La muerte de Ruth Bader Ginsburg trastoca todas las claves de la elección presidencial en Estados Unidos
La oportunidad de reforzar la mayoría conservadora en el Tribunal Supremo fue el gran factor de movilización de los republicanos en 2016 y Trump ya lo estaba utilizando como arma electoral
La muerte de la magistrada Ruth Bader Ginsburg cayó este viernes como una bomba sobre la campaña electoral de Estados Unidos, con una onda expansiva que va a transformar toda la política norteamericana de los próximos 50 días y cuyas potenciales consecuencias a largo plazo apenas se empiezan a intuir. La batalla alrededor del nombramiento del nuevo magistrado, que corresponde proponer al presidente Donald Tru...
La muerte de la magistrada Ruth Bader Ginsburg cayó este viernes como una bomba sobre la campaña electoral de Estados Unidos, con una onda expansiva que va a transformar toda la política norteamericana de los próximos 50 días y cuyas potenciales consecuencias a largo plazo apenas se empiezan a intuir. La batalla alrededor del nombramiento del nuevo magistrado, que corresponde proponer al presidente Donald Trump, es desde hoy el principal asunto de campaña. Los movimientos comenzaron apenas minutos después de la noticia, con los obituarios de Ginsburg a medio escribir.
El Tribunal Supremo de Estados Unidos es el intérprete último de la Constitución. Está compuesto por nueve magistrados, cuyo mandato es vitalicio. Los nombres los propone el presidente y los confirma el Senado. Los magistrados son apartidistas, pero están en sintonía ideológica con el presidente que los nombró y, por tanto, con el momento histórico en el que fueron elegidos. Hasta hoy había cinco magistrados considerados conservadores en el Tribunal y cuatro considerados progresistas.
La muerte de Gibsburg abre una vacante que, si se cubriera con un magistrado propuesto por Trump, cimentaría una mayoría conservadora de seis a tres en la máxima institución judicial del país seguramente por décadas. Ese tribunal, temen los demócratas, bloquearía durante un par de generaciones avances progresistas, o incluso revertiría asuntos como el aborto.
Siempre ha habido tensión partidista alrededor del Supremo, que es el último dique ante los excesos del presidente y el Congreso. Pero esta tensión se salió de los raíles de la tradición y las normas en 2016. En febrero de ese año murió el conservador Antonin Scalia. El presidente Barack Obama propuso a un magistrado progresista moderado, Merrick Garland. Los republicanos tenían mayoría simple en el Senado, por lo que controlaban los procedimientos. El líder republicano, Mitch McConnell, decidió bloquear el nombramiento. Ni siquiera convocó a la audiencia de confirmación de Garland. El argumento fue que era año electoral y que debía ser el próximo presidente el que hiciera la propuesta. “La gente tiene que tener voz” en el proceso, argumentó McConnell ante el estupor de la Casa Blanca, los demócratas y la judicatura.
En efecto, el pueblo habló. Un candidato excéntrico llamado Donald Trump se hizo con la nominación republicana a pesar del escepticismo, cuando no abierta oposición, de buena parte del partido. La principal razón por la que en noviembre tuvo el voto disciplinado de todos los republicanos fue la posibilidad de nombrar al sustituto de Scalia. En una conferencia, Mitch McConnell reconoció que “el tema más importante, el que le dio a Trump 9 de cada 10 republicanos, fue el Tribunal Supremo”.
Según encuestas posteriores, el 26% de los votantes de Trump dijeron que el tribunal fue el factor más importante para votar. De aquellos que dijeron que el tribunal era “la razón más importante” para decidir el voto, el 56% votaron por Trump. Es decir, la posibilidad de cambiar la mayoría en el Supremo era un factor de movilización mucho más intenso entre los republicanos que entre los demócratas. Encuestas recientes demuestran que eso ya no es así, y los demócratas han comprendido la importancia del Supremo. En una encuesta de Pew, el 66% de los demócratas y el 61% de los republicanos dijeron que el nombramiento de magistrados del Supremo es “muy importante” en su decisión.
Trump cumplió de sobra las expectativas de los republicanos. Nada más llegar a la presidencia propuso al juez conservador Neil Gorsuch, de 50 años. El Senado, con una exigua mayoría republicana, lo confirmó en abril de 2017. Para hacerlo, McConnell tuvo que utilizar la llamada “opción nuclear”. Cambió el reglamento del Senado para que bastara una mayoría simple, en vez de la mayoría reforzada que se exigía hasta entonces, una salvaguarda que permite a la oposición bloquear el nombramiento y obliga a la mayoría a no irse a los extremos. Los demócratas siguen aún denunciando ese nombramiento como un “magistrado robado” a Obama.
