendo por qué no han cerrado las escuelas”, se queja Barbara Snyder, con tres niños entre los 9 y los 2 años de edad. “Estamos ante lo que puede ser una catástrofe y sin embargo dicen que el lunes van a cerrar los colegios solo para probar si es posible que los niños se queden en casa. ¿Qué estupidez es esa?”, se queja Snyder.
Un hombre acompañado de dos mujeres (cubiertas con yihabs) discute con otro porque según el primero este último se ha saltado su turno en la cola. “La gente tiene que tener paciencia”, dice Ramona, empleada de Costco. Y sin embargo, eso es lo que nadie parece tener esta mañana. Entendible. Porque una vez que se ha esperado para aparcar y se ha logrado realizar la compra el último obstáculo parece inalcanzable. El tiempo de espera para pagar en caja se estima en más de dos horas, ya que la fila de gente con carros cargados hasta arriba se extiende a lo largo de todo el centro e incluso serpentea por algunos pasillos, lo que genera confusión y da lugar a las disputas.
Abandonar el centro comercial tampoco es misión fácil. De nuevo atascos y trifulcas con conductores que intentan avanzar por el carril que no les corresponde para acortar el tiempo de espera. Un hombre ha chocado contra una esquina del aparcamiento al hacer el giro, lo que eleva considerablemente los pitidos y el nerviosismo general. “Y esto solo acaba de empezar”, murmulla Julia Kerckur desde la ventanilla de su coche. Armada de paciencia y papel higiénico.
Estantes vacíos en Los Ángeles
El nerviosismo se podía notar también en un supermercado de alta gama de Silverlake, uno de los barrios más caros de Los Ángeles. Los clientes de 365, una marca de la cadena Whole Foods, se encontraban por primera vez con estantes vacíos en la tienda. Faltaba papel higiénico, productos de limpieza del hogar en general, pasta, harina y arroz. Todas las verduras congeladas habían desaparecido, excepto el brócoli. “¡Viene el apocalipsis!”, bromeaban dos clientes al encontrarse mirando juntos el estante de la pasta. “Anda que no hemos visto películas de esto”.
Alexandra Relis es una clienta habitual que hace la compra a menudo. Era la primera vez, decía, que se encontraba con que faltaban cosas en este supermercado que sirve a una comunidad en general adinerada. “¡No hay arroz!”, era lo que más le sorprendía. Entre la compra del día que no había encontrado citaba miel líquida, macarrones, harina y unas multivitaminas que suele comprar. “Me voy corriendo a ver si quedan mis pastillas de zinc”, se excusó. Dos chicas estaban desoladas porque no había placas de lasaña: “Hemos subestimado la situación”.
En el local de al lado, la parafarmacia CVS lleva días en los que se acaba el papel higiénico y sobre todo el gel de alcohol de manos. No se veían, sin embargo, las escenas de carritos abarrotados. Los clientes se llevaban uno o dos paquetes de papel higiénico.
A mediodía, el gobernador de California, Gavin Newsom, compareció en rueda de prensa para explicar la situación. Hasta el jueves, 198 personas han dado positivo por coronavirus en el Estado. Han muerto cuatro, dos de ellas en el condado de Los Ángeles. “Estamos en una buena situación para enfrentarnos a este momento. Dicho esto, la alteración económica es real y profunda”.
Aterrizados a tiempo en EE UU o atrapados en Europa
Pablo Estebáñez, diseñador gráfico español residente en Washington, pasaba unos días en Madrid relacionados con su profesión. Tenía prevista la vuelta para dentro de una semana y, sin embargo, tomó la prudente decisión el miércoles pasado de adelantar su regreso y salir de España antes de que Donald Trump anunciase la suspensión de los viajes desde Europa por un periodo de 30 días a partir de este viernes a medianoche. Es el mismo caso para Florence Carpentiere, masajista y parisina residente en Arlington (Virginia) que estaba en Francia visitando a un familiar enfermo. “No lo dudé, sabía que antes o después Trump haría algo así, a pesar de que ha estado negando la evidencia mucho tiempo”. Carpentiere aterrizaba este jueves en Washington. Lo mismo Estebáñez.
El caso de Marina -prefiere dar solo su nombre, trabaja en un organismo de la seguridad nacional estadounidense- es totalmente el contrario. Salió el fin de semana pasado de Estados Unidos para estar en España dos semanas y ahora no sabe cuándo podrá regresar. Idéntico al de Skarleth, islandesa estudiante de la American University de vacaciones en su país. Afortunadamente, como ella misma reconoce, la universidad ha cancelado las clases, por lo que no está tan preocupada.
Estos son ejemplos de quienes entraron a tiempo en territorio norteamericano o se han visto afectados por el veto presidencial. Queda en el aire saber qué sucederá, por ejemplo, con la visita programada para la semana que viene a la capital de Estados Unidos de las ministras españolas de Exteriores, Arancha González Laya, y de Industria, Reyes Maroto. Según la Embajada, la visita se mantiene.
Luego están todos los planes, sueños y anhelos que el coronavirus ha roto. P. M. -prefiere aparecer solo con sus iniciales-, española con pasaporte estadounidense residente en Virginia, celebra la comunión de su hija Andrea el próximo mes de abril. Después de muchas dudas y quebrantos de cabeza, sus padres no vendrán a la celebración religiosa de su nieta. “Mi hija se quedó muy triste”, decía apenada P.M.