La retirada del juez Anthony Kennedy en 2018, programada para que su sustituto fuera nombrado también por Trump, dio lugar a la confirmación más amarga en tiempos recientes. Trump nombró a Brett Kavanaugh, de 53 años. Kavanaugh fue investigado e interrogado por los demócratas sin piedad. Su confirmación llegó de nuevo por la mínima y solo después de que tuviera que responder sobre sus problemas con el alcohol y el juego y una acusación de abusos sexuales cuando era adolescente.
La edad y los problemas de salud de la magistrada progresista Ruth Bader Ginsburg ya eran un factor en esta campaña electoral. A pesar de su extraordinaria resistencia, a pocos se les escapaba que sería difícil que aguantara cuatro años más en activo. Su muerte a seis semanas de las elecciones convierte esa posibilidad en realidad inmediata y urgente. El factor del Supremo había pasado a ser un tema secundario en estas elecciones, convertidas en un plebiscito sobre la figura de Trump y sus escándalos. Ya no. Desde este viernes es un tema capital.
Ginsburg era muy consciente de esta situación. Según la radio pública NPR, días antes de su muerte dictó una carta a su sobrina en la que decía: “Mi deseo más ferviente es que no se me sustituya hasta que no haya un nuevo presidente”. Es su último deseo, en su lecho de muerte.
No había pasado una hora de la noticia cuando Mitch McConnell dijo en un comunicado lo que los republicanos esperaban oír y los demócratas temían: “Los americanos reeligieron nuestra mayoría [en el Senado] en 2016 y la ampliaron en 2018 porque prometimos trabajar con el presidente Trump y apoyar su programa, particularmente sus extraordinarios nombramientos de jueces federales. Una vez más, mantendremos nuestra promesa. El nominado del presidente Trump será votado en el Senado”. La contradicción con 2016 es absoluta, pero no sorprendente. McConnell ya había dicho que renovaría cualquier vacante que se produjera. “Es la decisión más trascendental que se puede tomar” en el Senado, dijo en una conferencia este año, en términos de impacto a largo plazo en el país.
Las reacciones demócratas fueron inmediatas. La más importante, la del candidato Joe Biden. “Voy a ser claro: los votantes deben elegir al presidente, y ese presidente debe elegir al sustituto de la magistrada Ginsburg”. En cuestión de horas, McConnell y Biden, que era vicepresidente en 2016, se habían intercambiado los papeles.
Donald Trump, por su parte, estaba dando un discurso de campaña cuando se produjo la noticia. Los periodistas le preguntaron antes de subir al Air Force One y reaccionó como si se estuviera enterando en ese momento. “Tuvo una vida increíble. Qué más se puede decir. Era una mujer increíble. Estuvieras de acuerdo con ella o no, era una mujer increíble. Me entristece oír esto”. Después, emitió un comunicado oficial en términos de respeto y duelo por la magistrada, sin mencionar lo más mínimo la situación política que se ha creado.
No está claro si los republicanos podrían nombrar al sustituto de Ginsburg antes de las elecciones. Los procedimientos en el Senado llevan su tiempo y lo normal es que una confirmación de este tipo lleve de dos a tres meses. Hacerlo a todo correr añadiría aún más tensión a una situación en la que ambos bandos ya están agitando a los votantes diciendo que esta es la elección más importante de sus vidas y la democracia misma está en juego. Por otra parte, aunque Biden ganara la presidencia y los demócratas ganaran la mayoría en el Senado, Trump sigue siendo presidente hasta el 20 de enero al mediodía y los senadores republicanos siguen en sus escaños hasta finales de diciembre, por lo que podrían hacerlo también en el periodo interino.
La situación dispara también la atención en los escaños del Senado que están en juego el 3 de noviembre. Los republicanos se enfrentan a una elección muy difícil. Se votan 23 escaños en manos de los republicanos y solo 12 en manos demócratas. De los republicanos, hasta 13 están en el aire y podrían cambiar de manos. Desde esta tarde, todos y cada uno de los senadores que se juegan la reelección están en el ojo de un huracán político y se tienen que definir en las próximas horas sobre qué cuál va a ser su posición alrededor del nombramiento.
El principal factor de movilización de los republicanos en 2016 vuelve a primer plano cuatro años después. Pero ahora, la movilización está también del otro lado. Este viernes por la tarde, la campaña electoral más frenética en décadas acaba de dispararse de revoluciones. Aún más.